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El fin del acorazado más poderoso del III Reich publicado en Info

Dos días antes del trágico final, el capitán alemán Ernst Lindemann con un nudo en la garganta mostró a sus oficiales un mensaje recién llegado desde Berlín:

¡El Führer recordó que hoy es mi cumpleaños! ¡Miren su mensaje de felicitación!

Lindemann vivía el momento dorado de su vida. Estaba al mando el acorazado Bismarck: la más poderosa máquina de guerra creada por Alemania, y una de las mayores entre todos los acorazados europeos.

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El fin del acorazado más poderoso del III Reich publicado en Info

Un monstruo de acero: 251 metros de eslora (largo), 36 de manga (ancho), planchas de blindaje de 32 centímetros, 64 cañones, torretas para defensa antiaérea, cuatro hidroaviones clase Arado Ar 196, más de 50 mil toneladas de desplazamiento, velocidad máxima de 55 kilómetros por hora, 2.065 tripulantes.

Su botadura, el 14 de febrero de 1939, fue una gran fiesta, con desfiles y todos los fastos del III Reich, y Adolf Hitler en persona gritando de alegría en cuanto la proa tocó el mar. Su nombre: en honor de Otto von Bismarck, El Canciller de Hierro, hombre clave de la unificación alemana (1871).
Tambien tenía un gemelo: el acorazado Tirpitz.

El Bismarck y su gemelo partieron hacia el Atlántico para darle la puntada final a los desastres causados por los hasta entonces imbatibles submarinos alemanes: decenas de convoyes con suministros terminaron en el fondo del mar, debilitando el poderío de la Royal Navy británica, mucho más poderosa que la Kriesgmarine, la marina de guerra alemana. Era la Operación Rheinübung.

A pesar de que la operación se llevó en el mayor de los secretos, los informes de la resistencia en las costas de Suecia y de Noruega, y los mensajes descifrados por los criptógrafos británicos, no se tardó en ubicar la posición del coloso alemán. El 19 de mayo de 1941, un crucero que navegaba por el Estrecho de Kattegat, entre Jutlandia y la costa oeste sueca, lo avistó –y también al Tirpitz y otros buques de la misma bandera– cuando entraban al puerto de Bergen.

Para entonces, el almirante John Tovey (1885–1971), comandante en jefe de la Home Fleet, la flota británica del Atlántico, tenía un póker de ases en la mano. Incluso fotografías aéreas. De modo que el 22 de mayo ordenó a toda voz y a todo buque británico de guerra: ¡Hundan al Bismarck!

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En ese instante, la Home Fleet contaba con los acorazados Hood, King George V y Prince of Wales, escoltados por cruceros y destructores, mientras que en Inglaterra esperaba en recién construido portaviones Victorius y el crucero de batalla Repulse, y en Gibraltar, el almirante James Sommerville (1882–1949) tenía a su disposición el crucero de batalla Renow y el portaviones Ark Royal. En cuanto a los acorazados Rodney y Ramillies, navegaban por el Atlántico como escoltas de los convoyes de suministros, y el acorazado Revenge estaba fondeado en Halifax.

El dilema del Almirantazgo era cómo reunir a todas las fuerzas contra un solo objetivo: el temible y huidizo Bismarck, que el 21 de mayo había escapado a la vigilancia aérea refugiándose en la niebla.
Pero Tovey no perdió tiempo. En una de las operaciones conjuntas más grandes de la Segunda Guerra, lanzó escuadrillas de aviones de reconocimiento, apostó una escuadra de cruceros entre las islas Feroes e Islandia, y él mismo, a bordo del King George V, guió al Victorius y al Repulse, mientras los cruceros pesados Suffolk y Norfolk patrullaban el Estrecho de Dinamarca. El cerco empezaba a cerrarse.

El 23 de mayo a las 20:32, el Suffolk y el Norfok avistaron a los buques alemanes cuando entraban al Estrecho de Dinamarca. Lograron ocultarse en la niebla, pero los británicos los mantuvieron en sus radares. Al día siguiente, a las 6:30, el Hood y el Prince of Wales tuvieron a los buques alemanes a la vista, pero el Bismarck ganó el primer choque. Un proyectil atravesó la cubierta del Hood e hizo estallar la santabárbara. Se partió en dos, y en segundos se fue a pique.

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Tras el enfrentamiento el Almirantazgo ordenó partir desde Gibraltar al crucero Renown y el portaaviones Ark Royal, y sumar a la cacería del Bismarck a los acorazados Rodney y Ramillies. Mientras, el Suffolk perdió el contacto de radar con el esquivo y orgulloso navío alemán, pero herido: perdía petróleo, y tendría que recalar en Saint Nazaire o Brest para reparar el daño.

El día 26, tras más de treinta horas sin conocer la posición del Bismarck y los demás buques alemanes, parecía una pista perdida. Pero el piloto de un avión Catalina del Servicio de Guardacostas lo detectó. De inmediato, aviones torpederos Swordfish partieron desde el portaaviones Ark Royal pero confundieron al Bismarck con un buque propio: el Sheffield. Aunque por suerte sin víctimas.

Al caer la noche, un grupo de destructores británicos lograron cercar al Bismarck y atacarlo con torpedos, pero el fuego graneado de la artillería alemana les impidió maniobrar, y todos los torpedos fallaron. Sin embargo, al amanecer, llegaron a la zona de batalla el Rodney y el King George V. Hubo un brutal intercambio de cañoneo. Una andanada del Bismarck dañó al Rodney, pero el coloso empezó a sentir en su blindaje el poder de la artillería británica: destrucción de la sala de control de tiro, y daños en las torretas de artillería de proa.

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El gigante, por primera vez desde su gloriosa botadura, quedó a tiro y merced de los británicos. Seguía perdiendo gran cantidad de petróleo, llegaban más barcos para rodearlo como una jauría de lobos, y cuando intentó escapar, un torpedo destrozó uno de sus timones. Por primera vez, el capitán Lindemann abandonó su perpetuo y soberbio discurso sobre el poderío de la invencible Alemania con que azotaba a la tripulación. Una especie de discurso místico que empezaba a hacerle perder noción de la realidad. Tanto, que aun rodeado, herido y obligado a navegar lentamente y en círculos por la irreparable rotura del timón, insistía en que nada ni nadie puede hundir al Bismarck.

El 27 a las 5:45. Los buques ingleses avanzan hacia los alemanes. El Bismarck y el Prinz Eugen se defienden con todo lo que tienen. El Prince of Wales, con varias bajas en el centro de mando –sólo se salvaron el capitán John Leach y un marinero–, dispara seis salvas contra el Bismarck, y la última lo alcanza. Pero desde los dos buques alemanes llueven proyectiles que causan graves daños. A las 6:13, Leach ordena retirada: sólo le quedan intactos dos de sus diez cañones.

Se unen a la batalla los viejos acorazados Revenge y Ramillies. Ahora son seis acorazados, dos portaaviones, trece cruceros y veintiún destructores convocados para asestar el golpe final. Con uno de sus timones destrozado, no tiene más remedio que navegar en grandes círculos. Desde los buques británicos parten nueve torpedos. El Bismark esquiva ocho, pero el noveno impacta en el centro del casco blindado aunque sin daños importantes.
Pero uno de los proyectiles británicos lo ha herido de muerte. El agua de mar inunda la caldera número dos de babor y amenaza con penetrar en el turbogenerador número cuatro del depósito de agua potable y en los motores de la turbina.

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El último mensaje del Bismarck llega a Berlín:

Barco imposible de maniobrar. Lucharemos hasta el último proyectil. Larga vida al Führer.

Los buques británicos siguieron disparando su potentes baterías: lanzaron 700 proyectiles más, y el Bismarck, reducido a escombros, se escoró a babor y se hundió del todo por la proa.

El capitán Lindemann y todo su estado mayor murieron en la explosión del puente de mando. De sus 2.200 tripulantes, sólo 114 se salvaron y fueron recogidos por los buques de la Royal Navy.

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