Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios".
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra.
Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul.
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces.
Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras,
pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: 'Volveré a mi casa, de donde salí'.
Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada.
Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio".
Dejando de lado la ridícula explicación de algunos en el sentido de que Jesús expulsaba demonios por cuenta y orden del jefe de los demonios, hoy nos queda la certeza del poder de Jesús, que cura, sana, salva, corrige, expulsa lo malo con el poder del dedo de Dios, no hay nadie ni nada más fuerte que Él.
En la opinión de la gente de aquel tiempo, Satanás dominaba el mundo mediante demonios. Él era el hombre fuerte y bien armado que guardaba su casa. La gran novedad era que Jesús conseguía expulsar los demonios. Señal de que él era el hombre más fuerte que llegó.
Ese dedo de Dios escribió las “tablas de la ley” en mi corazón y en el tuyo. Ese dedo de Dios curó a los enfermos y me cura y nos cura a cada uno de nosotros. Ese dedo de Dios ordenó el universo y ordena mis desordenes personales, físicos, psíquicos, emocionales, mis tendencias malas, mis malos hábitos.
Ese dedo de Dios tiene la fuerza suficiente para confirmar mi fe, para hacerla fuerte, para aumentarla.
Ese dedo de Dios tiene poder para cauterizar mis heridas sobre todo del corazón, acariciar mi alma limpiando de malos pensamientos que tienen que ver con la vida propia o ajena, borra las huellas de pasado que dejamos en sus manos para que no nos atormenten más.
En ese Dedo de Dios, estamos seguros, con él, somos más, somos mayoría aplastante.
Cuando Él nos limpia queda en nosotros la perseverancia, la vigilancia. Muchos son los que quedan limpios, pero después no ponen esfuerzo en mantener la “casa en orden”. En nuestra vida de gracia, nosotros ponemos el esfuerzo, la voluntad, la firme intención, la decisión de seguir al Señor, y Él hace el resto. ¿Podríamos poner un porcentaje? ¿Quizás un 20 y un 80? Quién sabe. Dicen que en el perdón, uno pone el 5% y Dios el 95%... pero siempre hay que poner algo de parte de uno… quedarnos de brazos cruzados, es ya no luchar, es creer que todo viene de arriba y cuando no vigilamos, no estamos atentos, somos aún más vulnerables que antes cuando buscábamos y buscábamos. Y el demonio aprovecha la ocasión para ganar de nuevo la batalla. Y peor aún, se ríe más porque nosotros ya sabemos, ya gozamos del amor de Dios y sin embargo nos fuimos…
Por eso hoy de nuevo debemos pedir, gritar, suplicar si es necesario, que la fuerza del Dedo de Dios vuelva a actuar en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra mente. Si, ya lo pedimos una y otra vez, pero somos débiles, tropezamos de nuevo en la misma piedra, y Jesús sabe de nuestras debilidades y sin embargo, no se cansa de perdonarnos, como dice el Papa Francisco, pero debemos poner ese pequeño porcentaje que nos toca.
Así sea.
http://sergiovaldezsauad.blogspot.com.ar/2014/10/lucas-1115-26.html
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra.
Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul.
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces.
Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras,
pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: 'Volveré a mi casa, de donde salí'.
Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada.
Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio".
Dejando de lado la ridícula explicación de algunos en el sentido de que Jesús expulsaba demonios por cuenta y orden del jefe de los demonios, hoy nos queda la certeza del poder de Jesús, que cura, sana, salva, corrige, expulsa lo malo con el poder del dedo de Dios, no hay nadie ni nada más fuerte que Él.
En la opinión de la gente de aquel tiempo, Satanás dominaba el mundo mediante demonios. Él era el hombre fuerte y bien armado que guardaba su casa. La gran novedad era que Jesús conseguía expulsar los demonios. Señal de que él era el hombre más fuerte que llegó.
Ese dedo de Dios escribió las “tablas de la ley” en mi corazón y en el tuyo. Ese dedo de Dios curó a los enfermos y me cura y nos cura a cada uno de nosotros. Ese dedo de Dios ordenó el universo y ordena mis desordenes personales, físicos, psíquicos, emocionales, mis tendencias malas, mis malos hábitos.
Ese dedo de Dios tiene la fuerza suficiente para confirmar mi fe, para hacerla fuerte, para aumentarla.
Ese dedo de Dios tiene poder para cauterizar mis heridas sobre todo del corazón, acariciar mi alma limpiando de malos pensamientos que tienen que ver con la vida propia o ajena, borra las huellas de pasado que dejamos en sus manos para que no nos atormenten más.
En ese Dedo de Dios, estamos seguros, con él, somos más, somos mayoría aplastante.
Cuando Él nos limpia queda en nosotros la perseverancia, la vigilancia. Muchos son los que quedan limpios, pero después no ponen esfuerzo en mantener la “casa en orden”. En nuestra vida de gracia, nosotros ponemos el esfuerzo, la voluntad, la firme intención, la decisión de seguir al Señor, y Él hace el resto. ¿Podríamos poner un porcentaje? ¿Quizás un 20 y un 80? Quién sabe. Dicen que en el perdón, uno pone el 5% y Dios el 95%... pero siempre hay que poner algo de parte de uno… quedarnos de brazos cruzados, es ya no luchar, es creer que todo viene de arriba y cuando no vigilamos, no estamos atentos, somos aún más vulnerables que antes cuando buscábamos y buscábamos. Y el demonio aprovecha la ocasión para ganar de nuevo la batalla. Y peor aún, se ríe más porque nosotros ya sabemos, ya gozamos del amor de Dios y sin embargo nos fuimos…
Por eso hoy de nuevo debemos pedir, gritar, suplicar si es necesario, que la fuerza del Dedo de Dios vuelva a actuar en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra mente. Si, ya lo pedimos una y otra vez, pero somos débiles, tropezamos de nuevo en la misma piedra, y Jesús sabe de nuestras debilidades y sin embargo, no se cansa de perdonarnos, como dice el Papa Francisco, pero debemos poner ese pequeño porcentaje que nos toca.
Así sea.
http://sergiovaldezsauad.blogspot.com.ar/2014/10/lucas-1115-26.html