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La lluvia comenzaba a aumentar con el paso de los minutos. El camino de tierra poco a poco se convertía en lodo y más lodo. El maletín de cuero que llevaba firme en su mano izquierda se mojaba con las gotas fina al igual que su chaquetón. Solo su cara se mantenía seca y bien resguardada bajo ese sombrero estilo detective de los setenta.



El cartel era muy claro: "Bienvenido al circo" se podía divisar a distancia señalando el sendero que conducía a los remolques. Antes de ellos, una mesa hábilmente adornada con manteles lujosos y bellas inscripciones para parecer una oficina al aire libre. En la silla, un hombre corpulento, bien vestido, con facciones fuertes, todo un marino, solamente que adornado con las prendas de un cirquero.
- ¿vuestro nombre?
El hombre ni siquiera quitó la vista de la hoja en la que escribía. Un toldo lo cubría mientras el agua caía poco a poco con mas intensidad. El hombre del maletín y el sombrero de detective se posó frente la mesa y observó fijamente la figura del cirquero.
- me llamo Julián.
- ¿ qué es lo que se te ofrece en este lugar?
- empleo.
El cirquero soltó el bolígrafo, guardó la hoja en su portafolios y levantó la mirada.
- si no comes espadas y cagas plata será mejor que des media vuelta.
- no como espadas, ni cago plata. Pero si lamo bien las suelas.
El cirquero estalló en una carcajada casi exagerada mientras veía el rostro escondido de aquel hombre. Estiró su mano hacia su bolsillo sin dejar de reír, un leve y fino movimiento con su mano trajo consigo un habano barato que aparentaba ser de calidad. Antes de que pudiese buscar algún fosforo o encendedor, este ya tenía fuego delante de él, en la mano del forastero.
- así que quieres cualquier trabajo - murmuró mientras acercaba su habano al fuego - pues si quieres apalear la mierda de elefante, no te podré decir que no.
Una tos convulsiva atacó al corpulento hombre, el habano seguía en su boca, al igual que la tos lo retorcía hasta el punto de levantarse de su asiento. Julián se adelantó tratando de servirle de soporte, pero el brazo grueso como un tronco del cirquero lo apartó muchos metros hacia atrás.
- ¡toma una pala! - vociferó mostrándole un balde que sostenía un trapo y un par de palas oxidadas - toma una de esas y comienza a trabajar.



No iba a desobedecer, menos en su primer día. Julián sostuvo con más fuerza su maletín, y dejó al cirquero con su tos convulsiva para tomar su instrumento de trabajo. Los grandes tiempos en el afamado circo habían acabado, pero jamás los podría olvidar. Menos el hecho que llevó al circo a cerrar sin la esperanza de una nueva función. Nadie querría volver a ver a los imbéciles que por equivocación desplegaron una red modificada para cazar pumas. Una red con sogas viciadas, bañadas en la arena que deja un vidrio perfectamente molido, que convierte a lo que sea en un artefacto cortante. Los mismos imbéciles que dejaron el acto correr sin ni siquiera sospechar de la trampa mortal que le esperaba al trapecista si llegaba a caer. Como era de esperar el trapecista cayó y en la primera caída su piel se desolló. Un grito de dolor llenó la carpa, cada vez más intenso con cada rebote que por la caída de altura el trapecista daba. Los niños observaron en primera fila como la piel se le caía con cada golpe contra la red, como la sangre teñía las sogas de rojo, como los gritos de dolor le erizaban la piel al mismo hombre que se hacía llamar "sin miedo". Nadie vio venir que el desollamiento en vida y desangramiento hasta la muerte iba a ser el último acto que presentara "el gran circo de los hermanos Cuarot", dejando a todos sus empleados, a la suerte de la calle.
Un ambiente sombrío y lúgubre envolvía los al rededores del circo, algo común en un día lluvioso. Un aire diferente poseía la atmosfera creada por los remolques, una atmosfera que producía cierto escalofrío en la espalda.
La lluvia caía sin cesar. El ruido del impacto de las gotas contra el techo metálico de los remolques producía una sonajera ensordecedora. De nada ya servía su sombrero, su rostro estaba empapado. El lodo se formaba bajo sus pies, y se volvía cada vez mas fastidioso mientras avanzaba hacia los remolques. Una puerta de latón se abrió de golpe dejando salir a un hombre delgado y alto, que a tumbos, se acercó a Julián.
- ¿ que se le ofrece forastero? ya ha llegado muy lejos.
- soy... soy el recoge caca del elefante.
El hombre reía a carcajadas. Si se veía de lejos parecía que se doblaba hacia atrás y hacia adelante. No era una sorpresa para nadie que este hombre trabajaba como bufón. Se le notaba en la cara.
- amigo, creo que te han tomado el pelo.
- ¿de qué hablas? - Julián parecía asustado.
- amigo. En este circo no hay animales.
El hombre tomó del hombro a Julián y empujó para que comenzara a caminar. Los rayos habían comenzado a caer y la lluvia no pensaba detenerse. Detrás de los remolques se alzaba algo que Julián no sabría describir. El payaso solo se limitaba a observarlo como una atracción ya conocida:
- "bienvenido al Atila". Un circo de fenómenos.
Una construcción anormal se alzaba delante de ellos. Parecida a un remolque pero extrañamente construida, su fachada le hacía parecer una casa de los horrores. Una sensación sombría y oscura hizo que sus canillas comenzaran a temblar. Por nada del mundo Julián querría entrar dentro de esa aterradora construcción. El solo observarla le hacía helar la sangre, le producía un escalofrío que le recorría todo el cuerpo, una sensación de pavor lo invadía recomendándole echar a correr por el camino lodoso por el que vino. No lo haría.
- si a trabajo se refería, creo que asear la mansión de los fenómenos era lo que él buscaba decir. - el payaso lo observó señalándole la puerta.
- ¿con una pala?
- este es un circo diferente a los demás - pronunció el payaso sin darle respuesta a la pregunta de Julián - no es parecido al circo de los hermanos Cuarot. En nada.
- ¿ cómo sabes que yo... ?
- deberías irte - en sus ojos se notaba un miedo. El payaso miró fijamente a Julián mientras le extendía su mano. - deberías volver.
- no tengo donde ir.
- no entres ahí.
La puerta era pesada, le tomó tiempo a Julián abrirla. Una oscuridad aterradora inundaba el interior. Un golpe firme hizo que la puerta se deslizara y se cerrara detrás de él. La desesperación lo invadió. La oscuridad era tal que no dejaba ver nada más que su propia nariz. Ya no era miedo lo que él tenía, era pavor.
- ¿hola? ¿hay alguien? - la voz de Julián se amplificaba enormemente en el lugar, pero no había respuesta. - ¿hay alguien? por favor, ¡necesito luz para limpiar!
Tras él se oyó un ruido. Eran como cadenas moviéndose seguidas por ruidos guturales. Julián cayó al suelo buscando alejarse pero el ruido volvió a escucharse aún más cerca. Eran cadenas moviéndose y chocando entre sí, oyéndose cada vez más cerca, casi al punto de estar a centímetros de Julián. Casi sentía como las cadenas chocaban contra él. Aquel ruido gutural se volvía cada vez más sombrío y cercano. Los escalofríos le recorrían la espalda, y el pánico lo invadía llenándolo de desesperación.
- hey, ¡¿hay alguien aquí?! ¡me he caído! y ¡necesito ayuda!
- no podemos ayudarte, no podemos.
El horror lo congeló ahí mismo donde se encontraba, voces de dolor, atormentadas, le respondieron en la oscuridad. Su corazón latía tan fuerte que podía ser oído sin ningún problema. Solo cuando su cuerpo respondió cayó en la desesperación echando a correr por la oscuridad. El batir de una jaula y el pesado hierro en su cara fue lo que lo detuvo y lo volvió a tumbar, ahora el terror lo invadía hasta los huesos mientras el ruido de las cadenas y los sonidos guturales se oían rozando con su oído.
- ¿quien anda ahí? ¡solo déjenme ir!
Las paredes comenzaron a retumbar. Los ruidos guturales se aproximaban y se alejaban. El chocar de las cadenas retorcían los demás sonidos. Las voces comenzaban a alzarse por sobre todo repitiendo incontablemente la frase: " no podemos ayudarte, no podemos".
Julián gateaba sin rumbo entre la oscuridad siendo atacado por estos aterradores ruidos. Cada célula de su cuerpo deseaba volver atrás y haberle hecho caso al payaso que le advirtió. Una tos convulsiva se desató dentro, mientras los ruidos no se detenían. Casi como si hubiera sido las campanas de Santa, Julián gateando desesperadamente siguió aquella tos con una idea clara de quien se trataba. Ya había oído esa voz, ese mismo día, hace pocos minutos.
- ¡señor!, ¡señor!, ¿es usted? he entrado y...
- ven aquí Julián, sigue mi voz. - susurró sin que la tos se detuviera.
De la nada los ruidos extraños se detuvieron. Las voces, los choques de las cadenas, los ruidos guturales. Todo quedó en silencio en el instante en que aquella voz se dejó oír.
- ¿es usted señor? ya no quiero su trabajo. Solo déjeme marchar. Solo quiero irme.
- levántate, da media vuelta y camina en línea recta. Al llegar a la puerta, en el lado izquierdo, enciende la luz.
Julián caminó tembloroso, la luz le demostraría que todo era su imaginación. Todo creado en su mente por el hecho de haber presenciado tal escalofriante estructura. Al ver al cirquero delante de él, ambos reirían. Julián sería el hazme reír un tiempo hasta que todos olviden que el nuevo se cagó en los pantalones por entrar a oscuras en la mansión vacía de los fenómenos. La puerta estaba delante de él, y el interruptor a una mano de distancia. Un simple movimiento y todo se iluminó.
Las jaulas eran de acero oxidado irrompibles e inviolables, las cadenas los sostenían aferrándolos a las paredes, el sucio piso era el hogar para unos tantos de ellos. Sus pequeños cuerpos hacían erizar hasta el último pelo del cuerpo, dejando un sabor amargo en la boca al observar la perfección de sus amputaciones. Los ruidos guturales salían de las bocas de aquellos que se les fue arrebatada la lengua, el choque de las cadenas eran los movimientos bruscos que hacían aquellos enjaulados en esas trampas oxidadas, las voces a coro que pronunciaban repetidamente una frase eran los afortunados que conservaron su lengua, y los rasguños en las paredes ya manchadas completamente de sangre era de unos cuantos que aún poseían para su desgracia sus brazos.
Un cartel se alzaba sobre aquella escena macabra sacada de la historia más despiadada jamás antes contada. En letras negras y escritas con una tipografía del horror, se alzaba la frase: "Bienvenido al otro lado"
- ¿Aterrado? - preguntó mientras sacaba un habano. - no deberías estarlo. Ellos pidieron empleo, ellos querían dinero, ellos querían un techo. Yo les día dos de tres. Necesito ganarme la vida, y los circos de animales son inhumanos, solo ver a un pobre animal enjaulado me causa repulsión.
Las nauseas comenzaron a abordarlo. Hacia el lado que mirara estaban ellos, aferrados a sus jaulas o estirando su cuello desde la pared o el suelo entablando contacto visual con Julián, transmitiéndole el terror y el dolor en el que estaban sumergidos.
- Cuando monté el circo, busqué al animal cuya cantidad en este mundo es tan absurda que su caza debería estar legalizada para todas la temporadas. Mendigos, ladrones, ociosos, viciosos, escoria humana, de las peores castas puedes encontrar en esta habitación. Les di redención, les di trabajo, les di un hogar, les di salvación. Observa muy bien a cada uno de ellos. Terror en sus ojos, dolor en su rostro. Cada extremidad mutilada, cada lengua cortada, cada dolor al cual fueron sometidos, ellos lo merecían. Mi pared del horror ante ti fue presentada, obsérvalos muy bien y... "Bienvenido al Atila, El circo de los fenómenos".
Las taquillas estaban llenas, la lluvia había amainado después de tres días de extensa tormenta. Las familias se reunían en la carpa del circo en busca de un tiempo familiar mientras los niños traviesos con los adultos solitarios daban una vuelta por lo que era "El otro lado"
- Damas y caballeros, curiosos niños. Ante ustedes les presento la nueva adquisición que este circo realizó - recitaba el cirquero con gran entusiasmo. - Dios es amor, pero en momentos como estos, la misericordia divina se reduce a nada. ¡Observad al ser abandonado de Dios! ¡traído desde el mismísimo averno, les presentó a Yang!
El cirquero dio media vuelta con un leve indicio de que iniciaría con su tos convulsiva. Un leve jalón a una tela color negro noche dejó al descubierto una improvisada vitrina parecida a la de un hábitat animal del más pobre zoológico. En su interior, un raro bulto hacia esfuerzos por tratar de desplazarse. Las miradas aterradas de los espectadores se fijaban solo en él, abandonando a los demás fenómenos que componían el acto de " El otro lado". Algunos no podían evitar las nauseas al observar tal aberración de Dios, otros solo quitaban la mirada y se largaban del lugar, pero los mas morbosos no podían dejar de mirar aquel bulto que en esfuerzos vanos trataba de moverse por su hábitat propio.
Para muchos describirlo era inenarrable. No tenía piernas, sus brazos parecían haber sido cercenados y luego cauterizados, su piel tenía tintes de haber sido arrancada con suma delicadeza, sus ojos fueron retirados y sus parpados volteados, su nariz estaba totalmente destrozada, su boca sin dientes se movía jadeante en esfuerzos bruscos para poder respirar. Solo la piel de su rostro y el pelo que conservaba hacían posible decir que este ser era humano, aún mas para el payaso ahora maquillado que observaba de forma paciente el acto, le hacía posible decir que aquel ser en la vitrina días antes tenía un maletín en mano, un sombrero en la cabeza y una advertencia sobre él: No entres ahí.