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Hola a todos, aqui voy a mostrarles 3 creepypastas

La primera se titula: Psicosis


Domingo

No estoy seguro de por qué escribo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora, sólo… necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un lugar en donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o alterado… no que eso haya pasado.

Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizá ése es el problema. Sí, tenía que ir y comprar el apartamento más barato, el único en el sótano. No he salido en varios días porque he estado enfrascado en este proyecto de programación; supongo que quería acabarlo de una buena vez. Estar sentado frente a un monitor por horas puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo entiendo, pero no creo que sea por eso.

No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba mal. Ni siquiera puedo definir qué es. Probablemente por no haber hablado con nadie en este tiempo; eso fue lo primero que me inquietó. Todos mis contactos con los que chateo habitualmente por Messenger mientras programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. El último mensaje que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Lo llamaría desde mi celular, pero aquí la señal es terrible.

Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.



Bueno, eso no se dio tan bien. A medida que mi temor se desvanece, me empiezo a sentir un poco ridículo por haberme asustado en primer lugar.

Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que me ha crecido, después de todo saldría únicamente para hacer una llamada. Pero sí me cambié de camisa, ya que era hora de almorzar y supuse que me podría encontrar con algún conocido. O al menos eso era lo que quería… ojalá lo hubiera hecho.

Cuando salía, abrí ligeramente la puerta de mi apartamento; una sensación de ahogo evacuó mi cuerpo en ese instante, de alguna forma. Me asomé por el deslucido corredor, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser, apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear. En el otro extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio —cerrada, por supuesto—, y dos oxidadas máquinas expendedoras a su lado. Estoy bastante seguro de que nadie más en el edificio sabe que esas máquinas están aquí abajo, que a mi tacaña casera sencillamente no le interesa reabastecer.

Deslicé mi puerta con suavidad y seguí el camino procurando no emitir sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, al menos por el momento. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la puerta y, para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y las luces de los automóviles que daban la vuelta en la intersección alumbraban desde la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía a excepción de los pocos abedules de la acera mecidos por el viento. Recuerdo haber temblado aunque no tenía frío, quizá por el viento de afuera; podía oírlo vagamente a través de la puerta y sabía que era ese particular tipo de viento de media noche, ése que es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que provocaba cuando se abre paso entre las incalculables hojas de los árboles.

Decidí no salir. En su lugar, levanté mi celular a la altura de la ventanilla y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el medidor, y sonreí. «Tiempo de escuchar la voz de alguien más», recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo a nada. Negué con la cabeza riéndome de mí mismo en silencio. Marqué el número de mi mejor amiga, Amanda, y acerqué el teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces se detuvo. Nada pasó. Escuché el silencio por unos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el ceño y miré el medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, sacándome un buen susto. Lo pasé a mi oreja.

—¿Diga? —pregunté, reteniendo el leve shock de oír la primera voz en días, aun si se trataba de la mía. Me había acostumbrado a los sonidos regulares del edificio, de mi computadora y el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, una voz se escuchó.

—¿Qué hay? —dijo claramente un joven desde el otro lado de la línea—. ¿Quién habla?

—Juan —le respondí, confundido.

—Ah, perdón, número equivocado —contestó, y colgó.

Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé mi registro de llamadas; el número era desconocido. Antes de que pudiera reflexionar sobre ello, el celular sonó de nuevo, asustándome una vez más. Esta vez miré el número antes de contestar; también era desconocido. Coloqué el aparato junto a mi oído, sin decir nada. Todo lo que escuché fue el usual ruido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi tensión.

—¿Juan? —Fue la única palabra, por la voz de Amanda.

Suspiré aliviado.

—Hey, eres tú —contesté.

—¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la Séptima Avenida y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Éste es el teléfono de alguien más, naturalmente.

—Ah, bueno.

—¿Dónde estás? —me preguntó.

Paseé los ojos por los muros y su pintura descarapelada; la puerta que tenía frente, con su pequeña ventanilla.

—En la entrada de mi departamento —Suspiré—. Me sentía un poco sofocado. No sabía que era tan tarde.

—Deberías venir aquí —me dijo, riendo.

—No…, no estoy de humor para caminar solo a estas horas —dije, mirando por la ventanilla a la tranquila y airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor—. Creo que voy a seguir trabajando o me iré a dormir.

—¡Tonterías! —contestó—. ¡Puedo ir a traerte! Tu departamento queda cerca de aquí, ¿cierto?

—¿Qué tan ebria estás? —le pregunté divertido—. Tú sabes en dónde vivo.

—Ah, claro. Supongo que puedo llegar ahí caminando, ¿no?

—Puedes, si quieres desperdiciar media hora.

—Cierto —contestó—. Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu trabajo!

Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los números parpadear mientras la llamada finalizaba. El insistente zumbido de las máquinas se reprodujo en mi mente. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de vuelta a mi soledad en esta vacía sala. Tal vez por haber visto tantas películas de terror tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de entidad horrible que pasa orbitando los confines de la soledad, esperando el momento para arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de su clase. Sabía que era un miedo irracional, pero no había nadie cerca, así que… bajé las escaleras corriendo por el pasillo hasta mi cuarto, y cerré la puerta tras de mí lo más velozmente que pude, procurando mantener el silencio.



Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos inconclusos y miedos, dejando sólo hechos concretos y objetivos: es tarde, recibí una llamada de un número equivocado y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, por lo que me devolvió la llamada con otro teléfono. Nada extraño está pasando.

Aun así, hubo algo… inusual en esa conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿o fue a ella a quien sentí extraña? O… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora, hasta escribirlo. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché de trasfondo fue silencio! Claro, eso no significa nada en particular, puesto que pudo haber ido afuera a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser: ¡no escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está soplando!



Lunes

Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba encontrar cuando crucé por el pasillo y asomé el rostro por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irrazonable ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño ¡y finalmente salir de aquí!

Un momento… creo que escuché algo.



Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no pasó. Subí por el tramo de escaleras, sólo para encontrar decepción. El cristal de la puerta principal era azotado por la corriente de lluvia torrencial que se desataba afuera. Quise quedarme a esperar a que un relámpago iluminara la intemperie; pero la lluvia era muy fuerte y no podía visualizar nada más que siluetas indistinguibles paseándose por ángulos extraños de la corriente de agua bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer piso, al segundo. Llegué al tercer piso, el más alto del edifico.

Caminé por el alfombrado del piso. Las diez o tantas puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero era medio día, no me sorprendió oír poco más que el sonido de la lluvia afuera. En lo que permanecí ahí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y fugaz impresión de que las puertas eran como silenciosos monolitos de granito, esculpidos por una antigua y olvidada civilización para un insondable propósito de guardines. Cayó un relámpago que iluminó el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las viejas y deterioradas puertas azules se vieron como piedra áspera. Me reí de mí mismo por dejar que mi imaginación jugara así conmigo, pero entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debía de significar que había ventanas cerca. Me llegó una memoria distante, y de inmediato recordé que el tercer piso tenía una alcoba con una puerta corrediza de cristal al final del pasillo en donde estaba.

Emocionado por ver la ciudad desde lo alto en medio de la lluvia y, quizá, ver a otra persona, caminé velozmente hacia la alcoba, encontrándome con la delgada y larga puerta corrediza. Era bañada por la corriente como la ventanilla de la puerta principal. Acerqué mi mano a la manija, pero dudé. Tuve la rarísima sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. El último par de días había sido tan extraño… así que ideé un plan, y volví aquí para traer lo que necesitaría. No pienso que realmente lograré algo con esto… pero no tengo nada más que hacer, llueve y me estoy volviendo loco de remate.

Regresé por mi cámara web. De ninguna forma el cable llegará hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras, pasar el cable por debajo de mi puerta y ponerle cinta de aislar encima para camuflarlo en la tira de plástico negra que se extiende por la base de las paredes del corredor. Sé que es tonto, pero estoy muy aburrido…



Bueno, nada sucedió. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me llené de valor, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el Diablo de vuelta a mi cuarto y azoté la puerta. Miré atento por la cámara web de mi computadora, viendo en la transmisión al pasillo y una parte de las escaleras. Sigo observando en este momento, y no aparece nada interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una parte de mi puerta. ¡Hey, alguien se conectó!



Usé un modelo de cámara más antiguo que tenía en mi clóset para charlar con mi amigo. No supe explicarle por qué quería que fuera una llamada de video, pero se sintió bien ver la cara de otra persona. No se quedó a hablar por mucho tiempo, y no hablamos de nada importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo temor casi se ha ido. Ya lo habría dejado completamente de lado, de no ser por la extraña manera en que se dio la conversación. Sé que he dicho que todo me ha parecido extraño, pero sus respuestas fueron tan vagas… no puedo recordar una sola cosa específica que me haya dicho; ningún nombre, lugar o evento en particular. Aunque sí me pidió mi dirección de correo, para mantenerse en contacto. Un momento, me llegó un correo.



Estoy a punto de salir. Recibí un correo de Amanda para pedirme que nos reuniéramos en «el lugar al que siempre vamos». Me encanta la pizza, y he estado comiendo de las sobras que había en lo que una vez fue una alacena decorosa, así que no puedo esperar. De nuevo, me siento ridículo por mi conducta de estos últimos días. Debería quemar este diario cuando regrese.

Otro correo.



Oh, por Dios. Casi ignoro el correo y abro la puerta. Estuve a punto de abrir la puerta. Estuve a punto, pero leí el correo primero. Era de un amigo que llevo un tiempo sin ver, y fue enviado a muchísimos correos que deben de ser cada contacto que tiene registrado. Omitió el título, y decía, únicamente: «ve con tus propios ojos no confíes en ell».

¿Qué demonios puede significar eso? No me lo puedo sacar de la cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir de que algo ocurrió? ¡La frase claramente se mandó sin terminar! En cualquier otro día lo hubiera tomado como spam, pero las palabras «ve con tus propios ojos»… no puedo evitar releer este diario, repasar los últimos días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona con mis propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación en línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa, ahora que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa?, ¿o es el miedo que está turbando mi memoria?

Mi mente juega con los sucesos que he organizado aquí, apuntando a que no ha habido ni un tan solo dato que haya adicionado sin sospechar. El «número equivocado» que obtuvo mi nombre y la subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi dirección de correo… Yo lo saludé primero cuando vi que estaba conectado, y luego recibí un correo apenas terminó la conversación… ¡Oh, por Dios! ¡La llamada de Amanda! ¡Le dije por el teléfono, le dije que estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy cerca de ahí! ¿Qué si están tratando de encontrarme? ¡¿Dónde está todo el mundo?! ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en días?!

No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.



No sé qué pensar. Recorrí mi apartamento desesperado, sosteniendo mi celular en cada rincón para ver si podía obtener algo de señal. Finalmente, en el baño, cerca de una de las esquinas superiores: una barrita. Sosteniéndolo a esa altura envié un mensaje de texto a cada número de mi lista. Consideré la probabilidad, el peor escenario posible, lo peor que podía imaginar. Envié: «¿Has visto a alguien cara a cara últimamente?».

Para este punto, lo único que necesito es una respuesta. No me importa cuál sea, de quién o si me dejé en ridículo al hacer eso. Intenté hacer una llamada, pero no podía elevar mi cabeza lo suficiente, y si bajaba el teléfono siquiera un centímetro perdía la señal. Luego recordé mi computadora y fui directo por ella. Envíe un mensaje a todos mis contactos conectados. La mayoría estaba ausente u ocupado; nadie respondió. Se agotó mi paciencia. Empecé a inventar pretextos para justificar que vinieran hasta aquí. No me importa nada a estas alturas, ¡sólo necesito ver a otra persona!

Desbaraté mi apartamento tratando de encontrar algo que haya pasado por alto, alguna forma de contactar a otro ser humano sin abrir la puerta. Sé que es demente, sé que es irracional, pero es posible, ¡es posible!, y necesito estar seguro. Fijé mi celular al techo por si acaso.



Martes

El celular timbró. Exhausto por el alboroto de anoche, debí de haberme quedado dormido. Me despertó el tono de mi celular; corrí al baño, me paré en el retrete y lo alcancé para contestar la llamada. Era Amanda, y ahora me siento mucho mejor. Estaba muy preocupada por mí y aparentemente ha intentado contactarme desde que la dejé plantada. Viene para acá, sí, sabía en dónde estoy sin necesidad de que se lo dijera. Estoy muerto de la vergüenza. Definitivamente voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea, ya ni sé por qué sigo escribiendo en él. O bueno, quizá porque ha sido el único tipo de comunicación que he tenido desde… Dios sabe cuándo.

Me veo terrible. Me di un vistazo en el espejo antes de volver aquí. Mis ojos están hundidos, mi barba más grande y parece que estoy enfermo. Mi apartamento también está hecho un desastre, pero no voy a limpiarlo. Creo que necesito que alguien más vea por lo que he pasado. Estos últimos días no han sido normales, por donde lo vea. No soy de los que imaginan cosas. He sido víctima de la probabilidad. Seguramente me faltó poco para ver a otra persona en varias ocasiones, nada más fue que salí muy tarde por la noche, o al medio día, cuando todo el mundo está trabajando. Ahora sé que no hay problema. Además, encontré algo ayer que me ayudó tremendamente: ¡un televisor! Lo conecté justo antes de sentarme a escribir esto, y lo escucho sonar de fondo. La televisión siempre ha sido un escape para mí, y me recuerda que afuera de estos muros un mundo sigue andando, crea lo que crea.

Me alegra que Amanda haya sido la única que me contactó luego de haber mandado todos esos mensajes absurdos. Ha sido mi mejor amiga durante años. Ella no lo sabe, pero cuento al día en que la conocí como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida. Fue un tibio día de verano; pareciera como si el recuerdo estuviera arrancado de un mundo distinto del que me encuentro ahora. Sentí que pasaron días enteros en ese parque, al que ya estábamos demasiado grandes para ir, hablando con ella solamente. Todavía puedo volver a ese momento en veces, y me recuerda que este lugar no es lo único que existe… Al fin, ¡llaman a la puerta!



Pensé que era raro que no la hubiera visto por la cámara que escondí en el pasillo. Supuse que fue por la perspectiva, similar a no poder ver mi puerta. Debí saber que eso sería un problema. Después de que tocara, grité en tono de broma que tenía la cámara entre las máquinas… vaya que había dejado a mi paranoia ir lejos. Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con ella. Sonrió y saludó con una de sus manos.

—Qué hay —dijo alegremente, mirando curiosa.

—Lo sé, es raro —hablé por el micrófono conectado a mi computadora—. He tenido una mala racha —agregué.

—Seguro —contestó—. Ábreme Juan.

Dudé. ¿Cómo podía estar seguro?

—Sígueme un poco la corriente, ¿sí? Dime algo sobre nosotros, para probar que eres tú.

Miró a la cámara, se tocó la barbilla y volteó hacia arriba; sacó un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó el papel para que pudiera verlo en la cámara:

«Ya estábamos muy grandes para ese parque».

Suspiré profundamente, la realidad volvía, el miedo se disipaba. Joder, había sido tan ridículo. ¡Por supuesto que era Amanda! Ese recuerdo no estaba en ningún otro lugar más que en mi memoria. Nunca he hablado con nadie de ese día, y no por vergüenza, sino por tenerlo como un nostálgico recuerdo. Si había alguna entidad desconocida que trataba de engañarme, como temía, de ninguna forma podría saber sobre ese día.

—Bueno, dame un segundo —le dije entre risas.

Corrí a mi pequeño baño y peiné mi cabello lo mejor que pude. Me miraba terrible, pero ella entendería. Riendo por mi tonto comportamiento, y el desorden en el que estaba, caminé hacia la puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último vistazo a mis espaldas. Comida mordisqueada regada por el suelo, el bote de basura caído y la cama que había volcado hacía unas horas buscando… Dios sabrá qué estaba buscando. «Tan tonto», pensé.

Antes de girar la perilla, mis ojos notaron una cosa más: la cámara que usé para charlar con mi amigo. La esfera negra estaba sobre su costado y el lente apuntaba a la mesa en donde este diario se encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en cuanto pensé que si algo podía mirar a través de esa cámara, vería lo que había escrito acerca de ese día. Le pedí una cosa, cualquier cosa acerca de nosotros, y ella escogió la única en el mundo que creí que eso o ellos no sabrían… pero lo hacen, lo saben, ¡hasta pudieron haberme observado todo este tiempo!

No abrí la puerta. Grité. Grité sin parar. Arranqué la cámara y la estampé contra el suelo. La puerta tembló y la perilla intentó girar, pero no escuché la voz de Amanda al otro lado. ¿Sí era ella quien estaba afuera? ¿Quién más pudo ser sino Amanda? ¿Quién demonios estaba afuera? ¿Qué demonios estaba afuera?

La vi por la cámara, la escuché por mis parlantes, ¿pero fue real? ¡Cómo saberlo! Grité alarmado por ayuda. Aseguré la puerta con todos mis muebles. Por ahora se ha ido.



Viernes

Al menos creo que es viernes. He roto todos mis aparatos electrónicos. Destruí mi computadora. Cualquier cosa en ella podía, a fin de cuentas, ser manipulada por medio de la red. Sé de eso, soy un programador. No podía arriesgarme. Cada pequeño dato respecto a mí, mi nombre, mi correo, mi ubicación, todos fueron cosas que he dicho. He releído lo que he escrito una y otra vez. He intentado juzgar lo que he escrito, bailando entre el miedo y el escepticismo. A veces me consta que una entidad está decidida en el simple objetivo de hacerme salir de aquí: desde el principio, Amanda no hizo más que pedirme que abriera la puerta y saliera. Puedo leerlo, puedo leerlo claramente ahora.

Trato de ver las cosas desde todos los ángulos. Por un lado, soy un lunático que ha interpretado una convergencia de probabilidades extremadamente improbables, pero factible: no asomarme en el momento adecuado, no ver a otra persona por mero azar, recibir un correo extraño como los miles que es posible recibir, pero en el momento preciso. Por el otro, esa convergencia de probabilidades es la única razón por la cual lo que sea que está afuera no me ha atrapado aún: no abrí la puerta corrediza del tercer piso, y tal vez nunca debí abrir la puerta metálica al final del corredor. No volví a abrir la puerta de mi apartamento después de abrir la puerta metálica. Lo que sea que esté allá afuera —si es que está allá afuera— nunca «apareció» en el pasillo antes de que la abriera. Tal vez se había dedicado a cazar a todas las personas que se encontraban al descubierto y luego esperó, hasta que delaté mi existencia al tratar de llamar a Amanda… una llamada que no se concretizó hasta que eso me hablara y preguntara mi nombre.

Mi temor literalmente me abruma cada vez que intento acoplar todas las piezas de esta pesadilla. Ese correo —corto, cortado— era de alguien intentando decir algo. ¿Una advertencia aliada, intentando llegar a mí antes de que fuera muy tarde? Ver con mis propios ojos, no confiar. Puede que tenga dominadas a todas las cosas electrónicas, que haya elaborado una enorme red para engañarme y hacerme salir. ¿Por qué no puede entrar? Tocó la puerta, así que al menos, parcialmente, es sólido. La puerta. La idea de esas puertas como monolitos guardianes en el tercer piso aparece cada vez que mis pensamientos siguen este rumbo. Si hay alguna entidad etérea intentando que salga a la intemperie, quizá esa entidad es incapaz de cruzar las puertas.

No paro de pensar en todos los libros que he leído, en todas las películas que he visto, tratando de encontrar la respuesta a esto. Las puertas siempre han sido gatillos de la imaginación humana, plasmadas en numerosas ocasiones como portales de singular importancia ¿O quizá la puerta es muy gruesa? Yo no podría derribar ninguna de las puertas de este edificio, especialmente las del sótano. Dejando eso a un lado, ¿por qué me quiere a mí? Incluso yo puedo imaginar al menos una docena de formas de matarme, incluyendo dejar que me pudra aquí abajo y muera de hambre. Quizás eso es precisamente lo que está haciendo. Está llenándome de miedo; pero, ¿y si no quiere matarme?, ¿y si puede hacer algo peor? Dios, ¡¿cómo salgo de esta pesadilla?!

Llaman a la puerta…



Le dije a la gente del otro lado de la puerta que necesitaba unos minutos más para pensar las cosas y saldría. Sólo estoy escribiendo esto para decidir qué hacer. Al menos esta vez he escuchado sus voces. Mi paranoia —sí, reconozco que estoy siendo paranoico— me hace pensar en todas las formas que una voz humana podría fingirse por algún medio electrónico. El pasillo podría estar lleno de altavoces simulando voces humanas. ¿Realmente les tomó tres días venir a hablar conmigo? Se supone que Amanda está ahí afuera, junto con dos policías y un psiquiatra. Tal vez les tomó tres días pensar en qué decirme. La explicación del psiquiatra sería muy convincente, si decidiera pensar que todo esto no ha sido nada más que un extraño mal entendido, y dejar fuera de la ecuación a la entidad que intenta engañarme para abrir la puerta.

El psiquiatra tiene la voz de un viejo. Autoritaria pero sensible. Me agrada, me recuerda a la de mi propio padre. Dice que sufro de algo llamado «cyberpsicosis», y soy sólo uno más de una enorme epidemia que se cuenta por miles, detonada por un correo sugestivo que «se filtró de alguna forma». Juro que lo dijo así: «Se filtró de alguna forma». Creo que intenta decir que se esparció por todo el país inexplicablemente, pero sospecho demasiado que a la entidad se le ha resbalado algo. Dijo que soy parte de una ola de «comportamiento emergente»; que muchas personas más están enfrentando mi mismo problema, y el mismo miedo, aunque nunca nos hayamos comunicado.

Eso explica el correo que recibí sobre ver con mis propios ojos. No recibí el correo detonante original, recibí un derivado. Mi amigo pudo haber perdido la razón también, y ha intentado advertir a todo el mundo sobre su paranoico miedo. Así es como el problema se esparce, afirma el psiquiatra. Pude haberlo esparcido también con el mensaje que envié por el celular y los que mandé por Messenger. Alguno de todos esos contactos podría estar volviéndose tan loco como yo después de haber leído uno de esos mensajes, y ahora estar interpretando la realidad en la forma en la que yo lo estoy haciendo.

El psiquiatra me dijo que no quería «perder uno más». Que la inteligencia de gente como yo es precisamente nuestra perdición. Trazamos conexiones tan bien, que incluso las trazamos en donde no deberían estar. Dice que es fácil comenzar a acumular paranoia en el mundo en el que vivimos ahora, un lugar en constante cambio en donde cada vez mayor parte de nuestra interacción es simulada…

Hay que admitirlo, es una explicación hermosa. Reúne y explica todo. Lo explica perfectamente, de hecho. Tengo todas las razones del mundo ahora para sacudirme este horror atávico de que algo se encuentra del otro lado de la puerta lista para capturarme y llevarme a un destino peor que la muerte. Sería tonto, tras oír esa explicación, permanecer aquí hasta morir de hambre para evitar a esa entidad que quizá ya haya atrapado a todos los demás. Sería tonto pensar, tras oír esa explicación, que yo sería una de las pocas personas que restan en un mundo vacío, escondiéndose en la seguridad de su sótano, jodiendo a una impensable y engañosa entidad que juega a ser omnipotente con tan sólo rehusarme a abrir una puerta. Es una explicación perfecta para cada evento extraño que he escrito aquí; tengo todas las razones del mundo para dejar ir mis miedos, y abrir esa puerta.

Y es exactamente por eso que no lo haré.

¿Cómo puedo estar seguro? ¿Cómo puedo saber qué es real y qué un engaño? Todas estas malditas cosas con sus cables y sus señales que nacen de un origen imperceptible y llegan hasta ti, ¡no son reales, no puedo estar seguro! ¡Señal de video, de celular, correos! Incluso la televisión, ahora silenciosa, partida por la mitad, en el suelo. ¿Cómo podría saber qué es real? Todo mensaje no es más que energía, ondas, luz… la puerta. ¡Está golpeando la puerta! ¡Intenta entrar! ¿Qué alimaña mecánica podría estar empleando para simular a una persona golpeando una puerta tan perfectamente? Al menos ahora podré verlo con mis propios ojos. No queda nada con lo que pueda engañarme; no puede engañar a mis ojos, ¿o sí? Ve con tus propios ojos, no confíes en ell… un momento, ¿ese mensaje trataba de decirme que confiara en mis ojos, ¡o advertirme sobre mis ojos también!? Oh, por Dios, ¿cuál es la diferencia entre una cámara y mis ojos? Ambos transforman la luz en señales eléctricas, son… ¡lo mismo! No puedo permitir que me engañe, Dios, ¡no puedo permitir que me engañe! No voy a permitirlo, no puedo estar seguro. ¡Necesito estar seguro!



Fecha desconocida

He pedido tranquilamente una pluma y un papel, por el día, por la noche, hasta que finalmente me los dio. No que importe, ¿qué voy a hacer? ¿Sacarme los ojos de nuevo? Los vendajes se sienten como una parte de mí ahora. El dolor se ha ido. Supuse que ésta sería una de mis últimas oportunidades de escribir legiblemente, puesto que sin mi vista que corrija errores, mis manos progresivamente olvidarán el mecanismo involucrado. Es un capricho, escribir… un vestigio de otra era, porque evidentemente ha asesinado al resto del mundo.

Me siento contra la pared día y noche. La entidad me trae comida y agua. Se disfraza como una amable enfermera, como un antipático doctor. Sabe que mi oído se ha agudizado considerablemente ahora que estoy en oscuridad; finge conversaciones en el corredor, con la intensión de que lo escuche. Una de las enfermeras habla sobre tener un bebé pronto, uno de los doctores perdió a su esposa en un accidente de auto. No que importe, nada de eso es real. Nada me llega, no como ella lo hace.

Ésa es la peor parte, la parte que casi no puedo soportar. Esa cosa viene a mí enmascarada como Amanda. Su recreación es perfecta. Suena exactamente como Amanda, se siente exactamente como ella. Hasta produce una simulación admirable de sus lágrimas, que me obligó a sentir sobre sus tibias mejillas. En un inicio, cuando me trajo aquí, me dijo todas las cosas que quería escuchar. Me dijo que me amaba, que siempre lo había hecho, que no entendía el porqué de esto, que todavía podíamos tener una vida juntos, ir al parque todos los días, si quería.

Con la condición de que dejara de insistir sobre la farsa. Quería que creyera. No, necesitaba que lo hiciera. Que era real, que era ella. Jamás sabrás qué tan cerca estuve de ceder a ese acto tuyo. Dudé de mí mismo por mucho tiempo; pero eres un perfeccionista, todo era demasiado real o lo que entiendes por real, y, ¿sabes?, la realidad tiene otras cosas que aún no alcanzas a captar, quizá porque ni siquiera nosotros mismos logramos hacerlo del todo, ni representarlo.

La falsa Amanda venía todos los días, luego cada semana, hasta que por fin dejó de joderme con ella… pero no creo que la entidad se rinda. El juego de esperar es otro de sus trucos. Lo resistiré por el resto de mi vida, si es necesario. No sé qué fue lo que le ocurrió al resto del mundo, pero sí sé que esta cosa necesita que caiga. Si es así, entonces tal vez, sólo tal vez, soy una piedra en su camino. Quizá Amanda sigue con vida en algún lado, mantenida con vida únicamente por mi voluntad de resistir el engaño. Me sostengo a esa esperanza, meciéndome hacia adelante y hacia atrás en mi celda para pasar el tiempo. Nunca me rediré. Nunca caeré. Soy… ¡un héroe!

===

El doctor leyó el papel en el que el paciente había escrito. Apenas podía entenderse, escrito con la temblorosa mano de un ciego. Quería sonreír ante la firme determinación del joven, un recordatorio de la voluntad humana de querer sobrevivir, pero sabía que el paciente estaba completamente delirante.

Después de todo, una persona sana hubiera caído en el engaño hace mucho tiempo.

El doctor quería sonreír. Quería susurrar palabras de ánimo al delirante joven. Quería gritar, pero los delgados filamentos conectados a los nervios de su cabeza y en sus ojos se lo impedían. Su cuerpo caminaba a la celda como una marioneta, y le decía al paciente, una vez más, que estaba equivocado, y que no había nadie tratando de engañarlo.

Bueno aqui el segundo que se titula: Levitación

Morris Hobster fue mi mejor amigo por aquellos años en los que la sociedad condenaba estoicamente la actitud tan impetuosa y dinámica de la juventud. No puedo decir que éramos rebeldes, porque no era así: simplemente, teníamos otras ideologías más profundas y el bello don de la curiosidad.

Es que así éramos Morris y yo: nos encantaba experimentar cosas nuevas como a cualquier joven de nuestra etapa. Era normal que todos se comportasen así, ¿no? La verdad es que nunca pude comprender por qué nuestros padres y demás familiares se escandalizaban ante nuestras filosofías, actos y cuestiones. En realidad nos daba igual lo que creyeran acerca de nuestra mentalidad tan abierta e ilimitada, siempre dispuesta a conocer más cosas sobre la realidad que nos rodeaba. Y es que mi amigo y yo éramos de aquellos que gustaban de buscar nuevas expectativas y definiciones de la existencia que llevábamos, leyendo por aquí, tomando fotos por acá, y luego compartiéndolas entre los dos; sacábamos conclusiones desde nuestro punto de vista y más tarde buscábamos información sobre los resultados a los que habíamos llegado. Definitivamente, no me puedo quejar de mi juventud, pues disfruté tanto como jamás lo he hecho.

Si existía una palabra para definir la ideología de Hobster, ésa era extraordinaria. Ni yo poseía tal habilidad para concebir las costumbres cotidianas como un mero escudo ante lo desconocido, ante aquello que el ser humano siempre temió. Él mencionaba constantemente en sus pláticas que el hombre no tenía la más mínima idea de lo que había más allá de sus actos, y que siempre estaba buscando la forma de evadir su decadente e inevitable destino. Sencillamente, Morris era de aquellos jóvenes que, si se lo hubiera propuesto, habría llegado a la cima más encumbrada entre los sabios del mundo. Debo admitir que me sentía muy bien a su lado, pues era el único que lograba comprender mi concepción de la vida e incluso compartíamos puntos de vista iguales que, de no haber sido porque no compartíamos ningún parentesco familiar, podría haber jurado que ese chico era mi «gemelo ideológico», por así decirlo.

Sin embargo, el tiempo, maldito verdugo que inevitablemente te obliga a enlazarte con tu inverosímil destino, quiso que ambos nos separásemos y mi amigo se mudó junto con su familia a otra ciudad. Cuando él fue a comunicarme la desagradable noticia, no pude contener la agonía que estaba experimentando en mis adentros, y juntos nos despedimos con muchas lágrimas; lo que más me dolió de aquel aviso fue que claramente sentí cómo se desgarraba una parte de mi ser y era extraída por algún ser desconocido que deseaba ver mi sufrimiento. No puedo describir con otras palabras lo que padecí en aquel instante en el que mi destino estaba por cambiar, quizá para siempre, o tal vez era sólo una prueba de valor para ambos; pero todavía hoy me pregunto qué había que comprobar con esa separación. Actualmente, mi ilimitada imaginación me permite hacer una especulación sobre aquella circunstancia que decidió todo por nosotros. Tal vez la vida nos vio como una amenaza, algo que podía romper su cuidadosa y bien estructurada coreografía de falsedad y egoísmo. Siendo así, no había lugar para nosotros en este mundo.

Aún recuerdo bien esa sombría tarde en que lo vi irse: su cara transmitía una serenidad impresionante, aunque yo sabía perfectamente que aquello era una máscara que estaba usando para evitar mostrar su dolor ante su familia, la cual era muy severa y conservadora. Su caso familiar no era la excepción por aquellos tiempos: muchos jóvenes de nuestra edad pasaban por la misma experiencia, incluso yo lo vivía; aquel que no tuviera unos padres así podía considerarse afortunado, muy afortunado. Tengo bien plasmada en mi memoria su cara al momento en que el carro encendió con todo aquel maletero encima, casi marcada a fuego su expresión: me estaba comunicando con la mirada que ni la misma distancia nos separaría, y que algún día, en un futuro no muy lejano, volveríamos a vernos. Yo entendí su silencioso lenguaje, y con el mismo idioma le dije que así sería, y que tarde o temprano, estaríamos juntos de nuevo para descubrir más cosas.

Las cosas continuaron su marcha normal, desde el punto de vista de la sociedad que me rodeaba, claro. Pero desde que Hobster se fue, supe que mi vida, a pesar de su creciente monotonía, ya no sería la misma. Me resultaba imposible el concordar con los adultos, quienes aseguraban que las amistades de juventud eran fácilmente olvidadas, y los jóvenes de mi ciudad me daban los ánimos que necesitaba para afrontar a esa terrible ideología a la que llamaban madurez adulta.

¡Qué grande fue mi alegría cuando recibí una carta de Morris! Recuerdo que mi padre acababa de llegar de su trabajo, y siempre tenía por costumbre revisar el buzón antes de llegar a casa. Escuché sus pasos subiendo las escaleras y supuse que pasaría de largo por mi cuarto sin saludarme, como siempre lo hacía; me sorprendió sobremanera que tocara la puerta de mi habitación, pero después comprendí que sólo lo había hecho porque entre las cartas que llegaron, había una para mí. Tengo que admitir que me extrañó demasiado que me enviaran algo, pero así era, mi padre me entregó el sobre y salió de mi cuarto. Me quedé observando la carta por un tiempo: ¡quien me la había escrito era Morris! Imaginen mi emoción cuando la comencé a abrir y descubrí, con total alegría, la pequeña pero fina letra de mi mejor amigo. Sin más tiempo que perder, comencé a leerla:

«Mi muy apreciable e incomparable amigo Randolph Gordon:

No puedo concebir la emoción de este momento en el cual estoy redactando estas líneas, me siento feliz de poder escribirte por primera vez luego de que fuese forzado por mi familia a abandonar el lugar donde pasé los mejores momentos de mi vida, con el amigo que jamás podré olvidar. Te parecerá increíble, pero desde que estoy acá, no logro adaptarme a mi nueva forma de vida: la ciudad en la que vivo ahora es mucho más caótica que la tuya, los jóvenes se apegan ciegamente a las enseñanzas de los adultos y, por desgracia, no ejercen su libre albedrío como debería ser; si los adultos de mi anterior pueblo eran severos y conservadores, estos van más allá de esas erróneas y estúpidas ideologías. No puedes imaginarte la felicidad de mis padres al saber que sus vecinos tienen un hijo “bien educado” que nunca pone en duda la autoridad de sus mayores y que es obediente. Sólo puedo pensar en la debilidad de pensamiento que posee ese pobre muchacho, y no lo culpo, la verdad no puedo hacerlo porque el ambiente en que ha crecido lo moldeó así y así se quedará para su eterna desgracia. Por otro lado, mi familia a cada momento menciona que cuánto hubieran dado porque yo creciera desde un principio en esta maldita ciudad, y están diciéndomelo a cada momento del día. En la escuela soy visto como el “rebelde sin causa” y he tenido choques de personalidad con todos los profesores, incluso con la directora; me han llamado varias veces la atención por defender mis justos derechos y cada vez que me pongo en contra de los pensamientos tan cerrados de mis maestros, mis padres son citados para conversar con ellos, y los exhortan a que me pongan en mi lugar o alguien más lo hará un día. Ellos, como siempre lo has sabido y es costumbre del lugar donde estás, dicen que se avergüenzan de mí; que debería aprender a comportarme como el hombre que soy y que definitivamente tendrán que enseñarme a levitar. No entiendo a qué se refieren con eso, pero sospecho que no es nada bueno. Randolph, sé que te sonará ridículo, porque jamás me escuchaste mencionar algo similar cuando estábamos juntos, pero por primera vez en mi vida tengo miedo, miedo hacia el destino que me depara con esta putrefacta sociedad. ¿De qué tengo pavor? Del modo de ver las cosas de los adultos: son tan ambiguos que se puede esperar cualquier cosa de ellos. Me decidí a escribirte esta carta a escondidas de mis padres, bien sabes que ellos nunca te vieron con buenos ojos porque eres igual a mí en pensamiento, del mismo modo en que tus padres me veían mal a mí. Supongo que algunos patrones de conducta siempre permanecen, y ése es el caso de nuestras familias, ¿no lo crees? Tengo deseos de que vengas a visitarme, quiero verte: no sabes el terror que vivo día con día al saber que la juventud de este lugar en realidad no existe, sólo son adultos en proceso de madurez; me aterra ver que nadie piensa por sí mismo y se apegan como un perro a su dueño a las ideas de los mayores, es simplemente macabro. ¿Hacia dónde va este decadente sistema? No tengo la menor idea, pero he decidido que en cuanto tenga mayoría de edad, me iré de este enfermizo lugar que no hace otra cosa más que reprimirme demasiado. Sé que te veré pronto porque responderás a mi llamado, sabiendo que tú tienes más posibilidades de venir a verme, y tienes conciencia de ello.

Junto con esta carta he anexado un mapa de mi ciudad actual, en él realicé unas señalizaciones para que encuentres mi casa; en el dorso se encuentra mi dirección completa, junto con instrucciones precisas para que no te equivoques de domicilio. Si hago todo esto es porque me urge verte, necesito hablar con una persona que me entienda y me ayude a soportar esta situación. Creo que empiezas a comprender cómo me siento, después de todo, admiro tu habilidad para ser empático, cosa que aquí nadie posee. Amigo mío, quisiera comunicarte más cosas por este medio, pero entiendo que las palabras que deseo compartir contigo no podrían ser escritas. Espero tu próxima venida y recuerda que siempre contarás con un amigo leal en la distancia y en la eternidad, así como yo sé que siempre estarás conmigo en las buenas y en las malas.

Tu mejor e incondicional amigo,

Morris Hobster».

Confieso que en un principio, la carta me llenó de mucha motivación y alegría, pero conforme me fui acercando a su desenlace, me sentí frustrado y a la vez preocupado: no sabía la difícil situación que estaba viviendo Morris, ¡y yo que pensaba que mi vida era terrible! Sin pensármelo dos veces, empecé a idear un plan para que mis padres me llevaran a visitar a mi amigo; les diría que en la carta que me envió me comunicaba que estaba enfermo y que el médico le había recomendado absoluto reposo, por lo cual me escribió y me solicitaba que le llevase algunos libros para su entretenimiento mientras permanecía en cama. Con aquella estrategia en mente, me dirigí al cuarto de mis padres y les dije sobre la supuesta enfermedad que tenía mi amigo, les rogué que fuéramos a verlo y, sorpresivamente, ellos accedieron sin que les insistiera demasiado. Me comentaron que primero tendrían que pedir permiso en el trabajo de mi padre y en mi escuela para ausentarnos, asunto que resolverían al día siguiente. Yo estaba que no cabía en mí de la emoción: ¡iría a ver a Morris después de tanto tiempo!

Al tercer día nos encontrábamos empacando algunas maletas para quedarnos unos días con la familia Hobster, pues mis padres consideraban que resultaría interesante relacionarse más con los progenitores de mi amigo. Salimos rumbo a la ciudad donde Morris se había mudado junto con su familia, y con ayuda del mapa que me envió, logramos dar con la casa sin equivocarnos de dirección.

Mi corazón saltaba de la indescriptible felicidad que sentía al saber que de nuevo vería a mi gran amigo de toda la vida. Me bajé del auto casi al mismo tiempo que mi padre se estacionaba, corrí hacia la puerta de entrada mientras gritaba el nombre de Morris. La puerta se abrió mientras la señora Hobster me dedicaba una sonrisa que, hasta hoy, no dejo de considerar que poseía una pequeña sombra de felonía. Pregunté por mi amigo, y con el tono más dulce e hipócrita que había escuchado jamás, su madre me contestó que él estaba en su habitación levitando. No sé por qué, pero en ese momento sentí una terrible punzada en el pecho, sobre todo porque Morris me había mencionado que esa palabra acrecentaba su temor con respecto a sus padres y la forma en que ellos la concebían.

Le pregunté a la señora Hobster en dónde estaba el cuarto de mi amigo. Ella seguía manteniendo su falsa sonrisa mientras señalaba hacia las escaleras que conducían al segundo piso, al tiempo que mencionaba que Morris había estado sumamente inquieto por mi llegada, y que ahora se pondría feliz de verme. No había acabado de darme la información cuando corrí con mucha rapidez mientras ascendía hacia la segunda planta de la casa. Cuando llegué a la puerta que supuse que sería la de mi amigo, noté que estaba cerrada, así que toqué al mismo tiempo que le avisaba a Morris que ya había llegado.

Sólo escuché la voz del señor Hobster contestándome que pasara, pues mi amigo estaba en esos momentos muy ocupado levitando; otra vez escuché esa palabra que me retorcía las entrañas. Con mucha lentitud abrí la puerta, pues pensé que Morris estaba quizá reflexionando sobre algo o muy sumido en sus pensamientos para que no me contestase, y además, ¿qué hacía su padre con él en su habitación? Mis pensamientos fueron cortados de tajo mientras observaba, boquiabierto, algo que jamás creí que vería en la vida real: ahí, en medio del cuarto, estaba mi amigo ¡literalmente levitando, tal y como lo habían mencionado sus padres! No lo podía creer, no lo quería creer; empecé a entrar en un estado de shock mientras seguía mirando a mi amigo, en su rostro se dibujaba esa misma expresión que me había dedicado el día que se fue de mi ciudad: serenidad, una tranquilidad infinita y esa particular sonrisa suya que me dedicaba cuando decía que todo iba a salir bien. Continué viéndolo, realmente levitaba, pues sus pies no tocaban el suelo; era increíble, pero cierto.

Recuerdo que escuché decir a su padre que ahora Morris, gracias a la levitación, aprendería a comportarse como un joven de buenos modales y que sería un gran ejemplo para mí de ahora en adelante. La cara del señor Hobster expresaba alegría y orgullo: no podría estar más feliz de su hijo.

Desperté en el hospital general de la ciudad, rodeado de las preocupantes miradas de mis padres. Me dijeron que me había desmayado por la emoción de volver a ver a mi amigo, pero sabía que decían eso para tranquilizarme. Como sólo había sido un desvanecimiento temporal, el médico me dio de alta enseguida. En la sala de espera estaban los padres de mi amigo, felices que mi desmayo no hubiese pasado a mayores. Pregunté una y otra vez por Morris a sus progenitores, y ellos, con una gran sonrisa de satisfacción, sólo se limitaban a decirme que ahora él era un chico muy educado y obediente, y que debería estar orgulloso por ser amigo de un muchacho así. Yo simplemente no podía creerlo; me puse histérico y les grité enfrente de todos los que se encontraban ahí y de mis padres que estaban completamente locos, que su retorcida ideología no conocía límites y que no había ningún motivo para estar feliz por haberlo obligado a convertirse en lo que ahora era. Las personas del hospital se quedaron mirando conmocionados aquella escena, jamás habían visto a un joven alzarle la voz así a sus mayores. Mis padres estaban avergonzados por mi supuesto escándalo y me sacaron a rastras de aquel indiferente lugar; nadie hizo nada para defender mis ideas, nadie, y sé que nadie jamás lo hará, no en esa maldita y putrefacta ciudad.

Debido a mi «indecente» comportamiento, mis padres decidieron regresar a casa esa misma tarde, comunicándome que los padres de Morris no deseaban volver a verme, ya que me consideraban una mala influencia para su hijo. Yo sólo quería despedirme de él por última vez, y decirle que lamentaba no haber llegado antes para salvarlo de su levitación, ¡sólo quería eso! Sentí un terrible dolor en mi pecho mientras nos alejábamos de aquella fatídica y repugnante ciudad. Mis padres, completamente decepcionados de mi forma de expresarme ante los Hobster, me dijeron que también deberían aplicar conmigo esa técnica de la levitación, pues así aprendería a ser un chico correcto y bien portado. Recuerdo que en ese instante comencé a odiar enfermizamente a mis padres, tanto como aborrecía a los de mi mejor amigo.

El tiempo, en su marcha incansable, hizo que ya no le diera motivos a mis padres para que cumplieran aquella terrible amenaza que tenía por objetivo despojarme de mis ideales. En cuanto cumplí la mayoría de edad, abandoné la casa porque no soportaba vivir con aquellos dos seres tan aborrecibles. Me mudé a un pequeño poblado, lejos de mi antiguo hogar. Puedo decir que ahora llevo una vida tranquila, pero no feliz: el recuerdo de la sorprendente levitación de mi amigo me persigue a todos lados. La última vez que lo vi, su cara me volvía a decir que algún día estaríamos juntos para siempre, y jamás lo dudé. Creo en su palabra y siempre seguiré creyendo en ella, a pesar de que él ya no será nunca lo que alguna vez conocí. Pensándolo bien, yo tampoco quiero seguir siendo lo que soy ahora. He leído su carta muchas veces en mis tiempos de soledad para sentirme acompañado, y siempre se ha quedado marcada en mí, tal y como si fuese un tatuaje, aquella palabra que le dio un sentido nuevo a la vida de mi amigo y estaba por formar parte de la mía. Seguramente, si me vieran mis padres, estarían orgullosos de mí. Sin dilación, termino de escribir estas líneas para decirles a todos ustedes que la experiencia de la levitación me servirá para comprender por qué mi amigo tenía esa expresión en su rostro aquél día: era muy pacífica.

Sé que ninguno de ustedes comprenderá el motivo que me lleva a hacer esto, pero sólo quiero saber qué sintió mi amigo cuando su padre lo hizo levitar. Sin más demora, tomo una resistente soga y la amarro bien en el techo de mi casa, me aseguro de que esté bien atada y formo un nudo corredizo en su punta libre. Me colocaré ese lazo alrededor de mi cuello y entonces al fin estaré con mi amigo, al fin comprenderé a sus padres y al fin me sentiré libre para dejar este maldito mundo. Creo que por eso Morris estaba tan relajado mientras levitaba, ahora sentiré esa misma calidez que su familia le hizo sentir al convertirlo en un hombre de bien.

Levitaré, sí, para que mis pies jamás vuelvan a tocar este inmundo suelo…

Y Bueno, la ultima que se titula: Por favor, abre la puerta

Han pasado tres años desde aquella noche.

Yo no debí haber estado ahí, ellos lo sabían. Ese día salí muy temprano a la casa de un amigo, sus padres no estarían y tenía un nuevo videojuego de terror; pasaríamos toda la noche jugando.

Ellos lo sabían, yo no debí haber estado ahí esa noche, mi amigo debió estar solo. Ellos lo habían observado por días como hacen siempre y sabían que esa noche estaría solo. Desde el momento en que lo eligieron, no había marcha atrás.

Pero tal vez quieras saber quiénes son ellos. Bueno, la verdad… aún no estoy seguro, sigo sin asimilar lo que pasó aquella noche; pero te contaré lo que hasta ahora sé, para que tengas cuidado.

Ellos se encuentran en todas partes, en ningún lugar estás exento de ser su víctima. Eligen a una persona, no sé bien cómo o en qué características se basan, pero una vez que te eligen no cambiarán de opinión: te vigilan, te estudian y estudian a todas las personas que conoces. Día tras día te observan cuidadosamente sin que tú te percates de su presencia.

Y esperan la noche en que su víctima esté sola, es en ese momento cuando todo empieza.

Aquel día llegué alrededor de las 8:00 p.m. a su casa. Sus padres habían salido desde temprano y él había preparado todo lo necesario para pasar jugando toda la noche. Al día siguiente no habría clases, así que yo regresaría a mi casa por la mañana. Pasamos un buen rato jugando, el tiempo pasó tan pronto que cuando nos dimos cuenta ya era la una de la madrugada. Nos habíamos llevado algunos sustos con el juego, así que comenzamos a hacer bromas con la situación; ahí fue cuando todo se puso raro. Empezamos a escuchar ruidos extraños afuera de la habitación, que al principio pensábamos que no era nada importante, e hicimos algunos chistes en relación a lo que jugábamos. “Deben ser los zombis”, nosotros sólo reíamos. Pero nos comenzamos a poner tensos cuando el sonido se oía más claro: eran pisadas, se escuchaban pisadas por todo el pasillo de afuera.

—¿Crees que tus padres hayan regresado? —le pregunté, a lo que él respondió que sus padres regresarían hasta el día siguiente, por la tarde. Además, el número de pasos que se escuchaban eran demasiados como para ser sólo sus padres.

De pronto, luego de oír todos esos pasos acercándose cada vez más a la puerta, hubo un profundo silencio.

—¿Hay alguien afuera?… ¿Quién está ahí? —comenzamos a preguntar, nerviosos. Estábamos seguros de que había alguien afuera, pero esos sonidos… ¿quién podría ser? En la habitación en la que estábamos había una computadora que mi amigo había encendido desde que comenzamos a jugar, era una costumbre suya. Se escuchó un sonido que provenía de ella, un sonido familiar, pero que por el miedo que teníamos en ese momento nos provocó una reacción de sobresalto a ambos. Era sólo un correo electrónico que le había llegado, pues también había dejado la ventana de su correo abierta. Ver esto nos dio algo de sosiego, y hasta reímos un poco; sin embargo, la tensión volvió a nosotros al notar que la dirección de quien lo enviaba era irreconocible, una combinación aleatoria de números y letras. Dudamos abrirlo, pero mi amigo decidió hacerlo. Quedamos completamente paralizados tras leer lo que decía el correo:

”Pase lo que pase, no abras la puerta”.

Con tan sólo leer esas palabras, una sensación completamente rara invadió mi corazón. En ese momento realmente sentía pánico, pero el mensaje decía más.

”Ellos están afuera. Por favor, hagas lo que hagas, escuches lo que escuches, no abras la puerta. Intentarán convencerte de que lo hagas, tienen muchos métodos; pueden fingir ser alguien que conoces, un familiar, un amigo, y sus voces sonarán igual. Tal vez te pidan ayuda, te dirán que están lastimados, te suplicarán que abras la puerta. Pero escuches lo que escuches esta noche, no abras. Trata de ignorarlos, trata de dormir, mañana todo estará bien. Ellos jugarán con tu mente; no lo permitas. Por favor, créeme, ¡no abras la puerta!”.

Cuando terminamos de leer yo no sabía qué pensar. Tal vez era una broma tonta de alguien, tal vez incluso era mi amigo quien me jugaba una broma… pero él tenia esa expresión, estaba tan asustado como yo, lo pude sentir. Ahora sabíamos que había alguien ahí afuera, tras la puerta. De pronto, llegó el momento más aterrador que nos pudimos esperar; en ese instante un escalofrió recorrió todo mi cuerpo y me dejó paralizado. Una voz se escuchó, provenía de atrás de la puerta. Mi amigo estaba seguro y yo lo puedo corroborar: la voz era la de su madre.

—Hijo por favor ábreme, tu padre y yo tuvimos un accidente en el auto, estamos muy lastimados… por favor, abre, ayúdanos. —Al escuchar esto mi amigo sólo retrocedió un paso. Aún puedo recordar esa expresión en su rostro, estaba en shock. Estoy seguro de que ninguno de los dos lo creíamos ni sabíamos qué hacer.

—Hijo por favor, abre, ¿qué esperas? Necesitamos tu ayuda… —Sin lugar a dudas, ésa era la voz de su padre. Eran las voces moribundas de sus padres tras la puerta, clamando por ayuda. Mi amigo y yo permanecimos sin reacción por algunos segundos, después él se volteó lentamente, y me dijo:

—Esos realmente son mis padres. Necesitan ayuda, abriré la puerta.

Se propuso dirigirse hacia la puerta, pero lo detuve.

—Recuerda el correo, lo que nos dijo que pasaría, ¿no se te hace extraño?, ¿qué tal si es verdad y ellos no son tus padres? —Él lo único que hizo fue hacer que lo soltara. “No digas tonterías”, me dijo. “Tú los escuchaste, ésas eran las voces de mis padres. El correo debe de ser una estúpida coincidencia”. Se dirigió a la puerta sin que pudiera hacer nada.

La verdad, no sé qué me hizo hacerlo, pudo ser el miedo que me invadía… pero al verlo dirigirse a la puerta, lo único que pensé fue correr hacia el armario en donde mi amigo guardaba algunas de sus cosas y esconderme ahí. No sabía lo que pasaría, pero en verdad tenía miedo.

Lo que escuché a continuación aún no lo olvido, y hasta el día de hoy tengo pesadillas con ello. Él abrió la puerta, y después sólo pude escuchar sus gritos. Eran unos gritos desgarrantes, llenos de dolor y terror; yo no pude hacer nada más que permanecer inmóvil, hasta que después de unas horas me quedé dormido.

Al despertar por la mañana, me extrañó ver el lugar en que me encontraba, y luego lo recordé todo. Salí del armario y en la habitación no había nadie. Noté de inmediato que ya era de día y que la puerta estaba abierta, así que decidí salir. Busqué por toda la casa esperando encontrarlo y que me dijera que todo había sido una broma, pero mi amigo no estaba. En la tarde llegaron sus padres y les conté lo sucedido, llamaron a la policía y lo buscaron por días, pero él nunca apareció. El correo que le había llegado esa noche también desapareció, y para ser honesto creo que nadie creyó nada de lo que les había contado.

Aunque… no importa que nadie me creyera, yo sé lo que pasó esa noche y sé que ellos estaban ahí afuera. También sé que no debí haber estado ahí, que no debería saber que ellos existen.

Aún no sé por qué lo hacen, creo que sólo tratan de divertirse con las personas, con su pánico… alguna especie de juego. Cada día lo analizo y trato de aprender más de ellos; sé que sólo llegan en la noche y que pueden imitar cualquier voz, que si no abres la puerta se irán y también creo que siempre recibirás ese extraño mensaje de advertencia, debe ser parte de su macabro juego.

No debí estar ahí ese día, y no debería saber que ellos existen. Sé que algún día regresaran por mí, pero pase lo que pase, no abriré la puerta.

Y bueno chicos, aquí me despido y ojala les haya gustado

Ah, cierto, se me olvidaba, todavía queda una mas...

Ahora si, la ultima creepy: Reflejos (es algo corta)


Yo soy el reflejo de Thomas.

Cada mañana, Thomas se levanta y entra en el cuarto de baño.

…Y hace muecas.

Estoy tan cansado de las muecas. Las hace por lo menos durante media hora. Muecas burlonas, ridículas. No tengo más remedio que imitar todas sus acciones, aunque por dentro estoy hirviendo de ira.

Él hace esto todos los días… bueno, lo hacía.

Una mañana se despertó como de costumbre, y entró en el cuarto de baño.

Esa mañana, involuntariamente, cogió unas tijeras.

Esa mañana, involuntariamente, apretó fuertemente las tijeras y las alzó.

…Esa mañana, totalmente en contra de su voluntad, Thomas se clavó con fuerza las tijeras directamente en su ojo derecho.

Thomas gritó y gritó. Yo gritaba y gritaba, con una diferencia.

Yo no puedo imitar su dolor.

Sólo su rostro

Adios