El arma mística que el Führer quería para dominar el mundo reliquia asociada a un soldado centurión romano llamado Cayo Casio Longinos, quien sufría una ceguera parcial que casi no le permitía ver. No obstante, la sangre de Jesús que le salpicó a los ojos cuando le clavó la Lanza obró un milagro, recuperando la vista en ese justo momento. El agradecido Longinos decidió convertirse al cristianismo, señala el evangelio de Juan (19:33-34).
egún relata Jesús Hernández en su libro, “Enigmas y misterios de la II Guerra Mundial”, Hitler dio con la lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena. La leyenda cuenta que un día, el joven Adolf (de tan sólo 23 años) entró en el conocido museo del Palacio Hofburg para refugiarse de una fuerte tormenta, y allí encontraría su destino. “Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular; sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro imperial de los Habsburgo: la Lanza de Longinos”, señaló Hernández.
Obsesión de Hitler
El individuo que reveló la obsesión que tenía Adolfo Hitler, por la lanza que supuestamente había pertenecido a Longinos, era un sabio austriaco, el doctor Walter Stein, amigo del líder nazi desde antes de 1914.
Según el doctor Stein, la creencia de Hitler en los poderes sobrenaturales de la Lanza de Longinos lo llevó a la magia y el ocultismo.
Finalmente, cuando en 1938 Hitler anexó Austria al Tercer Reich, una de sus primeras órdenes fue visitar el Museo Hofburg para buscar la famosa lanza.
Posteriormente, llevó a cabo todos los arreglos para que la trasladaran a Nuremberg, donde fue ubicada en una iglesia que ordenó transformar en santuario nazi.
Cuando el Tercer Reich era derrotado, en varios frentes, las fuerzas aliadas bombardearon la ciudad, por lo que Hitler ordenó esconder la lanza en una bóveda que había mandado construir dentro de los cimientos del Castillo de Nuremberg.
Finalmente, el 30 de abril de 1945, las tropas estadounidenses entraron en Nuremberg, sacaron la lanza. Hitler, que en esos momentos se protegía en Berlín, no se enteró; horas después de suicidó.
egún relata Jesús Hernández en su libro, “Enigmas y misterios de la II Guerra Mundial”, Hitler dio con la lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena. La leyenda cuenta que un día, el joven Adolf (de tan sólo 23 años) entró en el conocido museo del Palacio Hofburg para refugiarse de una fuerte tormenta, y allí encontraría su destino. “Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular; sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro imperial de los Habsburgo: la Lanza de Longinos”, señaló Hernández.
Obsesión de Hitler
El individuo que reveló la obsesión que tenía Adolfo Hitler, por la lanza que supuestamente había pertenecido a Longinos, era un sabio austriaco, el doctor Walter Stein, amigo del líder nazi desde antes de 1914.
Según el doctor Stein, la creencia de Hitler en los poderes sobrenaturales de la Lanza de Longinos lo llevó a la magia y el ocultismo.
Finalmente, cuando en 1938 Hitler anexó Austria al Tercer Reich, una de sus primeras órdenes fue visitar el Museo Hofburg para buscar la famosa lanza.
Posteriormente, llevó a cabo todos los arreglos para que la trasladaran a Nuremberg, donde fue ubicada en una iglesia que ordenó transformar en santuario nazi.
Cuando el Tercer Reich era derrotado, en varios frentes, las fuerzas aliadas bombardearon la ciudad, por lo que Hitler ordenó esconder la lanza en una bóveda que había mandado construir dentro de los cimientos del Castillo de Nuremberg.
Finalmente, el 30 de abril de 1945, las tropas estadounidenses entraron en Nuremberg, sacaron la lanza. Hitler, que en esos momentos se protegía en Berlín, no se enteró; horas después de suicidó.