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Lucha en el barro, pero de promedios académicos. Con el caso Reposo, saltó a primera plana el debate en torno al tema del promedio académico y su verdadero peso y también el valor que se le atribuye a la cantidad de años que lleva terminar una carrera.

Es que para defender a Reposo de sí mismo -de su 4,75 de promedio y de sus ocho años en la Facultad de Derecho de la UBA-, Aníbal Fernández le imputó a Raúl Alfonsín en su carrera de abogacía, también en la UBA, un promedio de 3,15. Reposo, por su parte, lo acusó de haber alcanzado un 3,52. Y una militante radical de nombre Ruth Aguiar, que publicó en Facebook la copia de un documento de la Facultada de Derecho de la UBA, quiso salvarlo con supuestas evidencias de un 8,45. En el documento se leía "Nota número 845", que parece más una numeración burocrática antes que un promedio académico.

Lo que queda claro del desempeño académico de Alfonsín luego de numerosas consultas a Ricardo Alfonsín, Margarita Ronco y Paula Atlante, del equipo del senador Gerardo Morales, es lo siguiente. En esa época, 1950, se evaluaba con una escala conceptual que empezaba por "insuficiente" y culminaba en "distinguido". Por eso en el legajo oficial no hay promedio académico numérico, pero sí una anotación en manuscrito al margen que dice 3,15, pero que nadie sabe explicar de dónde sale. Y Alfonsín se graduó de abogado en cuatro años cuando la carrera duraba cinco.

¿Tiene sentido esgrimir el promedio académico a la hora de sopesar las condiciones profesionales de adultos con años en el mercado de trabajo no importa si corporativo o político? Los cazadores de talentos y los especialistas en la economía del capital humano vienen diciendo mucho sobre el tema. Hay conclusiones sólidas.

"Buenas notas implican que sos inteligente, serio y motivado. Notas mediocres implican lo contrario", dice, en su blog, la experta en reclutamiento de personal y desarrollo de carrera best seller en Estados Unidos, Lindsay Pollak.

Aunque esta creencia está en discusión y muchos headhunters prefieren incorporar variables más intangibles como inteligencia emocional y social, la fe en el promedio académico como primer filtro sigue funcionando.

En la encuesta 2007 de la Asociación Nacional de Universidades y Empleadores de Estados Unidos, el 66 por ciento de los empleadores reconoció que filtran candidatos según su promedio académico.

Las notas pesan sobre todo después de recibirse. "En los niveles iniciales de acceso al mercado de trabajo es más importante el promedio académico", explica Gonzalo Mata, director asociado de Wall Chase Partners, dedicada a la búsqueda de ejecutivos.

En profesionales con años de trayectoria, en cambio, el promedio académico se relativiza, pero siempre que se dé una condición: la acumulación de experiencia y de logros irrefutables. "A medida que subimos en una organización, es más importante la experiencia y los logros que el promedio académico", explica Mata.

Por eso no tendría sentido cuestionar, por ejemplo, a Beatriz Sarlo, que fue una estudiante universitaria mediocre, tardó seis años en recibirse y tuvo un promedio de poco más de siete, porque sus logros de años minimizan su desempeño universitario juvenil. O al ex juez Gabriel Cavallo que terminó su carrera con un módico promedio de 7. Lo mismo podría argumentarse de Alfonsín, cuyo liderazgo político vuelve vano el dato del promedio.

En los sectores más técnicos del mercado, el promedio académico sólo tiene peso en posiciones intermedias donde los conocimientos técnicos son claves. Si ese mismo profesional accede a una posición de gobierno de la organización -explica Mata-, el promedio y su carrera académica pasan a segundo plano. "Se supone que puso eso a prueba en los puestos que fue ocupando." Pero en el mundo del Derecho, aclara Mata, lo técnico importa siempre.

Por el contrario, un promedio académico alto no logra cubrir la falta de liderazgo o capacidad estratégica de un ejecutivo. "Hay expertos con promedio alto sin habilidades de conducción", dice Mata.

Respecto de los años que lleva terminar la carrera, todo depende de en qué se hayan invertido esos años. Para Daniel Novegil, por ejemplo, alto ejecutivo de Techint, la cantidad de años adecuados son signo de foco y capacidad para privilegiar lo importante. Sin embargo, también se valora si la demora acarreó experiencia a través de pasantías o trabajando al mismo tiempo.

En su trabajo "¿Importan los años para graduarse? El efecto de la graduación demorada en el empleo y los salarios", la investigadora Giorgia Casalone demuestra que la demora en recibirse es una variable que los empleadores tienen en cuenta para discriminar entre las habilidades de los candidatos a una posición.

Es necesario poner el promedio académico, y los años para graduarse, en contexto. Pero lo que está claro es que en este debate, el caso Reposo representa la tormenta perfecta. Bajísimo promedio académico, demasiados años para recibirse que no está claro en qué fueron invertidos y una trayectoria sin logros relevantes en el mundo del Derecho, que ponen en cuestión su experiencia para el cargo que tenía que cubrir.