El amor a los animales de los iroqueses
Al contrario de lo que ocurre en la cultura judeocristiana, donde ocupan un escalafón inferior al ser humano, los animales eran muy bien considerados por los nativos norteamericanos. En particular, los iroqueses, cuyo territorio se extendía alrededor de la región de los Grandes Lagos, observaban con admiración y amor a algunos de ellos.
Sus leyendas les atribuían poderes, que se transmitían de forma beneficiosa a los hombres. La tortuga es un buen ejemplo. Sus mitos fundacionales relatan que, en el principio del mundo, éste se hallaba cubierto de agua y fue un tortuga la que trajo el suelo en su espalda. Así América quedó sostenida por el quelonio (idea que todavía tiene algunos adeptos).
Los osos, por su parte, eran los animales más antropomórficos para los nativos, por su capacidad de sostenerse sobre sus patas traseras y por sus hábitos y conocimientos; su capacidad de hibernar y salir luego del letargo era considerada algo así como una resurrección. A ello se unían otras historias, como la de que cuidaban de cuidaban de los niños perdidos y tenían poderes curativos.
Los lobos, finalmente, tenían una cualidad importantísima para ellos: eran un modelo de éxito como cazadores.