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Entre un 40 y un 60% de los casos de obesidad tienen base genética, pero para que se manifieste dicha enfermedad deben darse también ciertos hábitos o comportamientos desequilibrados



Las causas de la obesidad son objeto de un amplio debate por parte de los especialistas. Aunque tiende a aceptarse como importante el componente genético, se suele exagerar la relevancia de este factor hasta el punto de pensar que no se puede hacer nada para evitar ser obeso. Es una postura tan habitual como negativa, además de irreal en la inmensa mayoría de los casos. Salvo excepciones, la genética no predispone a la obesidad tanto como suele creerse: los genes únicamente permiten que se llegue al sobrepeso si se dan determinadas condiciones ambientales, como una pauta alimentaria inadecuada o sedentarismo. Prueba de ello es que los mismos genes que tenemos ahora los tenían también nuestros antepasados y, sin embargo, sólo en las últimas décadas, y como consecuencia de determinados factores ambientales que antes no se daban, la obesidad ha crecido hasta convertirse en epidemia. Por lo tanto no se deben considerar las causas de la obesidad de forma aislada, sino como una interacción entre genes y ambiente.
En los últimos años se han identificado 32 características genéticas que se asocian con un mayor riesgo de presentar obesidad. Cada una tiene una contribución acumulativa, no es lo mismo tener una característica que las 32, ya que el efecto se potencia: por cada una pesamos medio kilo más. Es decir, una persona que tenga las 32 puede pesar, de media y si tiene unos hábitos desequilibrados, 16 kilos más que la que no tenga ninguna. Gran parte de estas variaciones genéticas están relacionadas con el sistema nervioso y el hipotálamo, donde se regula el apetito y la saciedad. Hay personas que, por genética, tienen más hambre y se sacian menos, o lo que es lo mismo, necesitan más comida para sentirse llenos.
Los test genéticos permiten estimar probabilidad, nunca una certeza de que una persona puede ser obesa, porque las enfermedades complejas dependen de muchos genes, algunos que se conocen y otros que no, y también dependen del ambiente.
Por lo tanto, hay que entender de forma clara que aunque una persona tenga genes que le predispongan a la obesidad, si no se dan los ya mencionados factores ambientales (que, contrariamente a la genética, sí dependen de nuestro comportamiento), esos genes no se expresarán.
El mensaje esperanzador a esto es que, salvo raras excepciones, aquellas personas que tengan una cierta predisposición genética a la obesidad deben ser conscientes de que pueden anularla si siguen unos hábitos alimentarios y de estilo de vida saludable.