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NOTA del autor del Post :
Este artículo es el Editorial de El Comercio, Perú, diario con 150 años de antiguedad.
Con el socialismo de Velazco, de hace 35 años, el país fué destrozado en 5 años y una de las tragedias hasta ahora sin recuperar fue la reforma agraria, habiendo casos como los del azúcar, en que Perú pasó de ser uno de los más grandes exportadores mundiales a tener que importarla hasta hace solo 5 años.

Lo que aquí se dice son hechos y no teorías. Veamos el artículo Editorial de El Comercio.

Con todo lo grave que fue el atropello perpetrado por Velasco, sin embargo, por lo menos igual de grave ha sido su constante renovación hasta nuestros días con la extendida negativa del Estado Peruano…
Domingo 18 de marzo de 2012 - 08:00 am 14 comentarios

El nombramiento de Beatriz Merino como representante de parte de los tenedores de bonos de la reforma agraria ha vuelto a poner sobre el tapete el tema de uno de los fraudes más grandes de la historia contemporánea del Perú. Una estafa particularmente grave cuando uno toma en cuenta que su continuo y desvergonzado autor es el supuesto encargado de velar por el cumplimiento de la ley: el Estado.

Aunque, bien vistas las cosas, la palabra “fraude” no alcanza para decir lo que el continuado incumplimiento de estas promesas de pago supone. Después de todo, que el Estado hubiese engañado a los bonistas cuando les entregó esos ultrasellados, firmados y decorados cartones en los que prometía pagarles una indemnización (a precio determinado por el mismo Estado y a lo largo de varias décadas) es solo una continuación de esta historia de injusticia. Antes de engañarles diciéndoles que les pagaría, ya había abusado de ellos quitándoles por ley lo que eran sus propiedades, agregando además insulto al abuso al llamar a este expolio “justicia social”. ¿Justicia social? ¿Acaso se estaba devolviendo a alguna sociedad lo que los expropiados le habían robado? Hasta donde se sabe, los expropiados habían obtenido sus hectáreas comprándolas o heredándolas de quienes las compraron.

Nada resta a la gravedad de lo anterior el que muchos de quienes hicieron la reforma agraria sí creyesen, apoyados en el concepto marxista de plusvalía, que los propietarios rurales habían robado – y de hecho robaban diariamente– a sus trabajadores para poder tener lo que tenían. Y es que esta era una creencia un tanto ligera, por decirlo con un eufemismo, por parte de un grupo de personas que no habían hecho nunca nada que se pareciese a un esfuerzo empresarial. La realidad, por lo demás, acabó desmintiéndolos y de una manera brutal. Luego de la reforma la productividad del campo peruano cayó estrepitosamente (habiendo casos como los del azúcar, en los que pasamos de ser uno de los más grandes exportadores mundiales a tener que importarla hasta hace solo 5 años). Las cooperativas donde se supondría florecería el supuesto espíritu eminentemente colectivista del campesino peruano fueron descompuestas por sus propios miembros en una serie de parcelas económicamente inviables. El desierto comenzó a comer hectáreas al verde. Y los supuestos beneficiados de todo el proceso acabaron migrando masivamente de un campo que se veía cada vez más abandonado a la ciudad. Había resultado que “la riqueza” no era simplemente la tierra: la riqueza había que crearla constantemente y eso no se podía hacer sin capital, tecnología y conocimiento.

No pretendemos negar que, antes de la reforma, había en el Perú una situación social en la que una enorme mayoría de personas vivía secularmente atrapada en la pobreza y carecía de las condiciones básicas para poder entrar al mercado y prosperar en él. Pero no se entiende de qué forma eso se superaría acabando con quienes sí generaban con su capital y emprendimientos oportunidades de empleo y mejoría. Y de hecho, luego de la reforma agraria el ingreso per cápita del campesino rural se desplomó. Lo único que se logró fue destruir a los ricos (lo que era el fin último de muchos de los velasquistas) y a la clase media rural que entonces existía, sin sacar a nadie de la pobreza.

Tampoco buscamos soslayar la existencia de abusos sistemáticos que se daban en algunas explotaciones agrícolas, sobre todo serranas, en las que el contrato de trabajo se confundía con el de servidumbre. Pero escapa a nuestra comprensión de qué forma la solución justa para esto era expropiar a todos los propietarios rurales del Perú.

Con todo lo grave que fue el atropello perpetrado por Velasco, sin embargo, por lo menos igual de grave ha sido su constante renovación hasta nuestros días con la extendida negativa del Estado Peruano, aún en tiempo de superávits, de pagarles lo que debe a los expropiados (o a sus herederos, puesto que muchos de los primeros murieron robados). Grave, porque supone haber vuelto al fraude masivo en una política de Estado: cada uno de nuestros balances nacionales que cierra en azul arrastra el incesante perromuerto, para decirlo en buen criollo, que se viene practicando con estos deudores desde los setenta. Y grave, porque implica que a nuestro Estado ni la ley ni la Constitución (hay varias sentencias del TC ordenando el pago a los bonistas) le supone nada, lo que le deja poca autoridad para reclamar a sus ciudadanos que cumplan con las normas, por ejemplo, formalizándose y pagando sus impuestos.

Los sucesivos gobiernos que se han negado al pago de esta deuda durante ya largos años de crecimiento, sin duda piensan que están colaborando con ello con el futuro de un país al que, desde luego, le viene bien el dinero que debe a los bonistas. Olvidan así, sin embargo, que lo que uno debe no le pertenece y que la injusticia nunca es buen terreno para construirle nada encima.




Saludos de JD



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Fuente :
http://elcomercio.pe/opinion/1389089/noticia-editorial-tambien-roba-que-no-paga