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Un sistema, dos derechas publicado en Offtopic

Cuando en las elecciones presidenciales de 2015 la alianza Cambiemos llegó al gobierno, los sectores históricos de la derecha argentina comenzaron a soñar con la posibilidad de que nuestro país inicie un proceso de transición política hacia una situación similar a la Chile. Esto es, generar un corsé político en el cual las fuerzas políticas, sin importar de qué lugar del espectro ideológico provengan, tengan un margen de maniobra mínimo, institucionalmente delimitado que neutralice cualquier voluntad partidaria de ejercer algún tipo de jacobinismo político.

En Chile hoy, con esta constitución y con este tipo de gran acuerdo interpartidario, el Partido Comunista podría encabezar el gobierno, pero sin que eso signifique un nuevo camino hacia la victoria del socialismo. Una alternancia no entre dos partidos de centro sino entre partidos obligados a operar en el centro. Una tremenda victoria ideológica de la derecha convertida en un esquema institucional infranqueable.

Pero para que esto ocurra tienen que darse una serie de condiciones que no parecen, a priori, aplicarse en Argentina. Por un lado, una parte no menor de la sociedad civil argentina tiene una predisposición a la movilización política que suelen situar a la izquierda a gran parte de la dirigencia política de la que se espera una actitud combativa frente a la ofensiva de la derecha.

Por otro lado, la experiencia kirchnerista ha sido, con sus luces y sus sombras, una de las experiencias reformistas más a la izquierda de la región durante el auge de la nueva izquierda latinoamericana. Los 12 años de gobierno han dejado una masa crítica que ha incorporado como propias ciertas ideas sobre como debe administrarse la economía de un país. Hoy, buena parte de la población se opone a los programas de ajuste, tanto es así que el propio gobierno pronto se quedará sin eufemismos para anunciar los programas de recortes.

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Hay en Argentina, como mínimo, de tres a cuatro millones de votos, si sumamos los de la izquierda trotskista, que se oponen de plano a cualquier tipo de tecnocratismo neoliberal y que resisten, con diferentes grados de rigor, a las medidas del gobierno que suponen medidas de ajuste ortodoxo. Es un dato no menor que, por ejemplo, dos de cada tres personas se oponen a la reforma jubilatoria aprobada hace casi un mes.

El peronismo sigue guardando un importante componente plebeyo que se niega a ser domesticado. El movimiento peronista, pese a mostrar una balcanización en curso sobre la cual es difícil diagnosticar su final, sigue suponiendo una oposición mucho más eficaz en las calles que en el Congreso.

Cada frustración por la deplorable actuación el Partido Justicialista (PJ) institucional, se contrabalancea con cada movilización en la que la base social del peronismo sale a la calle. Cuanto podrá vivir una crisis de representación tan profunda entre la base y la dirigencia de un partido es difícil saberlo, pero de la misma forma es sabido que no es una situación sostenible en el tiempo para la supervivencia de la identidad política peronista.

Es necesario además remarcar el peso de la izquierda trotskista en la política argentina. Con dos diputados nacionales recientemente electos, Argentina es uno de los países donde el trotskismo ha tenido mejor resultado electoral.

Si bien la izquierda trotskista no es al día de hoy una alternativa real de poder, sí es necesario marcar que su presencia constante en un sinnúmero de luchas sociales también genera una interpelación hacia los sectores de la izquierda peronista con los que suelen disputar una porción del voto contestario a la derecha.

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En Argentina, a diferencia de lo que pasa en Chile, todavía está fresca la rebelión popular de 2001, el anterior 18 y 19 de diciembre lo ha dejado más que demostrado. Ese tipo actitudes rebeldes han en buena medida quitado las pocas ilusiones de la derecha a argentina de hacer de Argentina el nuevo paraíso de la resignación neoliberal.

Pero el fin en el corto plazo de estas aspiraciones no es un alivio. El espejo que se ha roto ya ha encontrado reemplazo. Si el consenso neoliberal no puede ser impuesto en un contexto de mediana armonía, dónde sea el aparato político el que domestique, será un juego de cooptación de las dirigencias entremezclado con la represión lisa y llana a la disidencia social. Sino se puede hacer en los escritorios, será a los golpes.

Es ahí donde el caso mexicano entra en escena. Políticamente, México es un sistema de dos derechas. Tanto el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el cual tiene varios puntos de contacto con nuestro PJ, como el Partido Acción Nacional (PAN), el cual tiene varios puntos de contacto con el argentino Propuesta Republicana (PRO), expresan dos versiones de la misma derecha.

El contacto entre dirigentes de ambos partidos es fluido, confluyen en intereses de clase y objetivos. Uno sobrevive si el otro lo hace. Si uno no mira sus filiaciones partidarias, sería difícil adivinar que Carlos Salinas de Gortari y Vicente Fox, los dos presidentes mexicanos que aplicaron el ajuste neoliberal más duro en México, son miembros de diferentes partidos.

México además tiene algo importante que enseñarle a la dirigencia de Cambiemos: la democracia formal puede coexistir tranquilamente con altos niveles de represión social y persecución política.

En México se ha ahogado en sangre a la disidencia política a lo largo de décadas, militarizado la política a un nivel poco imaginable para los argentinos y sobre la cuestión de la seguridad y la guerra al narcotráfico se asesinó a sangre fría a toda expresión popular, indígena o campesina de resistencia al neolbieralismo.

No es casual que la única expresión revolucionaria de relevancia en México haya sido la propuesta autonomista del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), renunciando estratégicamente a la lucha por el poder centralizado del Estado mexicano.

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La situación política mexicana es la combinación perfecta para todo partido de derechas: la izquierda desorganizada como producto de décadas de represión, un enemigo que además funciona de aliado estratégico para mantener el estatus quo, una población derrotada económica e ideológicamente después de cinco décadas de pauperización y una sociedad civil inmóvil -excepto por los sectores juveniles que cada tanto dan un grito de dignidad en el medio del desierto - donde el narcotráfico y la corrupción se han diseminado hasta su capa más profunda.

El caso mexicano enseña a la clase dominante en Argentina que no hace falta llegar a una nueva desperonización para poner en marcha un proceso de dos derechas. Principalmente porque hay un peronismo institucional deseoso de que esto ocurra: en la estrategia actual de Cambiemos, el PJ institucional es el aliado/competidor perfecto.

Un peronismo que no ponga ningún "pero" al proceso de acumulación y reproducción del capital y convertido en un partido del pobrísmo, que se pueda alternar los asientos y las bancas con el macrismo sin que esto implique ninguna transformación en la arena política. Y que, a su vez, necesite de la inyección de dinero estatal -sea quién sea el que esté detrás del escritorio presidencial para mantener al aparato funcionando-.

El sistema de dos derechas es una deformación latinoamericana de los gobiernos de gran coalición europeos, los cuales también usualmente suelen ser un salvavidas para un sistema político moribundo frente a la irrupción de nuevas fuerzas políticas.

Una de las variaciones principales es el grado de violencia material y simbólica con el cual se ataca a la población a “domesticar”, sumado a que la pauperización progresiva de los sectores populares es condicionante necesario para que el sistema de dos derechas se imponga.

El sistema de dos derechas está en plena construcción en Argentina, ha tenido su primera batalla en el debate parlamentario por la reforma jubilatoria, su segunda batalla en los acuerdos entre el presidente de la nación y los gobernadores de las provincias y tendrá su primera prueba de fuego cuando el gobierno nacional crea haber recuperado las fuerzas para volver a impulsar la reforma laboral, que sin duda será la que más resistencias encontrará en las calles.

Esta gran coalición tiene lugar gracias a la unidad de los partidos de gobierno y del poder, los que hoy en día ejercen casi la totalidad del Poder Ejecutivo del país, es decir, la alianza Cambiemos y el PJ institucional.

Uno es el representante más puro de la clase dominante histórica de Argentina, más el plus del nuevo ímpetu financista de la clase capitalista. El segundo es una confederación de gobernadores sin ningún norte ideológico más que la supervivencia burocrática, vacío de toda sustancia e incapaz de alzar una voz consensuada que dé una mínima directiva política tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

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¿O alguien sabe qué opina el PJ institucional sobre el gobierno de Donald Trump, sobre la situación en Venezuela o sobre el gobierno de Lenin Moreno en Ecuador? Nadie puede saberlo, hoy el partido es incapaz de generar vida política partidaria fuera de los cargos que ostentan.

En el debate por la reforma previsional en la Cámara Baja, el diputado del PJ Pablo Kosiner lo dejó en claro inclusive más de lo que le convenía, pero la sinceridad fue mayor: “Como oposición al gobierno del presidente Macri pero también como parte de un espacio político que quiere la paz y el crecimiento de este país estamos dando este debate (…). Tenemos muchas críticas al gobierno pero no vamos a formar parte de los que quieren llegar al poder por medio del fracaso del oficialismo (…), es fácil hablar cuando no se tiene la responsabilidad de gobernar".

Kosiner puso en claro su deseo, que además es el deseo de su clase: que sea el PJ el que le dispute las bancas a Cambiemos, pero que ambos se preocupen por la viabilidad del sistema. En el sistema de dos derechas, si una se corre, la otra va a entrar en problemas. Una crisis sistémica es que una de las dos derechas en competencia comience a desconfiar en la sostenibilidad del sistema en el corto plazo.

El sistema de dos derechas es sostenible en términos sociales mientras que la sociedad interprete a las dos opciones como sustancialmente diferentes, cuando cree que es posible llegar a resultados distintos con estas dos expresiones de la misma clase dominante.

Y, aunque sea para nuestro pesar, sólo un movimiento político puede romper con ese cerco. La irrupción de una fuerza insurrecta a la deformación de la democracia en un sistema de dos derechas es el único camino, evidencia histórica mediante, para intentar agrietar el modelo que hoy se está conformando en Argentina con bastante éxito.

Le quedará a esta generación encontrar la manera de hacerlo para lograr unir todas las expresiones de disenso a la lógica del capitalismo detrás de una propuesta superadora a las migajas que la derecha tiene para ofrecerles a la gran mayoría de los argentinos, así como a la gran mayoría de la condición humana.

Sin dudas en Argentina existe de gran masa de crítica de mujeres y hombres que intentarán resistir individual y colectivamente al intento de autonomía que busca la esfera de los que ejercen el gobierno. No hay una fórmula, y la tarea es ardua, poco heroica y llena de frustraciones. Pero lo primero es reconocer al enemigo.