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El ayuntamiento de Lillestrøm ha empezado a experimentar con recompensas para quien no contamina.


Los policías de Lillestrøm no te dan el alto para que te pongas el casco, sino para darte pasta gansa en mano.

Si uno es de los que ama la cultura de la bicicleta, es difícil contar historias sobre Escandinavia sin sentir una punzada de envidia malsana. Es ver a los ministros daneses ir a trabajar sobre dos ruedas y que se te caiga el alma a los pies. Eso nunca ocurrirá en un país con tantísimos coches oficiales como el nuestro. Y menos que alguien te pare cuando vas camino del trabajo y te entregue euros en mano por no usar el coche. Eso mismo pasó recientemente durante unas horas en la localidad noruega de Lillestrøm.

Al pasar por algunos puntos de la calle principal de la ciudad, aquellos que se desplazaban a pie o en bicicleta recibían una pequeña cantidad en metálico. Este "impuesto inverso" es una manera de compensarles por el ahorro que, según los investigadores, suponen para el Estado. La Agencia Nacional de Salud llegó a la conclusión de que "el transporte activo le ahorra al gobierno unos 5 euros por cada kilómetro caminado y unos 2 por kilómetro recorrido en bici."

Más allá de la cantidad económica, es un acto simbólico que motiva al ciudadano a cambiar de hábitos y mejorar su comunidad. El alcalde de la localidad, Ole Jacob Flaetene, lo tiene claro: "Que la gente camine o vaya en bicicleta es socialmente bueno. Es beneficioso para la salud, para el medio ambiente y para el sistema de transporte."

Este amor por las dos ruedas ha propiciado que Lillestrøm sea elegida por tres años consecutivos como la mejor ciudad noruega para el ciclista. Y no sólo porque cuente con una estupenda red de carriles de bici. Para cambiar la cultura del coche, lo primero que hay que hacer es cambiar las actitudes. Hay muchas razones para ir en bicicleta y no siempre tienen que ver con la ecología, pero estamos tan acostumbrados a que el coche domine la calle que la presencia de otros vehículos incomoda a muchos conductores e incluso a peatones.

Los casos varían mucho según las ciudades, pero muchas veces existe una cierta indefensión del ciclista. En Nueva York, por ejemplo, se multa más a la bicicleta que a los coches. En Londres la policía ha empezado recomendar a los ciclistas que vistan con colores más visibles, como si la culpa de las muertes recientes que ha habido en la ciudad no fuera también del conductor. En Madrid ir en bicicleta es jugarse el cuello, dado que el trazado urbano es puro asfalto. Esta es una dinámica que ya no podemos permitirnos.

Para ello hay que hacer un esfuerzo conjunto. El ciclista ha de aprender el terreno en que se mueve, y respetar las normas de circulación. El conductor entender que está en una posición de poder, y que encima de la bicicleta hay un ser humano frágil. Y todas las iniciativas como la de Lillestrøm, para potenciar los aspectos positivos de usar nuestro cuerpo, siempre serán bienvenidas. Aunque sea sólo como una efectiva campaña de comunicación. Ahora habrá que ver si cunde el ejemplo.