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Wes Anderson: director irregular, genio postmodernista

Hoy se estrena en cines El gran hotel Budapest, la última película del original cineasta Wes Anderson, creador tanto de despropósitos como de genialidades, pero siempre fiel a su extravagante, colorida, divertida, familiar y aventurera visión de la vida. Sin duda, hay mejores directores que él, pero no hay muchos con tanta personalidad y estilo, con lo que, ya que gracias a SensaCine pude acudir al preestreno de su último film, hoy he decidido repasar su irregular pero emocionante carrera.


Wes Anderson con la figura del protagonista
de Fantástico Mr. Fox, rodada con stop-motion
Wesley Wales Anderson nació el 1 de mayo de 1969 en Houston, Texas, donde acudió al St. John’s School, que más tarde utilizaría como localización e inspiración para su obra maestra,Academia Rushmore. Sus padres, un publicista y una arqueóloga-agente inmobiliaria no tardaron en divorciarse, lo que Anderson describió como el evento más crucial en el crecimiento de él y sus dos hermanos, Eric y Mel. Sin duda, esto influyó en la temática recurrente de su cine: familias desestructuradas y jóvenes en busca de la aceptación parental.



Desde muy pequeño, Anderson empezó a escribir obras de teatro y hacer películas en Super 8, formato cinematográfico de aficionados con el que empezaron muchos maestros. En 1990, se graduó en filosofía en la Universidad de Texas, donde conoció a su futuro colaborador clave: el actor y guionista Owen Wilson. Con él y su hermano (Luke Wilson) creó en 1994 el cortometraje Bottle Rocket, que sirvió de base para el primer largometraje del cineasta: Bottle Rocket (Ladrón que roba a ladrón) (1996), sobre tres atolondrados jóvenes (los hermanos Wilson y Robert Musgrave) que deciden cometer atracos para llamar la atención de un jefe mafioso (James Caan parodiándose a sí mismo) con la idea de que la vida debe llenarse de riesgo para ser real.

Ante el fracaso de Bottle Rocket, Owen 
Wilson pensó alistarse en la Marina
La película fue bien recibida por la crítica, que probablemente percibió el potencial de Anderson, pero pasó desapercibida en taquilla por la poca confianza que el estudio depositó en ella quizá a raíz de los excesivos despropósitos del guión. No obstante, Anderson se definió pronto como un cineasta postmodernista enormemente original dispuesto a sorprender al espectador con cada secuencia. Destacan en su ópera prima varios elementos que se volverían típicos de su filmografía: el protagonismo de entrañables perdedores, el uso intenso de la cámara lenta, la música vibrante de Mark Mothersbaugh, quien le acompañaría durante sus tres siguientes películas, y la inclusión de una canción de los Rolling Stones, en este caso “2000 Man”.


Tras su interesante pero mejorable ópera prima, Anderson confeccionó una de las películas más destacables de los 90: Academia Rushmore (1998), una peculiar comedia sobre un adolescente (perfecto debut del sobrino de Francis Ford Coppola, Jason Schwartzman, quien se volvería un rostro habitual de los films de Anderson) entusiasta de clubes y actividades extraescolares pero desastroso en los estudios que se enamora de una profesora (maravillosa Olivia Williams en su primer papel importante) y toma al padre de dos compañeros de clase (genial Bill Murray, quien sería nominado al Globo de Oro al mejor actor de reparto y aparecería desde entonces en todos los films del cineasta) como figura paternal a la vez que descubre que debe competir con él por ella.

Academia Rushmore marcó el inicio de la fructífera
relación profesional entre Jason Schwartzman y Anderson
La película fue enormemente aclamada por la crítica y bien recibida por la audiencia, entre la que empezó a crearse un pequeño culto hacia Wes Anderson, quien pudo así crear American Empirical Pictures para producir desde entonces todos sus films. El propio Martin Scorsese aclamó al director, al que comparó con Leo McCarey y Jean Renoir, por su humorista pero emotiva visión de la vida y el amor depositado en sus inusuales personajes. No es para menos, pues se trata de una maravillosa comedia llena de chispa y originalidad que explora con ingenio las principales temáticas del cineasta tejano: la fina línea entre infantilismo y madurez, entre locura y sensatez, entre fracaso y éxito.

Los Tenenbaums fue un
sorprendente éxito de taquilla
La siguiente película de Anderson es una nueva prueba de la descripción de Scorsese y uno de sus mayores éxitos de público, pese a que su confuso tono dramático-cómico imposibilita al espectador decidir si debe reír o llorar. Se trata de Los Tenenbaums. Una familia de genios (2001), una comedia dramática sobre una pareja peculiar (Gene Hackman, ganador del Globo de Oro a mejor actor cómico, y Anjelica Huston, otra fiel colaboradora del director gracias sin duda a su impagable gestualidad) separada tras tener tres hijos (Ben Stiller, Luke Wilson y Gwyneth Paltrow), todos ellos exitosos pero decepcionados con la vida e irremediablemente acercados al fracaso a raíz de los desaciertos de su padre.


Pese a la peculiaridad del guión (por el que Anderson y Owen Wilson fueron nominados al Oscar y al BAFTA), el film fue todo un éxito de taquilla, recaudando más de 50 millones de dólares en EE.UU. pese a que no fueran pocos los críticos que la definieran como pretenciosa y aburrida, palabras que fueron aún más empleadas para definir el siguiente film del cineasta: Life Aquatic (2004), que, pese a estrenarse en el Festival de Berlín, apenas recaudó la mitad de su presupuesto de 50 millones (curiosamente, la misma cifra recibida por su anterior éxito). Se trata del único film del cineasta que alcanza las dos horas de duración, lo que me lleva a pensar que quizá parte de su metraje debería haber desaparecido en la sala de montaje.

Bello póster de Joshua Budich
para Life Aquatic
La película cuenta la historia de un oceanógrafo (Murray) que recluta una peculiar tripulación que incluye a su esposa (Huston), una periodista (Cate Blanchett) y un joven que podría ser su hijo (Owen Wilson) para vengar la muerte de su colega a manos de una mítica criatura submarina. Todos ellos se embarcan en una extravagante aventura donde no faltan las rencillas familiares y los golpes de humor pero sí el ritmo. Y es que, en su afán por huir de la normalidad, Wes Anderson suele dejarse llevar por el despropósito, perdiendo al espectador en el camino. Ese es sin duda su principal defecto, aunque afortunadamente desde este bache Anderson ha aprendido, poco a poco, a controlarlo.


Algo mejor recibida pero de nuevo arrítmica y excesivamente peculiar, Viaje a Darjeeling (2007) volvió a fracasar en taquilla y, pese contar con un presupuesto muy inferior al de su anterior producción (17 millones), volvió a granjear pérdidas a sus productores. El film sigue a tres hermanos (Jason Schwartzman, Owen Wilson y Adrien Brody) distanciados por el paso del tiempo que, tras la muerte de su padre, se reúnen para hacer un viaje espiritual en tren por la India. Anderson decidió grabar el film allí en honor al brillante cineasta indio Satyajit Ray, a quien dedicó la película. Esta vez no fue Wilson sino Schwartzman quien coescribió el guión junto a Anderson y Roman Coppola, hijo de Francis Ford Coppola. Se trata de la primera película del cineasta que no termina con una secuencia en cámara lenta, uno de sus recursos favoritos.

Viaje a Darjeeling marca el inicio de la etapa 
de tonos cálidos de Wes Anderson
La fuerza de la película reside en el irresistible uso del color y la estridente emotividad de las relaciones fraternales, pero, aunque la originalidad y el sentido del humor la convierten en una experiencia entretenida, de nuevo parece que los personajes se zarandeen sin rumbo fijo. Mención especial merece la terrible traducción del título al castellano, pues Darjeeling no es el destino del viaje, sino el medio (el nombre del tren); probablemente fue traducido por alguno de los muchos que no terminó de entender la película, que, por cierto, iba acompañada del cortometrajeHotel Chevalier, una especie de prólogo que mostraba la emotiva historia del personaje de Schwartzman con su novia (Natalie Portman, tan perfecta como siempre).

Hotel Chevalier es el cortometraje más 
aclamado de Wes Anderson
Tras dos fiascos seguidos, Anderson decidió probar suerte en un nuevo terreno y se embarcó en una adaptación animada de una obra de Roald Dahl sobre un zorro ladrón de granjas: Fantástico Mr. Fox(2009). Extravagantemente creada con la tecnología stop-motion, la película contaba con las perfectas voces de George Clooney, Meryl Streep y, de nuevo, Schwartzman y dio a Anderson el Annie al mejor guión (compartido con Noah Baumbach), galardones a los que también optó como productor y director. Además, la película obtuvo dos nominaciones a los premios Oscar: mejor largometraje de animación y mejor banda sonora original para la hermosa partitura de Alexander Desplat, brillante compositor que desde entonces sustituiría a Mark Mothersbaugh como colaborador habitual de Anderson, marcando además la nueva y mejorada etapa de éste.

Con su humor sutil y su estética seria, Fantástico 
Mr. Fox es un claro ejemplo de animación para adultosPese a los numerosos galardones, incluido el premio a mejor película del Festival de Annecy y el logro especial de la NBR, el film apenas recuperó la inversión. Y es que, aunque algunos la definieron como un cuento de hadas para adultos lleno de gags y sorpresas visuales, otros volvieron a criticar la falta de ritmo y coherencia. Probablemente, todos tenían razón, pero lo innegable es que se trata de una película única y una nueva muestra del talento creativo de Anderson.


No obstante, la situación financiera del cineasta empezaba a ser preocupante y un nuevo resbalón podía suponer su ruina. Por suerte, no fue el caso. En el Festival de Cannes de 2012 se estrenó Moonrise Kingdom, quizá la mejor película del cineasta hasta el momento (y, curiosamente, la única sin colaboración de Owen Wilson) gracias a aplicar su personal estilo a una trama más sencilla y agradable. Los novatos Jared Gilman y Kara Hayward encarnaban a la perfección a dos niños exploradores que, hartos del aburrido mundo de los adultos, deciden huir al campo, lo que sirve a Anderson para destapar los recuerdos de familiares y amigos que andan en su busca. Siempre quise ser una huérfana. La mayoría de mis personajes favoritos lo son. Creo que vuestras vidas son más especiales”, le confiesa ella a él en un momento puramente Anderson.

Moonrise Kingdom fue designado uno de los mejores
films del año por el American Film Institute
Bellamente filmada con tonos cálidos y llena de momentos únicos que convirtieron su guión en uno de los mejores del año (siendo Anderson y Roman Coppola nominados a los premios Oscar, BAFTA, Satellite y Spirit por él), el film enamoró a la crítica y el público y, sólo en EE.UU., triplicó su presupuesto en taquilla. Wes Anderson por fin había encontrado el modo de crear películas entretenidas para todo tipo de públicos manteniéndose fiel a su personal visión, capaz de estar presente en un agradable cortometraje de siete minutos como Castello Cavalcanti (2013), de nuevo protagonizado por Jason Schwartzman.


Y ésta es precisamente la línea seguida por El Gran Hotel Budapest (2014), película que, sin ser perfecta, puede considerarse como la consolidación del estilo del peculiar cineasta. Una vez más, la historia solo es una excusa para el despliegue de aventuras, sorpresas y maravillas visuales, pero, en esta ocasión, el ritmo es trepidante y los gags inagotables. Sin duda es de gran ayuda el excepcional reparto, formado por muchos de los rostros habituales de los films de Anderson (Adrien Brody, Willem Dafoe, Jeff Goldblum, Edward Norton, Tilda Swinton, Harvey Keitel y, por supuesto, Bill Murray, Owen Wilson y Jason Schwartzman) y otros que probablemente volvamos a ver en su filmografía, como F. Murray Abraham, Jude Law, Saoirse Ronan y Léa Seydoux, quien este mismo año ha protagonizado tres cortometrajes promocionales de la nueva fragancia de Prada (Prada: Candy, 2013), inspirados en la película Jules y Jim (François Truffaut, 1961). De todos modos, el protagonismo esta vez corresponde a Ralph Fiennes y el primerizo Tony Revolori, ambos absolutamente fantásticos.

El Gran Hotel Budapest optará sin duda a múltiples
galardones técnicos en la próxima temporada
El film narra la historia de un legendario conserje de hotel (Fiennes) que, junto al empleado que convierte en su protegido (Revolori), se ve envuelto en el robo de una pintura renacentista de valor incalculable cuya posesión siembra el conflicto entre los familiares de la fallecida propietaria (Swinton, por completo escondida bajo el maquillaje). Sin embargo, es en la estética donde encontramos el absoluto deleite: cada plano del film está cuidado al mínimo detalle y el habitual gusto de Anderson por la simetría, con personajes ocupando el centro exacto del plano, se convierte esta vez en la norma. Es éste un logro que el cineasta debe compartir con su director de fotografía, Robert D. Yeomon (quien ha filmado todas sus películas de acción real), y su diseñador de producción, Adam Stockhausem, quien ya trabajó en Viaje a Darjeeling y Moonrise Kingdom y acaba de optar al Oscar por 12 años de esclavitud (Steven McQueen, 2012). Ambos son ya favoritos para los próximos premios de la Academia, que también deberían valorar, por lo menos, la maravillosa banda sonora de Alexander Desplat.

Wes Anderson con su colaborador habitual, 
Bill Murray, en el set de Life Aquatic
La película se estrenó en el Festival de Berlín, donde obtuvo el Premio del Jurado, y promete convertirse en uno de los éxitos de la temporada, pues, además, es un film cuya magnificencia visual debe contemplarse en pantalla grande. No es común que este inigualable cineasta aplique con tal perfección su personal estilo a la narración de una historia envolvente (de hecho,Academia Rushmore y Moonrise Kingdom pueden considerarse los dos únicos casos anteriores), con lo que El gran hotel Budapest puede considerarse todo un triunfo.


Wes Anderson ha citado como influencia a cineastas tan variados como François Truffaut, Louis Malle, Orson Welles, Satyajit Ray, John Huston, Mike Nichols, Hal Ashby, Stanley Kubrick y Roman Polanski, pero sin duda se ha forjado su propia presencia. Como guionista, director y productor de sus films, Anderson es un perfecto ejemplo de autoría cinematográfica, pues controla todo el proceso, incluido el casting y el plano visual. Aun así, él defiende que sus personajes son más importantes que su estilo: “Intento no repetirme. Pero parece que nunca dejo de hacerlo en mis películas. No es algo que me esfuerce en hacer. Sólo quiero hacer películas que sean personales, pero interesantes para la audiencia. Siento que se me critica por anteponer el estilo a la sustancia, pero la meta de cada una de mis decisiones es hacer avanzar a mis personajes”. El cariño que profesa por éstos es innegable, pero agrada comprobar que, poco a poco, Wes Anderson empieza a controlar su desbordante genialidad.