


El alma es el “primer principio vital”, o sea, la última razón interna de la vida del viviente. Es propio del alma, “anima”, el “animar”, es decir, hacer vivir al cuerpo.
La presencia o ausencia del alma, principio vital, es lo que hace la diferencia entre un cuerpo animado, (o sea, viviente,) y un cuerpo inanimado.
Según Aristóteles, el alma es “el acto de un cuerpo orgánico que tiene vida en potencia”. Es decir, el organismo viviente está obviamente adaptado, “en potencia”, para la vida, pero sólo en la medida en que está actualizado por una forma sustancial que, siendo sustancialmente simple, es el origen de esa unidad “per se” del viviente, no reductible a un conjunto de piezas, ni de átomos, ni de células ni de órganos tampoco.
Por eso la destrucción o separación, según el caso, de esa forma sustancial (“muerte”) no implica la inmediata desaparición del entramado físico del organismo, que se convierte en cadáver.
Por eso, lejos de distinguir al ser humano de los demás seres vivos, el alma es lo propio del ser vivo como tal. Lo que distingue al ser humano es el alma espiritual, inmaterial, e inmortal.
Por eso sí, sin duda, se trata del alma, porque se trata de la forma sustancial. Se trata de un todo que es anterior a sus partes, cosa inconcebible para el mecanicismo. No anterior porque afirmemos la preexistencia de las almas, sino porque la Idea del ser vivo está eternamente en la mente divina.
En el caso del ser humano, el alma o principio vital es espiritual, o sea, dotado de un ser propio, independiente de la materia y por eso mismo capaz de existir separado de la materia.
Sobre esta base, sólo puede haber “vida humana”, en el sentido propio del término, cuando está presente el alma humana espiritual. En el tomismo, la materia es lo que es gracias a la forma sustancial. La materia prima, último sustrato de los seres corpóreos, es de suyo pura potencialidad e indeterminación. Lo que la hace existir en acto y la determina a tener una naturaleza específica es la forma sustancial, que en los seres vivos, como dijimos, se llama “alma”.
Lo que distingue a la materia de un gato de la materia de un perro es la forma sustancial, o sea, en este caso, el alma, del gato o del perro. De hecho, parece claro que los mismos elementos químicos integran al gato, al perro y al hombre, de modo que la diferencia esencial y no meramente accidental entre ellos debe asignarse a un elemento de orden inteligible y metafísico como es el alma.


“Persona” (al menos en el ámbito de lo creado) es el individuo de naturaleza racional.
“Individuo” quiere decir algo que existe, no como parte de otra cosa, ni tampoco como conjunto de cosas, ni como propiedad de una cosa, sino como un todo unitario e independiente, sujeto de propiedades.
“De naturaleza racional” quiere decir que por naturaleza tiene o puede llegar a tener inteligencia y voluntad. Nos podemos preguntar en efecto qué le faltaría a un individuo de naturaleza racional para ser persona. Ya es una sustancia, algo que existe en sí mismo, y no en otro, algo que es sujeto de propiedades y no propiedad de algún otro sujeto.
Ya es un organismo viviente de la especie humana con su código genético específico. Ya tiene, por su naturaleza racional, al menos radicalmente, la inteligencia y la voluntad que son las facultades operativas propias de la persona.
Sobre esto último, ver más abajo.


El óvulo y el espermatozoide, cada uno por su lado, no son “individuos”,sino partes de un individuo: de la mujer y del varón respectivamente. Además, ni siquiera tienen los 46 cromosomas propios de la especie humana, sino solamente 23 de ellos cada uno.
En cambio, el fruto de la concepción, llámesele cigoto, es un individuo. No es parte del cuerpo de la madre, pues no cumple ninguna función propia del organismo materno, y además, puede ser de sexo masculino, cosa que evidentemente no puede corresponderle a una parte del cuerpo de una mujer.
Y además, llega a ser claramente un individuo humano por un mero proceso de desarrollo. El desarrollo no puede producir un individuo que antes no existía, porque es siempre el desarrollo de algo y su resultado por tanto es ese mismo algo, más desarrollado.
La cuestión entonces está en saber si ese individuo cigótico es o no de naturaleza racional. En caso afirmativo, es persona, en caso negativo, no lo es.

En la persona hay que distinguir el ser sustancial de la persona, sus facultades operativas específicas, la inteligencia y la voluntad, y los actos de esas facultades. El acto de pensar es distinto de la facultad o capacidad de pensar, porque no siempre estoy pensando actualmente, pero siempre tengo la capacidad de hacerlo.
Esa misma capacidad también puede entenderse en un sentido próximo o remoto: una es la capacidad de pensar que tengo estando despierto, y otra la que tengo estando dormido, donde de todos modos conservo la capacidad de pensar una vez que me despierte.
Pero la capacidad o facultad misma también se distingue del ser sustancial de la persona, a la vez que se fundamenta en él. Yo no soy ni mi inteligencia ni mi voluntad, sino que las tengo a ambas. No puedo identificarme con ellas, porque ellas a su vez se distinguen realmente entre sí. Además, no es mi inteligencia la que piensa, sino que soy yo el que piensa mediante mi inteligencia; no es mi voluntad la que quiere, sino que soy yo el que quiero, mediante mi voluntad.
Por eso mismo, no me identifico ni con mi inteligencia ni con mi voluntad, que son las facultades específicamente “personales”.
Por otra parte, el hecho de que esas facultades personales específicas no estén actualmente en el cigoto no quiere decir que no estén en él radicalmente. En efecto, las facultades sí que no le vienen “de fuera” al sujeto sustancial, sino que sus capacidades operativas son como una emanación de su esencia, de su propia naturaleza.
El ser humano no es racional porque tiene inteligencia y voluntad, sino que tiene inteligencia y voluntad porque su naturaleza, la de su ser sustancial, es una naturaleza racional, al estar determinada por una forma sustancial que es el alma espiritual.
Por tanto, desde que existe la persona están en ella al menos radicalmente las facultades personales específicas, aunque no estén en ella actualmente debido a su temprano estado de desarrollo.
Por tanto, así como pueden faltar los actos de las facultades personales sin que falten las facultades mismas, así también pueden faltar esas mismas facultades, sin que falte el ser personal.
Y eso es lo que sucede en el desarrollo embrionario, donde primero se da ante todo el ser sustancial de la persona, yluego, en algún momento, surgen las facultades personales específicas de inteligencia y voluntad, y luego, en algún otro momento, se produce la primera actuación de esas facultades.
Esto vale también para la “conciencia de sí mismo”, que es un acto particular de la facultad intelectiva.
Pero por lo que dijimos arriba, “vida humana” en sentido propio sólo puede haber si está presente el alma espiritual. Y eso es justamente la naturaleza racional, un alma espiritual animando un cuerpo.
Por tanto, si después de la concepción hay vida humana en el sentido propio del término,es por la presencia del alma espiritual, y entonces,hay un individuo de naturaleza racional, y entonces, hay una persona, al menos en cuanto a su ser sustancial, aunque no estén presentes actualmente las facultades operativas correspondientes ni menos aún los actos propios de esas facultades.
No tenemos ahí ni vida humana en potencia, ni ser humano en potencia, ni persona en potencia, sino vida humana, ser humano y persona humana en acto, porque está en acto el ser sustancial de la persona compuesto de alma espiritual y materia. Lo que está en potencia en todo caso son las facultades personales y los actos de esas facultades, pero eso no es lo definitorio, como vimos, del ser de la persona.
Para evitar esa conclusión hay que decir que lo que surge de la concepción no es vida humana propiamente dicha.
Eso tiene dos inconvenientes: por un lado, lo propio de la transmisión de la vida en los seres vivos es que todo ser vivo engendra a otro ser vivo de su misma especie. Mientras que aquí habría que decir que el cigoto no es, al principio al menos, de la misma especie que sus padres, pues no es humano.
¿De qué otra especie sería?
¿Sería un individuo de especie no humana?
¿No sería aún un “individuo”, hasta recibir el alma espiritual? Pero biológicamente el cigoto es un organismo, es decir, una totalidad unitaria que consta de partes diferentes dotadas de funciones diferentes.
Y el proceso de diferenciación que comienza con la misma fecundación y continúa incluso después del nacimiento no tiene cortes, es un proceso unitario en el cual sería totalmente arbitrario señalar un punto cualquiera como aquel en el que con la introducción del alma espiritual se daría el cambio sustancial que convertiría a un conjunto de células individuales en un solo individuo, y de naturaleza humana y personal.
Y en segundo lugar, que eso que no sería humano, tendría sin embargo la composición genética, los 46 cromosomas, propios de la especie humana y de ninguna otra especie.
Por lo tanto, a la luz de la fe cristiana es por lo menos más probable que su contraria la tesis que dice que la persona humana existe desde la concepción.
El cigoto humano es sustancia, no accidente. No es propiedad de otra cosa, sino sujeto de propiedades. Existe en acto, obviamente, porque en todo caso estará en potencia sólo mientras no se unen el óvulo y el espermatozoide. Es individual, seguro. Y es de naturaleza racional, porque:
1) es el resultado de la acción procreadora de dos sujetos de naturaleza racional, y por la procreación se trasmite al hijo la naturaleza de los padres, no otra.
2) además, si la naturaleza humana procede de los padres,no puede ser que esa naturaleza venga después de la concepción, porque entonces debería venir de una causa que no son ambos progenitores, cuya acción conjunta ya pertenecería al pasado: o bien vendría de sólo uno de ellos, probablemente la madre, que sería entonces la única progenitora, o bien de un tercero, y ninguno de los padres sería el verdadero progenitor.
Esto es importante, porque si admitimos todos que la presencia o ausencia del alma espiritual desde la fecundación no puede probarse apodícticamente ni por argumentos empíricos ni por argumentos filosóficos ni por argumentos teológicos basados en la Revelación, entonces queda que la cuestión tiene que decidirse en base a lo que resulte más probable.
Y parece claro que por lo arriba dicho, en una antropología cristiana y católica es más probable que su contraria la tesis que dice que el alma espiritual está presente en el hombre desde la fecundación.

Se suele objetar con el caso de los gemelos monocigóticos: la posibilidad de división del cigoto para dar lugar a dos individuos distintos estaría mostrando que ahí no había aún un individuo de la especie humana.
Pero lógicamente hablando, la incompatibilidad entre un solo individuo y dos o más individuos existe solamente tomándolos en el mismo instante temporal, no tomándolos sucesivamente.
Es claro que un individuo no puede ser dos o más individuos, pero de ahí no se sigue que no pueda devenir dos o más individuos.
De hecho hay seres vivos, como algunos gusanos y estrellas de mar, a los cuales se les puede cortar una parte que luego se desarrolla y sigue viviendo como otro individuo autónomo de la misma especie.
¿No era por eso un individuo aquel al que le fue cortada esa parte?
¿Qué pasa en ese caso con el alma espiritual, se preguntará? Pues que si Dios se ha “comprometido” a crear una nueva alma individual cada vez que es fecundado un nuevo cigoto de la especie humana, también se ha comprometido a hacerlo cada vez que un cigoto ya fecundado se divide.
De hecho, no hay otra opción que ésa, desde la fe católica, para el caso de los gemelos monocigóticos, pues es claro una vez que han nacido que ambos son personas humanas y tienen alma espiritual, y no han podido recibirla ambos en el momento de la fecundación, a no ser que admitamos la existencia de un cigoto con dos almas.

Por lo que toca a la tesis materialista que dice que no existe un alma humana inmaterial y espiritual es contraria a la fe católica y por tanto, falsa. Pero si se la profesa, entonces no hay lugar a dudar si el alma espiritual estará presente o no.
En esta hipótesis, “vida humana” quiere decir simplemente tener los 46 cromosomas propios de la especie. El cigoto los tiene, y sigue siendo, obviamente,un individuo. Y la “naturaleza racional”, en clave materialista, habrá que explicarla por los 46 cromosomas en definitiva, de modo que lo lógico sería reconocer que desde la fecundación el cigoto es un individuo de naturaleza racional, o sea, una persona.

¿La maduración del sistema nervioso como criterio para la vida personal?
Las precisas definiciones de persona mencionadas hablan de una naturaleza dotada de razón, así como la facultad de auto-reflexión, de la capacidad de diálogo y de la libre elección voluntaria. Estas características presuponen un sistema nervioso en funcionamiento. Sin embargo, sabemos por la Embriología que los primeros rasgos del sistema nervioso no aparecen antes del día 16 del desarrollo embrionario (especificación del cuadro neurológico). Así se comprende que se intente –de formas muy diversas– acoplar, tanto el ser personal del hombre como su dignidad e inviolabilidad, al desarrollo cerebral. Al igual que se establece para el final de la vida humana un criterio claro y reconocido por todos –la muerte cerebral– también habría de situarse el comienzo de la vida humana en el principio de la vida cerebral. Si la muerte cerebral es señalada por la parada de las corrientes cerebrales (EEG), también el comienzo de la vida cerebral deberá ser establecido por la aparición de las corrientes cerebrales como signo de la actividad neuronal.
Respecto al desarrollo de las sinapsis, Sass (1989) se deja llevar por datos poco fiables: construye una "red de seguridad ética complementaria" (p. 173) que sólo a partir del día 57 después de la fecundación atribuiría "a la vida humana incipiente una protección jurídica completa haciéndola objeto de una total solidaridad y atención éticas" (p. 173).
Esta postura contiene una serie de puntos susceptibles de crítica:
1) En relación al desarrollo de las sinapsis tendría que llegarse a conclusiones contrapuestas a las que de hecho se sacan. La maduración de las neuronas, de las conformaciones neuronales y de las sinapsis son un ejemplo de la continuidad en el desarrollo. Por lo demás, la maduración de las neuronas no se produce al mismo tiempo en todo el sistema nervioso sino que varía según el lugar. El proceso de maduración completo dura mucho tiempo. Querer aislar un instante determinado en este proceso de larga duración sería altamente arbitrario. La maduración del sistema nervioso no concluye ni mucho menos con el nacimiento.
2) Sass ensaya una simetría entre el "no más" de la muerte cerebral y el "todavía no" de la vida cerebral (p. 172). Dicha simetría no se sostiene, sin embargo, ya que la muerte cerebral es incontestable, mientras que la vida cerebral llega con seguridad sólo con que se deje crecer al embrión. Con la muerte cerebral se apaga toda potencialidad corporal, mientras la fase anterior a la inicio de la vida cerebral no se asemeja a la de la muerte sino que se caracteriza precisamente por las posibilidades vitales latentes en ella.
3) Si la facultad de comunicarse se toma como criterio para que se pueda hablar de ser personal, entonces también el día 57 del embrión se sitúa, con mucho, demasiado pronto. El feto todavía no está capacitado para la comunicación, si bien el desarrollo del sistema nervioso ya está en un período muy avanzado. Sass se contradice consigo mismo. Por ello, establecer la personación a la edad de 57 días no puede ser más que una arbitrariedad.
“La vida de un embrión humano es tan sagrada como su desarrollo a sus diez años o como su proceso hasta la muerte”.

