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De todas las decisiones que hicieron que The endless river exista como álbum oficial de Pink Floyd, la más desafortunada ha sido la de otorgarle el estatus y la responsabilidad de ser "el último disco que Pink Floyd editará en su historia". Nada que venga con esa presión de fábrica podrá ser bueno.

No hay ningún espacio para dudar ni quitarle el lugar de importancia que la banda británica se ganó entre las más influyentes de la música universal de cualquier género y de todos los tiempos.

Más aún, si analogamos la vida de Pink Floyd a la de una persona, y consideramos a The endless river como su canto del cisne, concluiremos que Pink Floyd murió como vivió: siguiendo su camino al margen de las expectativas generadas en torno suyo. Ese reflejo, esa coherencia, es al cabo la mayor virtud de esta suma de tomas de descarte de The division bell (hasta ahora el último disco, editado en 1994), arregladas para la ocasión.

Sin embargo, más que el canto de cisne celebratorio que debería ser, a la altura de su descomunal relevancia, The endless river se asemeja al réquiem que no necesitábamos escuchar. Probablemente hubiera sido un curioso souvenir para fanáticos y entendidos, editado como rarities y backstage de la última etapa activa de la banda, o como el merecido tributo al enorme Richard Wright. No fue así, y en ese contexto no queda más que analizarlo como lo que es: el último disco.

Del cúmulo de tracks instrumentales e introspectivos que inevitablemente suenan parecidos cada uno a otro de The division bell, hacia el final de The endless river aparece Louder than words, la única canción original con letra de Polly Sampson, la esposa de David Gilmour, que es un buen resumen de la vida de la banda. Cuando desde la Rolling Stone le preguntaron al guitarrista si en verdad este era el final, la última canción nueva que escucharíamos de Pink Floyd, fue claro.

"No veo cómo podría ser de otra manera. Todo lo que podría tener algún valor está en The endless river. Intentar algo más después de esto significaría usar el siguiente material de calidad que queda. Y ese no es suficientemente bueno para mí", se sinceró.

Lo cierto del caso, aunque duela, es que además de la mencionada Louder than words, Nervana y la primera parte de Allons-y, lo más valioso está en el material documental en video que aparece en la edición blu-ray de The endless river, con filmaciones en blanco y negro de las sesiones de The division bell, y en las fotos de un precioso booklet interno.

Al fin y al cabo, reconforta recordar que una obra artística vive con independencia de sus creadores y los trasciende. Y aun cuando se terminara editando eso que a Gilmour le sabe a nada, la obra de Pink Floyd ya es eterna.