Saludos a tod@s.
Después de un largo de tiempo de reticencias, dudas y excitación, por fin me he animado a ventilar en este sitio (aunque en anonimato) la causa de mi obsesión erótica de toda la vida: el cabello femenino.
Desde mi infancia el tacto de una cabellera sedosa, larga, perfumada, me provocaba el más terrible y gozoso torrente de placer. Una melena unduosa que besa dulcemente las caderas de una mujer, un par de trenzas recién hechas (esas que aún conservan cierto frescor y aroma del lavado matutino), una gruesa cola de caballo bien templada, unos bucles (naturales o hijos del artificio) abundantes y bien armados; han sido siempre cosas que me han puesto al rojo vivo.
Pero, no sólo el tacto y el jugueteo con esas delicias es lo que me hace entrar en éxtasis. Pronto me di cuenta que, a la par de esa admiración y deseo, se escondía en el más recóndito rincón de mi Eros la insólita e incongruente fantasía de despojar de ese tesoro a sus bellas dueñas. Demente ser que ama, pero desea a la vez la devastación de aquello que ama. Así, transito siempre entre el deseo de la caricia y el de la tonsura: tocar con solicitud y cariño esos deseados mechones, disfrutar la sensación del escape de esa seda entre mis manos, tirar levemente de esa trenza gruesa y brillante sintiendo los plieges y circunvoluciones de las ricas madejas que la conforman; para después fantasear sobre unas frías tijeras manejadas por mí, acercándose inexorable a esos tesoros, crujiendo con su canto metálico, causando la angustia, el temor (o el placer) de la bella.
Tomar un mechón, una trenza, una coleta, un grueso y largo tirabuzón, ponerlos entre las cuchillas y cerrarlas lentamente, cercenando cabello por cabello y ver cómo cáen al suelo. Si una mujer de largos cabellos me lo permitiera, sin dudarlo la raparía al cero. Pero mi locura es tal que, después del orgasmo vendría el necio deseo de que al punto su cabellera creciera a su estado original, y de volver a navegar entre sus olas.
Lo sé, es una locura, un absurdo, pero es lo que enciende mi sexo hasta la explosión. Por fortuna, sé que no soy el único fetichista de cabello en el mundo (en mi infancia así lo pensé y me sentía un monstruo, una cosa de espanto). A lo largo de mis navegaciones, desde hace más de quince años, me he encontrado con infinidad de personas por todo el mundo que comparten mi fetiche, así como con un abundantísimo material relacionado: historias, videos, fotografías, foros, chats, páginas personales y comerciales, etc. Todo un universo en el que me encuentro de frente con mi temor y mi temblor.
Así, este no será ni el primero ni el último blog de fetichismo del cabello. Pero para mí tiene un valor crucial, porque será el escaparate de mi propia experiencia, de mis asegunes y pasiones personales. Compartiré aquí mis historias: tanto las reales como las ficticias, sin dar pistas de cuáles son cuáles. También compartiré con ustedes algo del gran tesoro visual que he conformado en tantos años de voyeurismo virtual. Además, de recomendar a mis semejantes los descubrimientos que vaya realizando.
Después de un largo de tiempo de reticencias, dudas y excitación, por fin me he animado a ventilar en este sitio (aunque en anonimato) la causa de mi obsesión erótica de toda la vida: el cabello femenino.
Desde mi infancia el tacto de una cabellera sedosa, larga, perfumada, me provocaba el más terrible y gozoso torrente de placer. Una melena unduosa que besa dulcemente las caderas de una mujer, un par de trenzas recién hechas (esas que aún conservan cierto frescor y aroma del lavado matutino), una gruesa cola de caballo bien templada, unos bucles (naturales o hijos del artificio) abundantes y bien armados; han sido siempre cosas que me han puesto al rojo vivo.
Pero, no sólo el tacto y el jugueteo con esas delicias es lo que me hace entrar en éxtasis. Pronto me di cuenta que, a la par de esa admiración y deseo, se escondía en el más recóndito rincón de mi Eros la insólita e incongruente fantasía de despojar de ese tesoro a sus bellas dueñas. Demente ser que ama, pero desea a la vez la devastación de aquello que ama. Así, transito siempre entre el deseo de la caricia y el de la tonsura: tocar con solicitud y cariño esos deseados mechones, disfrutar la sensación del escape de esa seda entre mis manos, tirar levemente de esa trenza gruesa y brillante sintiendo los plieges y circunvoluciones de las ricas madejas que la conforman; para después fantasear sobre unas frías tijeras manejadas por mí, acercándose inexorable a esos tesoros, crujiendo con su canto metálico, causando la angustia, el temor (o el placer) de la bella.
Tomar un mechón, una trenza, una coleta, un grueso y largo tirabuzón, ponerlos entre las cuchillas y cerrarlas lentamente, cercenando cabello por cabello y ver cómo cáen al suelo. Si una mujer de largos cabellos me lo permitiera, sin dudarlo la raparía al cero. Pero mi locura es tal que, después del orgasmo vendría el necio deseo de que al punto su cabellera creciera a su estado original, y de volver a navegar entre sus olas.
Lo sé, es una locura, un absurdo, pero es lo que enciende mi sexo hasta la explosión. Por fortuna, sé que no soy el único fetichista de cabello en el mundo (en mi infancia así lo pensé y me sentía un monstruo, una cosa de espanto). A lo largo de mis navegaciones, desde hace más de quince años, me he encontrado con infinidad de personas por todo el mundo que comparten mi fetiche, así como con un abundantísimo material relacionado: historias, videos, fotografías, foros, chats, páginas personales y comerciales, etc. Todo un universo en el que me encuentro de frente con mi temor y mi temblor.
Así, este no será ni el primero ni el último blog de fetichismo del cabello. Pero para mí tiene un valor crucial, porque será el escaparate de mi propia experiencia, de mis asegunes y pasiones personales. Compartiré aquí mis historias: tanto las reales como las ficticias, sin dar pistas de cuáles son cuáles. También compartiré con ustedes algo del gran tesoro visual que he conformado en tantos años de voyeurismo virtual. Además, de recomendar a mis semejantes los descubrimientos que vaya realizando.