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Desde hace más de dos meses, el debate sobre los reclamos territoriales de los pueblos indígenas en la Argentina gana la escena pública. Las reivindicaciones de la comunidad mapuche Pu Lof sobre un territorio en Cushamen (Chubut) —en litigio con el multimillonario italiano Carlo Benetton—, el crecimiento mediático del longko Facundo Jones Huala y la desaparición forzada de Santiago Maldonado ocupan las secciones principales de los medios de comunicación y encienden luces de alarma al interior del Gobierno nacional.


El docente e investigador del IDAES Axel Lazzari analiza las representaciones sobre lo indígena que hoy recorren la sociedad argentina. “El ciudadano común oscila entre tomar partido por el relato del indio ‘sospechoso’ (construido desde los medios más poderosos) y la solidaridad con sus reclamos. Pero ¿qué subyace a esta opción? El ‘indio’ existe como una cuestión del pasado que, si acaso se recuerda, es para ser olvidada. Y esto se debe a que se trata de algo no deseado”, plantea.




En su artículo “Indio, memorias del olvido” —escrito junto con la investigadora Diana Lenton—, el antropólogo remarca que hay tres registros básicos de las memorias nacionales sobre el indio como “vencido”, “domesticado” y “reparado”, y todos ellos se potencian en el siglo XIX con la Conquista del Desierto, la tristemente célebre campaña militar comandada entre 1878 y 1885 por Julio Argentino Roca. “Es muy difícil dar cuenta de los indígenas en la Argentina por fuera de esos registros y esto encuentra su origen en la propia idea de ‘indio’. Esta es una categoría colonial que sirvió de instrumento al conquistador y colonizador para englobar la gran diversidad de pueblos históricos que habitaban el continente, desde Norteamérica hasta Tierra del Fuego. Se incluyó en ella todo lo que estaba en la condición de vencido para hacer pensable un universo de gente que debía ser civilizado y domesticado”, explica Lazzari.



En 1994, con la Constitución Nacional reformada, por primera vez se sostienen y especifican positivamente los derechos de los pueblos indígenas. El artículo 75 de “Atribuciones del Congreso de la Nación” establece la necesidad de “reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos; garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan”. Al mismo tiempo, tanto el Convenio Internacional 169 sobre “Pueblos indígenas y tribales en países independientes” de la Organización Internacional del Trabajo —al cual la Argentina suscribió en 2002— como la anterior Ley sobre Política Indígena y Apoyo a las Comunidades Aborígenes refuerzan los mismos conceptos. A todo esto, se suma la ley que en 2006 declaró “la emergencia en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan las comunidades indígenas”, norma que vence en noviembre de este año y que recientemente consiguió una prórroga de cuatro años en el Senado de la Nación y espera su tratamiento en la Cámara Baja.

No obstante, el artículo de la Constitución también otorga “facultades concurrentes” a las provincias en los asuntos indígenas, lo que les permite abrir un campo de negociación directa con empresas nacionales o multinacionales que pueden afectar negativamente la ya precaria situación que se vive en los territorios rurales indígenas. “En la Argentina, toda la política indigenista puede concebirse como una débil y fragmentaria regulación de los procesos de acumulación del capital que, al menos desde los últimos veinte años, viene acelerándose a través de las industrias extractivas y del agronegocio. Cuando el Estado Nacional tiene la voluntad de hacer cumplir los derechos indígenas —sobre todo los que atañen al territorio—, los Gobiernos provinciales, en vista de los intereses locales, suelen recurrir a variadas tácticas para obstaculizar esa voluntad, entre las que se encuentran las banderas del federalismo”, observa Lazzari.


Hual Mapu



El pueblo mapuche habita el territorio ubicado en el sur del continente sudamericano desde tiempos inmemoriales, tanto en la vertiente oriental como en la occidental de los Andes. “Hual Mapu” es el nombre dado al territorio mapuche en su más amplio sentido cósmico. Expresa, en lengua mapudungún, el conjunto total del suelo, el subsuelo, el aire, los ríos y todas las fuerzas que circulan en él. El punto principal de referencia es puel (‘este’, ‘naciente’), que significa ‘el lado del que nace el sol’. En la Argentina, los mapuches habitan el puel mapu (‘territorio del este’) en zonas urbanas y rurales de las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Buenos Aires, Mendoza y La Pampa.



Según Lazzari, en los últimos meses muchos medios de comunicación publicaron información incorrecta sobre el pueblo mapuche al sostener que este es de origen chileno y que sus miembros habrían exterminado al pueblo tehuelche. “Los mapuches nacidos en Chile son chilenos y los nacidos en la Argentina son argentinos. Algunos podrán considerarse mapuches sin aludir a su documento nacional, pero dependiendo de en qué circunstancias y frente a quién expresen su identidad. Nosotros hacemos lo mismo cuando nos decimos argentinos, porteños o latinoamericanos según diferentes contextos. El mapuche es un pueblo que, desde antes de la conquista española, vive de un lado y del otro de la cordillera. Hoy la cordillera es el accidente natural que marca el límite político entre la Argentina y Chile, y el pueblo mapuche quedó en el medio. Los que pretenden negarles a los mapuches derechos como indígenas porque ‘no serían originarios de la Argentina’ desconocen este simple hecho. Tampoco es verdad que hayan arrasado con los tehuelches. Si bien hubo algunos enfrentamientos, también hubo matrimonios interétnicos, alianzas políticas y comercio. De hecho, la mayoría de las comunidades indígenas en Chubut, donde tiene lugar el litigio con la Pu Lof, se reconoce a sí misma como mapuche-tehuelche”, amplía el investigador.




De acuerdo con el antropólogo, esos y otros mitos sobre los mapuches fueron gestados por la Generación del 80 a fines del siglo XIX, cuando el intelectual y político Estanislao Zeballos esgrimía en 1878 el discurso de la “araucanización de las pampas” en su libro La conquista a las quince mil leguas y preparaba, de esta manera, el consenso ideológico previo para la campaña de Roca. Allí, Zeballos describía a los araucanos (hoy mapuches) como “indios chilenos que roban el ganado en las estancias de Buenos Aires y lo venden en Chile”. Lazzari, en un artículo escrito también con Diana Lenton, ha desarmado este discurso mostrando “sus contenidos nacionalistas y la pátina de autoridad científica que la etnología y la etnohistoria le proporcionaron durante todo el siglo XX. Lamentablemente, el sentido común hoy acude a esta imagen sedimentada como si fuese una verdad histórica”. Allí, el investigador manifiesta: “Yo creo que, de todos los pueblos indígenas en la Argentina, a los mapuches se les reserva un particular encono. Habría que buscar las causas de esto en el hecho histórico de que entre 1820 y 1879 las ‘tribus’ araucanas y araucanizadas constituyeron un freno a la expansión territorial de la burguesía ganadera de Buenos Aires”.



Hoy las distintas comunidades entre las que se reparte el pueblo mapuche reclaman la “propiedad comunitaria indígena” de los territorios que habitan. Esta figura ya está prevista en la Constitución Nacional y aparece en distintas instancias del marco legal argentino. “La propiedad comunitaria indígena se menciona en el nuevo Código Civil y ha sido otorgada en algunos casos puntuales, pero todavía está pendiente una ley específica de propiedad comunitaria indígena, a pesar de que hay proyectos presentados al Congreso Nacional desde fines del gobierno anterior. Esto se relaciona con la cuestión de la autodeterminación que está contemplada en el Convenio 169. Lo que hay que tener en claro es que ni los mapuches ni ningún otro pueblo indígena en la Argentina reclaman una secesión del Estado argentino, tal como pretenden confundir muchos comunicadores y políticos que compiten por ser los Zeballos del siglo XXI; solo reclaman un mayor nivel de autonomía con el fin de ampliar su capacidad de decisión sobre las cosas que los afectan”, señala Lazzari.



Por último, el antropólogo advierte que los reclamos indígenas siempre se juzgan “con los ojos del blanco”, dado que la Argentina todavía insiste en “imaginarse a sí misma como un país europeo en las antípodas” mostrándose indiferente y desconociendo la gran diversidad de pueblos indígenas y de origen africano, asiático y latinoamericano que habitan el territorio