Sigue la limpieza: echaron a 120 ñoquis K en Morón
Una de las tantas bombas y obstáculos que dejó el kirchnerismo antes de dejar el poder en 2015, fueron los millones de militantes ocupando cargos en el Estado, distribuidos en diversos organismos y ministerios, cobrando sueldos elevados y con un alto índice de ausentismo.
Apenas llegó a su sillón en Casa Rosada, Mauricio Macri supo que sería imposible despedir a cientos de miles de personas que cobran un sueldo de los impuestos que pagan los contribuyentes. Por este motivo, se decidió ir de forma gradual para que el impacto y las protestas no fueran caóticos.
Corría febrero de 2016 y las noticias nos sorprendían e indignaban al ver los destrozos provocados por las patotas de Sabbatella, que al saber que estaban bajo la lupa por la nueva dirección del hospital, eligieron el sabotaje y la violencia para evitar ser despedidos.
Una foto emblemática de aquel día fue la silla de ruedas incrustada contra un resonador magnético.
Es por eso que el director ejecutivo actual, Pablo Bertoldi Hepburn, publicó un comunicado en el que se incluía a todos los empleados a los que sí les renovarían el contrato. Los que no ingresaron en el listado, quedaron despedidos, como fue el caso de varios militantes y sindicalistas.
Ante los posibles incidentes que pudieran provocar estas personas, el hospital decidió llamar a la policía para mantener el orden y la paz en el hospital, que siguió funcionando con total normalidad.
Como es habitual en estos casos, y siguiendo el mismo discurso mitómano y kirchnerista que hemos podido escuchar cientos de veces de parte de ex funcionarios del gobierno anterior, los empleados despedidos argumentaron una persecución política y exigieron la inmediata reincorporación, la que les fue denegada.