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Miles de patos van al mar, se van a ahogar. El líder está borracho, pero igual lo siguen, directo a su fin. Algunos son llevados en estado comatoso en camillas por sus corajudos compañeros que no saben que deben saber que todo lo que saben no les sirve para nada.
Están locos, esos patos están locos, y algunos drogados ¡No saben lo que hacen! Intransitables caminos recorren estos patéticos patos. Lúgubres noches surcadas por estas aves en un lento pero decidido avance.
Algunos de los que son transportados en camillas agonizan en medio de una imprevista lluvia de mísiles, seguramente producto de algún "error técnico" de alguna "operación quirúrgica en favor de los derechos humanos".
Derechos humanos. Todo el mundo preocupado por lo mismo, pero: ¿Quién se ocupa de los derechos de los patos? Nadie.
El Adriático es un sueño lejano y ese sueño es la muerte que para ellos es sinónimo de vida. Saben que llegar es difícil, casi imposible, casi una utopía para estos tristes patos.
La mayoría van borrachos, igual que su líder. Beben mas por evitar que les pese tanto la triste realidad que por pasar un buen rato. Todos llevan su cantimplora llena de vodka debajo del ala.
Avanzan sólo de noche, para no ser vistos, y acampan durante el día lejos de cualquier lugar que pueda estar habitado por esos tétricos, horribles, deformes, patéticos, abominables, tristes, advenedizos, locos, estúpidos, infelices, hipócritas, genuflexos y morbosos seres que se hacen llamar "humanos".
Fue así que perdieron todo contacto con el mundo exterior, pero no les importa, saben mejor que nadie lo que está pasando.
El líder, de lúgubre aspecto, no dice nada, sólo con la mirada le alcanza para que los demás sepan que deben hacer. Su mirada parece perdida, esos ojos han perdido ya todo el brillo de antaño, para no recuperarlo jamás.
Harto de las palabras y de los discursos hipócritas y llenos de eufemismos ha decidido hace tiempo refugiarse en su propio silencio, un silencio que a veces golpea su cabeza y otras veces lo envuelve en el más dulce de los sueños. Ahora que no habla puede sentir mejor las cosas, está más sensible y quizás debido a eso su salud ha mermado considerablemente en los últimos días; debe reponerse, sin él estarán perdidos, son fieles y obedientes pero sin él no sabrían que hacer ni a donde dirigirse.
La noche es muy fría, pero eso no les va a impedir seguir avanzando, a pesar del cansancio de unos y las agonías de otros. Ellos no van a parar hasta que su líder no lo haga y este no va a parar hasta que sus fuerzas hayan desaparecido por completo. Sólo el día impide su marcha, el día es sinónimo de descanso, pero todavía es de noche, la ominosa luna sigue firme, colgada ahí arriba, iluminada por el fulgor de las bombas que se ven y oyen caer no muy lejos de donde ellos se encuentran. Los bombardeos son tan constantes que ya se han acostumbrado a oírlos.
Ese día no pudo dormir, pero soñó, soñó despierto, soñó con el pasado, ese día, el día del exilio que a estas alturas parece tan lejano pero del que sólo han pasado un par de días, una irónica y triste sonrisa se dibujó en su amarillo rostro, recuerda la noche, pacífica noche, todos dormían y de repente un zumbido surcó el cielo, pronto ese zumbido se transformó en la explosión más fuerte que jamás han oído, el fuego estaba en todas partes, decenas y decenas de patos murieron calcinados esa noche y otros tantos al día siguiente a causa de las mortales heridas, la noche fue eterna entre gritos, llantos y huidas ¿cómo estar preparado para lo inesperado? Era imposible, fue imposible evitar esa gran tragedia, fue un error, un "error técnico", algo había desviado al misil de su trayectoria original, y ahora ellos pagaban las consecuencias del puto error. Sus gritos fueron en vano y sus reclamos ahogados por el eco de las bombas que explotaban alrededor y aturdían sus oídos. Ese día decidieron marchar, ese día comenzaron a andar el camino que va hacia el mar. Estaban hartos de ese infierno. Un error, un puto error y sus vidas arruinadas por siempre y para siempre, un inconmensurable dolor envolvía sus corazones. No lo podían creer.
También sueña con el presente, hace rato que ha amanecido y los bombardeos son, ahora, menos constantes que hace unas horas, la paz por fin parece llegar, pero todos los días son iguales: mortuoria calma y por las noches otra vez el infierno. Han marchado toda la noche sin parar, el día por fin ha llegado pero él no puede dormir, sólo soñar despierto, piensa en el futuro, piensa en otro error que significaría, esta vez si, el agónico fin, un pequeño error, sólo un pequeño error y sería el fin de todos ellos, le hacía mal pensar en eso, aunque no le parecía tan malo, al fin y al cabo ya habían perdido todo ¿qué podía ser peor? Nada. El final era inminente pero, mientras menos tarde en llegar menos se prolongaría la agonía.
Cerca del mediodía los bombardeos cesaron, nada se oía, fue ahí que el silencio circundante y su agotada conciencia le permitieron dormir.
El descanso terminó y todo estuvo a punto cuando comenzó a caer el sol, esperaron hasta ver las primeras estrellas y, guiándose por estas, siguieron su infatigable marcha.
Cada día el mar está más cerca, pero la marcha parece infinita, a pesar de todo el ánimo no decae, tienen un objetivo y saben que es plausible llevarlo acabo, confían en ellos mismos, en nadie más, sólo en ellos.
La noche es oscura y el frío alarga las distancias, pero nada los detiene. Prosiguen su constante marcha nocturna bebiendo el vodka que los protege del frío y los ayuda a no pensar en esas bombas que caen tan pero tan cerca y que iluminan el cielo oscuro.
La marcha fue especial esa noche, sabían que se encontraban muy cerca y quizás por eso aceleraron inconscientemente su paso, sólo los árboles del espeso bosque que surcaban los protegían del enceguecedor fulgor de las explosiones.
La noche no era noche ya, era día sin sol, no había noche en ese infierno, por eso, cualquier lugar sería mejor, sí, cualquier lugar. Sabían como escapar de ese infierno y lo estaban logrando, faltaba muy poco, el camino se abría a lo lejos y las luces del cielo se reflejaban en el agua como si todo estuviera de cabeza.
Por fin habían llegado, todavía no amanecía y por primera vez en varias noches detuvieron su marcha antes de ver los primeros rayos del amanecer, habían llegado, estaban ahí, el Adriático se extendía como un paraíso a sus pies, no les importaban ya ni el ruido ni el fulgor de las explosiones, el mar estaba calmo, ajeno a todo.
Unos al lado de otros, rozándose con las alas, aguardaron unos segundos contemplando el lóbrego paisaje.
El jefe comenzó a marchar, lento, barranca abajo, hacia el mar, y el resto detrás, siguiéndolo.
Uno a uno fueron adentrándose en el mar, no flotaron ni intentaron nadar, uno a uno fueron sumergiéndose para no regresar jamás.

María Juana Porra.



Fuente: http://www.flores-negras.com.ar