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Había una vez un joven chino Lu Ian, que había llegado hace un tiempo a Pekín, a quien no le iban bien las cosas.
Un día al ver que las ventanas de una casa muy linda estaban cerradas, pensó que no habría nadie en ella y Decio entrar para robas, con tal mala suerte que los dueños de la casa elegida eran parientes del emperador; por lo cual siempre estaba discretamente vigilada.
Lo apresaron y el emperador lo condeno a la guillotina china, según las leyes de la época Lu Ian fue trasladado a la aldea donde vivía donde seria ejecutada la decapitación. El mandarín de la región tenia fama de hombre sabio y justo quiso conocer al reo porque su nombre le sonaba vagamente familiar, al verlo lo reconoció, era el hijo de un viejo jardinero que trabajo con el hasta su muerte. Recordaba al muchacho como amable y pacifico, -y lo sigo siendo- le aseguro Lu Ian, pero resulta que había ido a Pekín a buscar trabajo y al no conseguir nada estaba por volver a su pueblo natal, pero no tenia dinero y si mucho hambre.
Fue la desesperación lo que me llevo a robar por primera vez en mi vida!- exclamo con lagrimas en sus ojos, el mandarín convencido de que el muchacho era solo un ladrón ocasional, mando un mensajero a la ciudad capital con un respetuosísimo y ceremonial mensaje para el emperador en que le resumió la historia y le rogaba humildemente la posibilidad de que el magno emperador, concediera el indulto. Luego le hizo saber a Lu Ian acerca de esta gestión para hacerle menos duros los días por venir.
Ahora ya no pensaría solamente en los días de su muerte, ahora podía soñar con el perdón, pero los días pasaban y pasaban y el indulto no llegaba.
Al fin llego el día de la ejecución, que no podía cambiarse, mucha gente en la plaza en la principal, la guillotina en el centro de la misma, Lu Ian de rodillas, con las manos atadas en la espalda, su cabeza apoyada en un semicírculo de madera y allá arriba la filosa hoja. Al lado de el verdugo con una soga en la mano, mirando hacia donde estaba el mandarín, quien debería darle la orden.
El mandarín estaba en una especie de estrado con su concubina y alguno nobles que hablaban animadamente de diversos temas. Se acercaba la hora en que….
Pero de pronto irrumpió en la plaza un hombre montado en un hermoso caballo, con un papiro en su mano libre y gritando: - TRAIGO EL INDULTO DEL EMPERADOR, TRAIGO EL INDULTO!-
Lu Ian empezó a reír y llorar. En ese instante el mandarín hizo la seña al verdugo y la cabeza del joven, rodó fuera de la canasta que esperaba, cuando se detuvo se podía observar que en expresión de Lu Ian, había quedado grabada una amplia sonrisa; el mandarín se puso de pie y mientras arrojaba una moneda de oro al actor que hizo de mensajero comento en voz alta: Al menos…. Murió feliz…..

Fuente: El show de Tom Lupo- Tarde o Temprano