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Los votos se inclinan a la derecha. Europa se pone reaccionaria, desconfiada. El ombligo de cada país es mirado y cuidado, limpiándolo de cualquier pelusa posible. Los nacionalismos se ponen en boga en un órgano supranacional, algo paradójico por cierto.
El zar de la televisión italiana zafa de un quilombo padre, por tener relaciones sexuales con un par de pibas que bien podrían ser sus hijas.
Quedan atrás los ecos de la juventud francesa sin laburo o de la juventud griega asesinada y perseguida. No pasó nada, fueron un par de "infecciones".
La España -cada vez más vieja- se limpiará de sudacas, Francia -queda vez más sucia- de africanos, Alemania -cada vez más Weimar- de vaya a saber qué...
El Europarlamento decide el 70% de lo que pasará a los largo de 27 países que miran su propio ombligo, cerrando la puerta para que no los mire el vecino. Y por mirar sus propios ombligos votan a quienes les venden espejitos de colores. Y el votante se siente reconfortado al comprarlos.

Acá, en la Argentina, muchos kilómetros de agua mediante, los candidatos también venden espejitos de colores. Y esos espejitos reflejan horrores: ladrones furtivos que te sacan lo que no tenés, violadores que violan la moda al usar un gorro con visera, morochos que te cortan la calle por el gusto de molestar. Y los espejitos se ven en widescreen, a todo color, en pantallas de 42 pulgadas.
La sonrisa del candidato que te pide ayuda para que puedas mirar tu propio ombligo con placer y sin miedo, inunda las calles céntricas, pero nunca la periferia. La mirada desconcentrada del ex mira en los barrios pobres, ajenos a su sur, pero con color a poder. El que sabe hacerse el boludo para mantenerse en el poder se hace el boludo y no aparece en ningún lado: la sabana lo va a cubrir cuando sea necesario.

Cuando Colón llegó a América le entregó a los indios espejitos de colores a cambio de sus riquezas. Luego la colonización exterminó, a Biblia y espada, todo vestigio de civilización originaria.
La derecha política se apropió, con el correr de los años, de las mismas armas: la Biblia, como argumento moral; la espada, como argumento político si las cosas les van mal. Así, ante cualquier miedo que a aparezca la posibilidad de que la casa sea tomada, la espada –o la picana, o la bolsa, no importa- se caga en la misma Biblia que dice defender.

Pero en épocas donde la espada no es necesaria, aparecen aquellas otras armas: los espejitos de colores, los que aparecen en widescreen hoy, y que antes aparecían a cuatro colores en las revistas de moda. Y hacen candidateables a tipos que les encantaría poder usar la espada en alguna ocasión.

Lo jodido es que a la gente, cada vez más, les gustan los espejitos de colores; acá, en Europa y en la China…

Yo no quiero, prefiero el reflejo que me brinda el agua limpia, sin nada que lo deforme a gusto y conveniencia.