
Por Rubén Reyes “…
Todo comenzó cuando yo tenía 13 años. De repente, una mañana mi mama se puso en huelga. Dijo que yo ya estaba grande y podía hacerme mi propio desayuno y, por lo tanto, ella ya no me lo iba a hacer, dado que siempre llegaba tarde al trabajo por acomodarse a mi horario. ¿Qué hice? Empecé a irme a la escuela sin desayunar. No era que no podía hacerlo, pero nunca lo había tenido que hacer y no veía por qué tenía que comenzar ahora…”
Quien habla así es mi amigo Félix. Por alguna razón, él, Jorge y yo terminamos hablando de los constantes conflictos que teníamos con nuestras madres de un tiempo para acá. Fue interesante ver que todos habíamos pasado por lo mismo.
Por ejemplo, cuando yo tenía 14 años mi mama dejó de plancharnos la ropa, aunque nunca dejó de cocinarme.
Mi hermana planchaba su ropa, pero yo por boludo me iba a clases con la ropa ajada, como “mascada de vaca”. Mi mama se preocupaba de que la gente la criticara por “ser una mala madre” por no cuidarme bien, entonces a veces me obligaba a planchar mi ropa, pero después de tanto pleito me dejó tranquilo. Me acostumbré a andar con la ropa arrugada y no lo volvimos a discutir.
Para Félix fue diferente. Uno de esos días en que fue al colegio sin desayunar, no aguantó y se desmayó. Mandaron a llamar a su mama y lo llevaron donde una doctora. No tuvo mayores complicaciones, pero su mama sufrió un ataque de culpabilidad porque su hijito se hubiera desmayado. Así Félix consiguió que su mama volviera a hacerle el desayuno, aunque puso la condición de que lo hicieran juntos. A él no le pareció tan mala la idea. Unas semanas después, ella tenía que salir de la casa muy temprano y le pidió que se hiciera el desayuno. No hubo problema, ese día Félix aceptó de buena gana.
Más tarde, la mamá de Félix dijo que le parecía que a los 13 años él ya era capaz de hacer sus cosas y que no era necesario que se le hiciera todo. Tendría que volver a hacerse su desayuno. Félix no aguantó y explotó diciéndole: “Acordate de lo que pasó en el colegio. Todo el mundo va a saber de que sos mala madre. Todas las mamas les hacen el desayuno a sus hijos sin protestar. No sé para qué me tuviste si me ibas a matar de hambre. Sos mi mama y tu obligación es hacerme las cosas”.
Al oír esto, ella se arrechó y le dijo: “Mira chavalo, yo no te tuve para ser tu esclava toda la vida. Tenés manos y cerebro, podés hacer tus cosas. A tu papa lo dejé porque lo único que quería era que fuera su esclava y pasaba gritándome y ordenándome. A vos no te voy a dejar porque sos mi hijo y te quiero, pero tampoco tengo que aguantarte. También tengo una vida y cosas que quiero hacer…”.
Félix, que guardaba resentimiento de que su mama se hubiera separado de su papa, siguió gritándole: “Sí, verdad, primero corriste a mi papa y ahora me estás corriendo a mí. Desde que comenzaste a ir a esas reuniones de mujeres ya no sos la misma, ya no nos querés. Debe ser cierto lo que dicen, que todas las mujeres feministas terminan odiando a los hombres y abandonan a sus maridos y a sus hijos”.
¡Ala…! Hubieras visto, la mama de Félix ardió de cólera y quiso volteárselo, pero se contuvo. Estaba asustado, nunca la había visto tan arrecha, pero solo dijo: “Me voy a la mierda…”.
Félix y su mama no se hablaron durante más de una semana. Aquella discusión la había dejado sintiéndose resentida y culpable. Quería mucho a su hijo, pero no iba a dar un paso atrás. Si quería que la respetara, tenía que parársele duro. Félix había quedado resentido y confundido. No entendía qué le estaba pasando a su mama. ¿Por qué de repente protestaba por todo, si antes hacía todo en la casa? Por fin, la mama de Félix se le acercó y le pidió disculpas por haberle gritado así, pero le dijo que para el bien de todos iban a tener que llegar a un acuerdo sobre la convivencia. Félix también pidió disculpas por haberle dicho cosas tan feas. Y le pidió que tuviera más paciencia con él, pues no era tan fácil todo esto, además de que le estaba pidiendo ayuda para hacer trabajo de mujeres.
Ella le contestó que estos trabajos “no tienen sexo” y que la cosa no era que él le “ayudara” en la casa, sino que todos compartieran las tareas, o sea que todos tenían que poner de su parte. Así no tuvo más remedio que aceptar (además que por dentro, él le daba la razón), aunque no le gustó, pues ¿a quién le gustan las tareas domésticas?
Dice Félix que ahora la cosa va más o menos, aunque a veces él y su mama se pelean por los quehaceres, pues todavía anda un poco renegado, aunque al final los hace. Pero hay otras cosas que causan conflicto y a Félix no le gusta el conflicto, menos con su mama. Por eso él se cuida de ver pornografía o de decir cosas machistas delante de ella: “No me gusta que diga que voy a ser igualito a mi papa: inaguantable. Con mis amigos es distinto, siento que puedo escupirlo todo, decir lo que realmente quiero y pienso”.
Estuvimos de acuerdo en que uno actúa de maneras distintas según estés con tu mama o con tus amigos. Sucede que cuando tu mama te pregunta adónde fuiste con tus amigos, respondés: “Anduvimos por ahí…” Y si ella te pregunta: “¿cómo te va con tu novia?”, pues contestás que bien y ya.
Sabemos que nuestras madres están frustradas cuando no les contamos nada de nuestras vidas, pero tampoco queremos que nos vigilen o nos critiquen.
Pero Jorge opina que no lo siente tan así con su mama: “Mi mama me enseñó a ser más sensible, a no ser tan rústico”.
“Es cierto, ella es feminista y me reclama cuando digo cosas machistas, y yo le reclamo cuando ella no está en la casa y yo llego. Pero… ¿sabés? Es súper inteligente. Cuando yo tengo un problema, me ayuda a ver cómo solucionarlo. También me ha enseñado a respetar a las demás personas y a evitar la violencia. Tampoco es tan fácil, todavía me dan ganas de patear a cualquier maje que hable mal de mi mama. Una cosa es que yo le reclame, otra cosa es que otro maje que ni siquiera la conoce se atreva a irrespetarla”.
En cambio, Félix siente que su mama se ha vuelto muy intolerante con él: “Ni un tenedor sucio puedo dejar en la mesa porque ya está pegando cuatro gritos. Pero no es sólo esto”. “A mí me parece que mi mama ha perdido sensibilidad. Aparenta ser demasiado independiente y eso no me gusta para nada. Siento como si ella se hubiera distanciado de mí”.
Todos estamos de acuerdo en que nuestras madres y nuestras hermanas no tienen que aguantar tanto machismo, y especialmente en sus propias casas y en sus familias. Pero como dice Félix: “No por ser feminista deja de ser madre y es mentira de que vamos a dejar de ser machistas de la noche a la mañana, pero a veces siento que se ha vuelto intolerante a cualquier gota de machismo que pueda tener. Y otra cosa, no por ser feminista ella dejó de ser autoritaria e impositiva. Tanto habla de igualdad, para aquí y para allá, pero muchas veces en la casa no siento que haya igualdad: ella manda y yo tengo que aguantar”.
A pesar de todos los conflictos, hasta Félix dice haber aprendido mucho de su mama, pero no se lo dice porque no quiere dar su brazo a torcer.
Félix me confesó: “A veces quisiera que mi mama fuera “normal” como las mamas de mis amigos, que estuviera siempre en la casa y todo eso”.
“Pero a veces me pongo a pensar que sería muy aburrido también. Con el tiempo me he venido acostumbrando a mi mama. Quizás hasta llegue a gustarme una mujer activa como mi mama, aunque por ahora me gustan las que no me exigen mucho”.
Félix no es el único que vive una contradicción como esa. Muchos nos acomodamos fácilmente a tratar con muchachas que no nos piden mucho. Pero como dice Jorge, también es emocionante la idea de encontrarse una mujer como su mamá, menos tradicional, que hace cosas interesantes, que es inteligente y… ¿por qué no? Una mujer que nos empuje a ser menos machistas.