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(Relato propio)

Uno ya podía advertirlo en inferiores. Un muchachito talentosísimo era ése. Morrudo, fuerte de piernas, ágil como una liebre. Sus pies eran manos sutiles, con ellas inventaba espectáculos impredecibles. No se equivocaban aquellos comentarios que circulaban los tablones: lo creían un reformador del deporte.

Escaló a primera de jovencito, rapidísimo se convirtió en estrella. Ahí fue cuando el entrenador rompió precedentes al echar el resto del plantel; se sentó ante las cámaras y dijo no necesitarlos. Un veinticuatro de junio, domingo. En cancha paró un jugador. Las gradas del estadio eran un efecto dominó de bocas abiertas. Ganó el partido, solo. Cinco a dos. Recuperaba la pelota al borde del área, en mitad de cancha, antes de que el esférico cruzara la línea de cal, y salía furiosísimo hacia el campo adversario, esquivando conos que parecían piernas, hasta llegar frente al arquero petrificado que sentía cómo se inflaba la red sobre su espalda.

El hecho ganó el mundo en horas. Llegaron periodistas de todos lados para la fecha siguiente, de local. La señal llegó también a Islandia y las zonas más pobladas de Groenlandia. Fue un cuatro a cero, fácil. Uno notaba que había aprendido de los errores defensivos del anterior partido. Verlo andar por el verde era grandioso. Daba un pase de cuarenta metros y llegaba a tiempo para dormirlo con la almohada izquierda. Los tiros de esquina los lanzaba siempre a la puerta del área para cabecear con envión.
Pronto, otros entrenadores adoptaron el sistema. Los equipos se reducían; jugaban seis, jugaban cuatro, jugaba uno sólo como aquel. Al principio hubo un puñado de suplentes, luego uno, ninguno. Rebalsaban noventa mil personas para ver a dos disputándose el resultado. La pena o gloria estribaba sobre sus dorsales únicas. Tanto llanto por el yerro de alguno, tanto festejo por la lucidez de otro. Las remeras de los fanáticos llevaban el mismo apellido. Todo elogio, toda crítica venenosa, recayó sobre el responsable. Uno hasta se apiadaba.

Desde entonces se juega distinto. Dicen que el equipo murió por ser innecesario, que uno solo hace bien el trabajo. Nada más los mayores recordamos. Nada más nosotros añoramos.