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Esto no es un juego, nena, estamos atrapados

(Por Lean Bukka White / 26 de septiembre de 2014)

¿Cómo se sobrevive a un intento de secuestro? ¿De haber estado a nada de pasar al anonimato? ¿Cómo se sobrevive luego… al miedo?

En ese momento caí en la situación, dije: ‘bueno, me quieren llevar’. Y durante dos segundos lo único que se me ocurrió fue pararme ahí y pensar: ‘bueno, ya está, ya fue, ya desaparecí, ya no existo más’. Puede ser cualquier persona y en ese momento era yo, que iba a desaparecer…”


Run like Hell

Son las 12 menos cuarto de la noche, previa de un miércoles que anuncia un paro “nacional” al otro día. Una figura pequeña, cabello negro, ojos marrones, sale de los derredores de Paseo La Plaza dispuesta a tomarse el colectivo que la lleve a su hogar. No es un recorrido nuevo para ella: ya estuvo allí, ya olió sus huellas, ya pisó esas baldosas.

A medida que se adentra en los callejones paralelos para acortar camino, se da cuenta que otra figura la empieza a seguir. Porque esas cosas no se saben, sino que se intuyen, empieza a variar el recorrido. Para confundir, para suprimir sospechas.

Dobla, primer intento. Nada, la figura la sigue. El primer desprevenido cree que es su sombra. Aquí la calma es clave: la impaciencia es el peor regalo que se le puede dar a estos sátrapas, es entregarse gratis y sin razón –no obstante lo cual, la desesperación ya rueda en las venas. Y ahora, el sujeto avanza veloz.

Dobla otra vez, segundo intento. Vuelta a tomar el mismo camino de antes, rumbo a avenida Córdoba. No se aleja el miedo, no se acaba el temor y para colmo no hay un alma en la calle –excepto ella y aquel extraño que, ahora –a menos de 2 metros suyos – la empieza a correr.


Correr

Correr ahora es la única orden que le imprime su cerebro. Ir hacia las luces borrosas de la avenida, borrosas como los paisajes que se difuminan y empiezan a pasar a toda velocidad y un, dos, tres diez cien mil imágenes se le cruzan por la cabeza al mismo tiempo que evita ese taxi que ya vio donde 3 tipos le tiran miradas como balazos, esperando a la presa. Ahí hay complicidad, sin ningún tipo de dudas.

Y así nomás, pasar por al lado – ¡por al lado! – del coche, lanzarse a cruzar la calle como si no hubiera un mañana, mientras los ecos de ¡¡Te vamos a matar, puta!! resuenan en su mente, esquivando el auto que casi la lleva a otro mundo, y seguir escapando hasta ver otro grupo de personas, con otra luz, brotados de la nada, que finalmente la cobijan bajo su brazo. La pesadilla terminó (el terror no). Si pasaron 10 minutos, es mucho.





“Los que están en la calle, pueden desaparecer…”

Natacha Durán (19) es estudiante y militante, y hace poco más de un mes pudo haber sido (otra) víctima de los secuestros y desapariciones de Argentina. Se salvó gracias al instinto, que le gritó escapar en ese momento, y al colectivo de personas que la ayudaron una vez cruzada la calle. “No sé de dónde saqué las fuerzas para doblar de golpe la calle; casi me atropella un auto… y lo primero que uno se cuestiona cuando finalmente zafa es: “Finalmente, estoy viva, conservé mi nombre, y no estoy trabajando un prostíbulo”. O sea “qué bueno” y qué lástima que se diga “qué bueno”, y que uno tenga que conformarse con eso después de esa situación. Pensaba en el concepto de ‘no existir’”.

En Argentina, hasta Octubre del año pasado, más de 700 mujeres estaban desaparecidas, 86 de ellas en un rango de entre 12 y 30 años. No se sabe con exactitud debido a que no hay cifras oficiales, sino que los datos salen de la cruza de estadísticas que han elaborado ONG’s como Red Solidaria y Missing Children.

Nunca se sabrá el motivo por el cual se quería secuestrar a Natacha. Lamentablemente, las posibilidades son infinitas. Podría haber sido para tráfico de personas, venta de órganos, o prostitución. Hoy se podría estar hablando de otra María Cash. De otra Candela, de otra Ángeles, de otra Melina. Y también podría haber sido víctima de los asquerosos medios de comunicación masivos que juzgan y banalizan casos tan dolorosos y profundos, sólo cuando la agenda lo marca. Esta vez se evitó, pero pudo pasarle a cualquiera, en cualquier momento.


La fiebre paranoica

Rock N’ Ball se acercó hasta la casa de Natacha (‘Tachi’, como la llaman en su círculo) para conocer sus sensaciones y saber qué sucedió después de tan temible episodio. De paso, también dar cuenta de quiénes son los aliados, quiénes no y quiénes simulan serlo.


RNB: – A pesar de ser las 12 de la noche, ¿no había policías alrededor?


T: – No. No, los únicos policías que había eran los que estaban sobre Corrientes. Pero te digo, ya habían pasado las 12, era paro. No sé, bah, no creo que la policía haya adherido a algo así, pero no, no había nadie. Y si había, la verdad, es que no me extrañaría que no hagan nada. Esa es la realidad.


RNB: – ¿Hiciste la denuncia correspondiente?


T: – No.


RNB: – ¿Por qué no?


T: – Porque es… no son personas a las que uno pueda simplemente confiar. Ir a hacer la demanda y no esperar que te fichen, que te sigan pasando cosas o que haya persecuciones después… O sea, no sólo hay persecuciones a los militantes, sino que hay persecuciones a mujeres que simplemente denuncian este tipo de cosas. Lamentablemente, hoy hay millones de posibilidades y nunca se sabe efectivamente por cuál te están secuestrando. Y eso… es terrible. O sea, el hecho de que la policía esté tan involucrada te da mucho más miedo; y, no, no vas a hacer la denuncia. Primero, porque tenés todas las razones para no hacerlo, para desconfiar de la policía, y porque sabés que no te va a servir de nada. O sea, las denuncias están planteadas; y la sociedad, la sociedad estructuralmente tiene que cambiar. Para que una, como mujer, en una situación así, primero, lo cuente. Se anime a contarlo, se anime a hacerlo público, y se anime a denunciarlo. Nunca iría a una comisaría a decir algo así. Tengo más posibilidades de desaparecer así que en la calle de vuelta. Lamentablemente, ¿no?


De Orgullo y de Miedo

¿Y entonces? ¿Dónde está la solución? Porque si no se puede confiar en los métodos de denuncia tradicionales (policía, medios masivos de comunicación), ¿cuál es la salida? Desde su costado, parece ser que la clave es construir “lucha” desde un lugar propio, autónomo. Desde uno mismo. De hecho, ella misma se encargó de hacer pública su situación una vez ¿pasada? la angustia.





Porque, tristemente, para este enclave se conjugan varias y complejas situaciones: la posibilidad de los victimarios de poder actuar libremente; el enorme negocio que significa la trata –para cualquier propósito sea- de personas (40.000 millones de dólares al año según la ONU); y el peor factor: la silenciosa y tácita complicidad de la sociedad que no se anima, o no quiere. Aquella que avala desde el prejuicio (llámese machismo, sexismo, ignorancia, homo/xenofobia) que el otro sufra.


RNB: – Y vos, ¿cómo salís a la calle hoy?


T: – Al otro día ya tuve que salir a la calle. Y al principio era mirar al piso. No sé, alguien me decía algo y tenía ganas de largarme a llorar. Pero después entendí que eso era, en parte, lo que ellos quieren. Que yo tenga miedo. Y desde el primer día que salí a la calle después de esto, dije “Yo no voy a tener miedo”. O sea, yo voy a mirar ahora a cada pajero, con la mejor cara de orto y con la peor cara que yo pueda llegar a tener, y decirle: “No es tu problema, no te pedí tu opinión, cerrá la cola…”.
En la calle, quizás, tener más cuidado, pero siento que si salgo a la calle, es porque me estoy comprometiendo con algo. Me estoy comprometiendo a demostrar que esto sigue pasando, que no te tenés que quedar en eso. O sea, el miedo está, y lo que peor podés hacer es tener miedo. Es como dar un paso hacia atrás cuando lo único que tenés que hacer es dar un paso hacia adelante. Y entendiendo que no sólo te pasa a vos. Entendiendo que tenés que decirlo porque hay gente que la pasa. Cuando yo lo puse en Facebook, y lo puse por privado, se compartió como 150 veces. Un montón de gente me habló por privado diciendo ‘a mí me pasó lo mismo’. Y digo: “qué loco, porque hay 50 personas a las que le pasó lo mismo”.


RNB: – ¿Conocidos o desconocidos?


T: – Conocidos, desconocidos, a medio conocer… No importa, ¿viste? Amigos de amigos. Y vos decís: ‘Mirá qué loco, porque a través de la viralización de lo que fue este estado, hubo un montón de gente que dijo ‘ah, a esta piba también le pasó’”, y se lo sacó para afuera. Una amiga se me largó a llorar cuando me lo dijo. Entonces, esto es lo que hay que hacer: hay que dejar de tener miedo. Porque, que te implanten miedo, te lo van a implantar de todos lados: en la televisión, en la calle, a través de lo que es los medios de comunicación.
O sea, para mí la actitud que hay que tener es salir a la calle, con la frente bien en alto, siendo Mujer, con ovarios. Entender que ‘menos mal que no desapareciste vos, pero va a desaparecer otra piba en tu lugar’. Que sí, sos un individuo de la sociedad, y que por esas pibas que desaparecen hay que hacer algo. Empatizarse, y no creer que uno está solo, porque lo peor que uno puede creer es que está solo, y eso nada más te va a llevar a tener miedo. Yo no digo que tener miedo después de un episodio así esté mal, lo que yo digo es que hay que superarlo e ir por más. Y que espero que haya gente que reaccione, que salga, y que lo cuente, y que se lo saque para afuera. Tener amor propio, y de ese amor propio reaccionar como mujeres, despertarse.


RNB: – Estás planteando una batalla.


T: -Sí, sí, estoy loca. Pero entendí que tenía que hacer otra cosa. Como que quedarme en casa con miedo era responder como ellos quisieran que responda. Y no… eso no va a pasar.