Si hay que nos une con América Latina no es el idioma, sino la educación sentimental que obró nosotros El Chavo del ocho, la muy longeva serie creada por Roberto Gómez Bolaños (Chespirito) en México durante la década de los setenta, y que ha tenido tantas repeticiones a lo largo de los años que si palabras como “Chanfle” y “Chispotear” no han entrada aún el diccionario de la RAE es por la ceguera de los académicos. ¿O es que alguno de ustedes, alguna vez en una dura circunstancia de su existencia no han argumentado eso de “lo hice sin querer queriendo” como disculpa?
Parece que aunque creíamos que tantas reposiciones de la serie a lo largo de nuestras vida nos habían convertido en expertos de la a a la z sobre la vida, obra y milagros de ese niño huérfano que vivía en un barril y estaba obsesionado por las “tortas de jamón“, y que sabíamos hasta la saciedad los argumentos y diálogos y muletillas que acontecían en el inmueble propiedad del Señor Barriga, pues ocurre ahora que no, no sabíamos nada de esa vida secreta y oscura entre las cuatro paredes de la bonita vecindad.
Desde Argentina, Quico (un Carlos Villagrán que supera a Marlon Brando pues ostenta los cachetes sin necesidad de algodón), ese pijo, ya sin el traje de marinerito, ha realizado duras declaraciones que ponen a El Chavo del Ocho al nivel de Dinastía, y es que los momentos más dramáticos de la serie no ocurrían cuando Don Ramón se ocultaba para no pagar la renta o cuando Ñoño se negaba a prestar su gran pelota para jugar.
No, señores: en la vecindad había intrigas amorosas y nexos con el narcotráfico colombiano.
Villagrán afirmó sobre aquellos años que Quico siempre fue el personaje más popular, y que ese hecho condenó su presencia en el programa, que abandonó a mediados de los ochenta. Sin embargo, el asunto no sólo fue laboral: Quico vivió un escandaloso triángulo con Doña Florinda y El Chavo.
Al principio de la serie, Villagrán y Florinda Meza eran pareja en la vida real. Argumentando restricciones laborales, Gómez Bolaños le pidió que terminará la relación. Y Quico descubre al poco tiempo de dejar a Doña Florinda (también alma de La Popis) ella buscó consuelo en brazos de su jefe, con quien se casó y sigue casada. Villagrán asegura que Chespirito es controlado por esta Yoko Ono mexicana, una mujer amargada por el hecho de que no pudo tener hijos.
Y eso no es todo: Quico afirma que durante una gira en Colombia la troupe actuó para la hija de uno de los altos mandos del narcotráfico, sin precisar fecha ni nombres, y asegurando que a pesar de que lo tentaron con un maletín lleno de dinero, él no se prestó a tan lamentable hecho.
Chespirito ha salido a desmentir que hubiera actuado alguna vez (a sabiendas) para narcotraficantes. El rumor tiene especial relevancia en México, donde cada mes se suceden cerca de 80 ejecuciones relacionados con los carteles de la droga.
Ya no se puede confiar en nadie: Pedro, el compañero sentimental de Heidi, aseguró hace uno días que la milagrosa recuperación de Clara fue una burda puesta en escena para ganar rating. Y cada vez crece más el rumor de que el Libro Gordo de Petete es obra de un ghost writer.
Parece que aunque creíamos que tantas reposiciones de la serie a lo largo de nuestras vida nos habían convertido en expertos de la a a la z sobre la vida, obra y milagros de ese niño huérfano que vivía en un barril y estaba obsesionado por las “tortas de jamón“, y que sabíamos hasta la saciedad los argumentos y diálogos y muletillas que acontecían en el inmueble propiedad del Señor Barriga, pues ocurre ahora que no, no sabíamos nada de esa vida secreta y oscura entre las cuatro paredes de la bonita vecindad.
Desde Argentina, Quico (un Carlos Villagrán que supera a Marlon Brando pues ostenta los cachetes sin necesidad de algodón), ese pijo, ya sin el traje de marinerito, ha realizado duras declaraciones que ponen a El Chavo del Ocho al nivel de Dinastía, y es que los momentos más dramáticos de la serie no ocurrían cuando Don Ramón se ocultaba para no pagar la renta o cuando Ñoño se negaba a prestar su gran pelota para jugar.
No, señores: en la vecindad había intrigas amorosas y nexos con el narcotráfico colombiano.
Villagrán afirmó sobre aquellos años que Quico siempre fue el personaje más popular, y que ese hecho condenó su presencia en el programa, que abandonó a mediados de los ochenta. Sin embargo, el asunto no sólo fue laboral: Quico vivió un escandaloso triángulo con Doña Florinda y El Chavo.
Al principio de la serie, Villagrán y Florinda Meza eran pareja en la vida real. Argumentando restricciones laborales, Gómez Bolaños le pidió que terminará la relación. Y Quico descubre al poco tiempo de dejar a Doña Florinda (también alma de La Popis) ella buscó consuelo en brazos de su jefe, con quien se casó y sigue casada. Villagrán asegura que Chespirito es controlado por esta Yoko Ono mexicana, una mujer amargada por el hecho de que no pudo tener hijos.
Y eso no es todo: Quico afirma que durante una gira en Colombia la troupe actuó para la hija de uno de los altos mandos del narcotráfico, sin precisar fecha ni nombres, y asegurando que a pesar de que lo tentaron con un maletín lleno de dinero, él no se prestó a tan lamentable hecho.
Chespirito ha salido a desmentir que hubiera actuado alguna vez (a sabiendas) para narcotraficantes. El rumor tiene especial relevancia en México, donde cada mes se suceden cerca de 80 ejecuciones relacionados con los carteles de la droga.
Ya no se puede confiar en nadie: Pedro, el compañero sentimental de Heidi, aseguró hace uno días que la milagrosa recuperación de Clara fue una burda puesta en escena para ganar rating. Y cada vez crece más el rumor de que el Libro Gordo de Petete es obra de un ghost writer.