"Acabemos con esto ya. Acabemos con esta agonía".**
Esas fueron las palabras que en 1978 en un remoto lugar de la Guyana, el pastor evangélico Jim Jones pronunció ante cientos de personas. Poco después, 918 personas perdían la vida en un suicidio en masa, mientras él preferiría pegarse un tiro con una escopeta.
Pero, ¿qué ocurrió aquel 18 de noviembre que causó semejante desenfreno de muertes, incluido el asesinato de un congresista y tres periodistas?.
Para saberlo habría que empezar a contar la historia desde su germen: tres años antes, cuando Jim Jones y los seguidores del Templo del Pueblo decidieron mudarse desde California a esa esquina recóndita en la jungla sudamericana.
En 1955, el pastor Jim Jones creó una secta denominada el Templo del Pueblo, cuya mayor parte de seguidores eran de raza negra.
De afiliación comunista, el reverendo Jones adquirió cierta notoriedad por su lucha contra el racismo y la defensa por los derechos de los homosexuales (incluso Harvey Milk, activista y político homosexual, simpatizaba con el movimiento).
De hecho, Jim Jones y su esposa Madeleine adoptaron a seis niños de diversas razas, para fundar así su «familia del arcoíris» y criarlos de forma comunal.
En medio de la psicosis nuclear que produjo la Guerra Fría, Jones trasladó su comunidad desde California a Sudamérica.
En la remota Guyana fundó Jonestown (Pueblo Jones), una granja de 140 hectáreas que pretendía sobrevivir a la guerra nuclear y a los peligros de unos EE.UU. –decía– cada vez más desbocados y próximos a su final.
Su cóctel doctrinal, que mezclaba pasajes de la Biblia, textos de Marx y el credo evangélico Pentecostal, atrajo a una comunidad de cerca de 1.000 personas a sudamérica.
El Templo del Pueblo y los Maltratos
Al estilo de las comunas hippies características de los años 70, los seguidores de Jones cultivaba su propia comida, criaban ganado, fabricaban toda clase de productos y educaban entre todos a sus hijos.
Se crearon granjas comunitarias que proveyeron gran parte de los suministros de Jonestown y los que faltaban eran traídos desde Georgetown, la capital de Guyana, gracias a un acuerdo comercial con el gobierno del país.
Desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, los miembros de la secta trabajaban sin descanso, niños incluidos, bajo temperatura cercanas a los 38 °C.
Según los testimonios de ex integrantes de la secta, las comidas consistían en nada más que arroz y legumbres, de inferior calidad a los alimentos que recibía Jones y su familia próxima.
En caso de desobedecer las órdenes, Jones encerraba a los indisciplinados en unas cajas de madera minúsculas o en cubículos enrejados.
Según los testimonios más crudos, las palizas eran frecuentes, así como el uso de un «hoyo de tortura» donde Jones tiraba a los niños desobedientes en mitad de la noche.
Asustaba a los niños haciéndoles creer que había un monstruo en el fondo del pozo y, en caso de que fueron ya mayores para creer en cuentos de miedo, los amarraba desnudos para electrocutarles los genitales.
Como era evidente, para salir de Jonestown no bastaba con pedirlo en recepción.
Los que intentaban escapar eran drogados, mientras que guardias armados patrullaban el pueblo día y noche para asegurarse de que las órdenes de Jones se cumplieran.
A raíz de los testimonios cada vez más inquietantes, la CIA investigó la forma de acabar con este «paraíso socialista».
De acuerdo al relato de las investigaciones revelado por el FBI, Jones creó lo que se llamaron las "noches blancas".
En las que se simulaban suicidios con cianuro y otras sustancias, y durante esas jornadas, Jones le daba a los miembros de Jonestown cuatro opciones:
huir a la Unión Soviética, cometer un 'suicidio revolucionario', quedarse en Jonestown para luchar contra los invasores o huir hacia la selva, por lo que tal proceder se calificaba como "lavado de cerebro".
En octubre de 1978 las denuncias sobre abusos en Jonestown alcanzaron los oídos del representante a la Cámara por el estado de California, Leo Ryan, y finalmente decidió visitar Jonestown que habría de concluir el 18 de Noviembre.
Antes de salir en una avioneta rumbo hacia Georgetown -Jones- invitó a las personas que quisieran irse con él de regreso a Estados Unidos, y unos pocos de los miembros del Templo del Pueblo aceptaron la invitación y salieron con la comitiva que incluía a tres periodistas, pero a mitad de camino varios de ellos sacaron varias armas y comenzaron a disparar contra Ryan y los demás. Todos murieron.
Jim Jones había perdido la cabeza y estaba dispuesto a llegar hasta el final con tal de no vivir el final de su ciudad.
Tras el asesinato del congresista, Jones reunió a toda la comunidad y advirtió el final del sueño socialista: «Hemos obtenido todo lo que hemos querido de este mundo. Hemos tenido una buena vida y hemos sido amados».
A continuación, los hombres cercanos al líder repartieron frascos llenos de cianuro, mezclado con zumo de uva, a las más de 900 personas que formaban la comunidad.
Mujeres, hombres y niños bebieron el cianuro potásico, cuyos efectos provocan una muerte especialmente dolorosa.
Pero Jones no. El líder aguantó en pie hasta el final increpando a los miembros de su comunidad por morir «sin dignidad», puesto que pocos pudieron contener los gritos de dolor.
Él, por si acaso, se quitó la vida con el disparo de una escopeta.
Mientras el ejército americano descubría cientos de cadáveres en la granja, los familiares de los fallecidos asaltaron las viviendas de la secta en distintos lugares en busca de respuestas.
Pero lo cierto es que incluso hoy faltan respuestas y resulta un misterio lo que realmente ocurrió en los últimos días de Jonestown.