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¿Ha tenido Breaking Bad el final que se merece?

Nota: este artículo contiene SPOILERS sobre la serie. Sí, ya sé que eso se deduce del título, pero lo aclaro por si casualmente terminase leyéndolo algún ilustre y sapientísimo miembro de la clase política.

Ha terminado. La epopeya criminal de Walter White, alias Heisenberg, alias el hombre en calzoncillos al que se le encasquilla la pistola cuando está a punto de matarse, ha conocido finalmente el momento de una muy anticipada caída del telón. Han sido cinco fantásticas temporadas de gran nivel consiguiendo lo más difícil: que ninguna de esas temporadas terminase desmereciendo al conjunto de la serie. Afortunadamente, Breaking Bad ha terminado a tiempo, antes de que el argumento pudiera salirse definitivamente de madre por el afán de continuar sorprendiendo o diluirse en un marasmo rutinario. De manera encomiable, sus autores la han cerrado en el momento justo. Cuando una serie ha conseguido semejante logro, está claro que el desenlace concreto que elijan para la historia —nos parezca un desenlace mejor, peor o regular— es casi lo de menos, porque no se puede juzgar toda una serie en su conjunto ni olvidar todos sus méritos acumulados solamente porque no nos gusten las decisiones que los guionistas toman para decidir su final.

Al grano: después de ver el último episodio de Breaking Bad escuché comentarios fogosamente entusiastas por parte de amigos o conocidos que me preguntaban si ese final me había parecido tan brillante como a ellos. Un tanto turbado, o quizá debería decir perplejo, me dediqué a leer infinidad de críticas en la red, tanto en español como en inglés, la mayoría de ellas mostrando un entusiasmo similar al de mis conocidos. Y lo cierto es que a mí el final me ha parecido, si no malo, sí ligeramente decepcionante. Como decía, normalmente no le daría más vueltas a esto porque el desenlace de un gran programa es solamente la guinda del pastel que ya hemos disfrutado: si te gusta la guinda te la comes, y si no, la dejas y no pasa nada. Sin embargo, creo que en Breaking Bad han perdido la oportunidad de cerrar a lo grande y confieso que no comparto las alabanzas hacia su desenlace.

Y eso que el antepenúltimo capítulo de la serie, titulado Ozymandias (el decimocuarto de la temporada) me hacía anticipar un desenlace épico. La descomposición moral del personaje de Walter White estaba llegando a su culmen: el descubrimiento progresivo de que su maldad llega mucho más lejos de lo que habíamos imaginado le confería una aureola diabólica que estaba próxima a la satanización. En consecuencia, anticipaba un final de connotaciones casi bíblicas. Sabíamos que no podía terminar bien, que era imposible. Diversos sucesos del argumento no tenían vuelta atrás, a riesgo de terminar pareciendo una amable comedia de Disney donde todo se resuelve mágicamente al final. Y sin embargo, aunque no lo parezca a primera vista, algo de eso ha habido.

Desde hacía bastante tiempo, el argumento nos venía conduciendo a los espectadores por un camino bien delimitado: el de comprender que la creciente podredumbre interna de Walter White estaba destruyéndolo todo a su alrededor. Después de llenar las calles de cristal azul, Walter estaba llenando su entorno inmediato de tragedia, sufrimiento y miseria moral. Pero él, lejos de arrepentirse, parecía hundirse más y más en una espiral de vanidad ciega que solamente podía conducir a un desenlace catastrófico. Como en un profético Apocalipsis, toda la historia nos arrastraba hacia el cataclismo: tras finalizar el capítulo catorce y a falta únicamente de dos episodios, no cabía preguntarse si llegaría el desastre, sino cómo y bajo qué forma concreta se presentaría ese desastre. El personaje de Walter White, en cuanto figura trágica, había llegado ya demasiado lejos como para que hubiese camino de vuelta. Incluso cuando muestra retazos de humanidad e intenta detener el proceso, se da cuenta de que ya no tiene poder sobre el curso de los acontecimientos. Por ejemplo, trata de salvar in extremis a su cuñado Hank, utilizando tácticas que antes le habían funcionado. Pero ha sembrado tal caos que esas tácticas ya no le sirven. Walter White no tiene redención posible porque el porvenir ya no está en sus manos. Su vanidad ha encendido una hoguera y su maldad ha echado gasolina en ella: ni él mismo va a poder librarse de las llamas. En tal proceso, me parece a mí, lo congruente era un desenlace inequívocamente trágico. Y como veremos ahora, los guionistas también lo habían pensado… pero al final no se atrevieron a hacerlo.

Porque en los dos últimos episodios (particularmente en el capítulo final) el tono de la historia da un giro que, lo confieso, me dejó bastante aturdido. De repente, monástico retiro mediante, Walter White regresa entre los suyos conferido de una nueva aureola, que ya no es diabólica. Ahora parece un penitente conducido por una resignada entrega a su destino, con una súbita y cristalina consciencia del bien y del mal que en los episodios anteriores había perdido por completo. Nos encontramos con que Walter dedica el final de la serie a vengarse de los malos, a solucionar lo poco que todavía puede respecto a su familia (garantizar que les llegue el dinero) y a perdonarle paternalmente la vida a Jesse Pinkman (cuando poco antes quería matarlo y estaba siendo sádicamente cruel con él). No es que hayamos asistido a un final feliz (afortunadamente no han llegado al punto de reconciliar a Walter con su mujer e hijo, ¡eso hubiera sido chocante!). Pero sí hemos tenido un final a lo John Wayne que, la verdad, no pegaba demasiado. Un final que innecesariamente intenta salvar algo del desastre que Walter White ha provocado con su actitud, un final poco coherente con lo que se nos había venido mostrando.

Hasta el episodio catorce, el reparto de roles entre los personajes principales nos estaba siendo mostrado con aplastante claridad por los guionistas. Walter White es el protagonista de la serie, pero no es el héroe. Ni tan siquiera es un antihéroe. Walter White termina convirtiéndose en el villano de la serie. Jesse Pinkman sí es un antihéroe, un personaje ambiguo que más allá de sus pecados muestra al menos ciertos retazos de integridad moral y que en última instancia casi siempre está dispuesto a hacer el bien, o al menos a intentar limitar el mal. Algo similar puede decirse de Skyler White. Por su parte, Hank Schrader sí es un héroe, ya que por más que no sea el protagonista absoluto es el que realmente se carga a las espaldas el sacrificio de luchar por el bien. Llegados a ese punto Walter ya tenía su papel de villano bien definido y daba la impresión de que había aniquilado casi cualquier retazo de humanidad que quedase en su interior: los guionistas, muy hábilmente, habían usado a Hank, Jesse y Skyler como contrastes morales. Se necesita mostrar trazas de color blanco para que notemos mejor el color negro. Y Walter, ya completamente barnizado de negro, estaba en el lado oscuro, convertido en el Darth Vader de Nuevo México.

Sin embargo, en los dos últimos capítulos y por motivos que no consigo explicarme más allá de que a última hora hayan decidido descafeinar el tono trágico de la serie, esta tendencia cambia. Todo el entramado dramático que los guionistas habían elaborado para construir esa imagen de un Walter monstruoso es abandonado en pos de una seudoredención cuyo único objeto, creo, ha sido el de satisfacer a los espectadores restaurando parte de su simpatía por Walter White, un personaje que tan solo un par de episodios antes ya no despertaba simpatía ninguna (salvo, claro está, que uno simpatice con los psicópatas). Y esto a costa de la integridad narrativa, de la coherencia con el concepto que se nos había pintado de los personajes en ese punto de la trama. Me ha recordado al innecesario momento de El retorno del Jedi en el que Darth Vader se quitaba la máscara.

Decía que muchas críticas han sido entusiastas, pero no es que haya habido unanimidad. En uno de tantos artículos que he leído sobre el final, en un medio estadounidense (ahora no recuerdo cuál) leí un comentario que me llamó la atención porque se ajustaba exactamente a lo que yo pensaba: el comentarista decía algo así como que, después de tomarse la molestia de convertir a Walter White en un monstruo, los guionistas parecían haberse arrepentido a última hora para subirse al carro de los fans del personaje, como si les supiera mal que Walter White terminase la serie convertido definitivamente en Heinsenberg, en un despojo humano de maldad casi absoluta. Y estoy bastante de acuerdo con esta idea. Los guionistas se han ablandado. Es más, el propio creador de la serie, Vince Gilligan, ha desvelado que efectivamente tenían otros finales en mente. Pero en sus explicaciones ha incurrido en bastantes contradicciones. Por ejemplo, dice que contemplaban un final donde Jesse matase a Mr. White, aunque después nos sorprende diciendo que lo descartaron porque Jesse no tiene el perfil de un asesino (lo cual, curiosamente, no le impide estrangular a Todd en el final actual). Pero particularmente comenta otro final descartado que se me antoja muchísimo mejor:

«Había una versión a la que le dimos vueltas, en la que Walter es el único que sobrevive, se queda de pie en mitad del naufragio, y su familia entera es destruida. Ese hubiera sido un final muy poderoso, pero también una patada en la boca para los espectadores».

¡Equilicuá! El propio Gilligan nos habla de un final «más poderoso» (y evidentemente más acorde con el desarrollo de los acontecimientos) y efectivamente no se requiere de mucha perspicacia para imaginar que hubiese resultado más impactante. Pero finalmente se descartó por ser demasiado duro. Ahora bien, ¿duro para quién? Gilligan no desconoce que Walter White ha reunido toda una legión de fans (o en ocasiones habría que decir believers) que querían verlo terminar en una nota medianamente digna, por más que haya asesinado, chantajeado, manipulado, e incluso haya pretendido envenenar a un niño o justificar el asesinato a sangre fría de otro. Mi hipótesis es la de que Gilligan sencillamente no se ha atrevido a darle a Walter White lo que de verdad merece. Bueno, no es una hipótesis, es un hecho. Al final no recibe lo que merecía.

Más allá de esto, en los dos episodios finales hay algunos elementos que rozan el deus ex machina, algo que llama la atención en una serie donde se ha prestado tanta atención al detalle. Esto explicaría el que Walter fulmine al grupo White Power mediante una ametralladora automatizada que parece más propia de un western cómico o de una película de Robert Rodríguez. De acuerdo, en Breaking Bad ya había aparecido alguna que otra boutade estrafalaria como la secuencia en que Gustavo Fring, justo antes de morir, sale caminando tranquilamente de una explosión con media cabeza vacía y ajustándose la corbata como si nada… un disparate que en su momento me pareció hilarante (eso sí, toda la secuencia previa a su salida en plan zombi de la explosión me dejó boquiabierto por su brillantez: ¡ese timbre! Impresionante momento) pero que se puede y se debe perdonar a una serie de tanta calidad, donde bien pueden permitirse estos jugueteos. Lo de Gus con el cráneo al aire no me pareció mal, o mejor dicho, no me importó verlo. En cambio, cuando hablamos del final, de lo que ha de ser la escena culminante de toda la serie, del desenlace último, hubiese esperado algo más elaborado que un tiroteo al estilo Bricomanía, para ser sincero. Tampoco acabé de captar la ¿muerte? de Walter White, quizá alguien más avispado podría explicarme el asunto, pero que encontré demasiado ambigua. No soy médico y desde luego soy consciente de que una serie de TV no es una clase de patología forense (excepto tal vez el entristecedor reality que protagonizó Anna Nicole Smith) pero lo normal en cualquier película es que el tipo de herida que Walt sufre otorgue algunas posibilidades de supervivencia inmediata, más allá de que el cáncer se lo puede llevar unos meses más tarde o no. Quizá se me escapa algo, pero no veo por qué está necesariamente muerto al final del episodio y en el caso de que pudiera estar vivo, me parecería impropio terminar justo en ese punto.

Todo esto no significa que crea que los dos últimos episodios son malos. En absoluto. De hecho contienen muchos grandes momentos, aunque crea que el episodio previo Ozymandias haya sido en varios aspectos más culminante que estos dos. Es más, incluso la secuencia de la supuesta muerte de Walter, por más que no me termine de cuadrar, está muy bellamente realizada (¡y con música de Badfinger!) y es cautivadora. Pero estos dos podrían ser los dos últimos episodios de una Breaking Bad diferente realizada en un universo paralelo, donde Walter White es menos malvado y donde sabemos que puede ametrallar a pelotones de neonazis en plan John Rambo con un maletero-trampa marca ACME, verdaderamente digno del Coyote intentando cazar al Correcaminos. Lo de la bomba en la silla de ruedas de Héctor Salamanca era quizá extravagante, pero creíble. Lo de la ametralladora y los neonazis es más propio de una película bélica donde John Wayne juegue a la diana con los soldados japoneses.

Breaking Bad ha sido como una gran novela cuyo conjunto nunca podría ser arruinado solamente por las dos últimas páginas, pero en la que esas dos páginas me han hecho exclamar «qué lástima», no porque estén mal escritas, sino porque serían más propias de un libro distinto. Que ha finalizado una grandísima serie y que estas reflexiones sobre el final no cambiarán el hecho de que seguirá siendo una grandísima serie por siempre está bien claro.

Pero hubiese sido fantástico que los escritores se hubieran decidido a cerrar el descenso a los infiernos del protagonista con, efectivamente, una visión del infierno. Que consistiera por ejemplo en la muerte de su familia: lo que para él sería ver el infierno en vida, darse finalmente cuenta de quién es de manera traumática y no por haber estado haciendo retiro espiritual en una cabaña. Algo que culminase el proceso por el que su egocentrismo cruel y descontrolado lo destruye todo a su paso. A mí, por lo menos, su redención a medio gas no me ha convencido. El propio protagonista lo dijo varios episodios atrás: Walter White tenía que haber terminado ardiendo entre las llamas del averno.

Los guionistas no se han atrevido a hacer sufrir más a Walter… y eso les ha quedado muy poco Heisenberg.

Heisenberg sí le hubiera hecho sufrir.